El presidente Isaac Herzog habló ayer en el acto oficial de conmemoración de los 50 años de la masacre de los once atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich 1972.
(Comunicado del portavoz presidencial)
La masacre de Múnich fue perpetrada el 5-6 de septiembre de 1972, durante los Juegos Olímpicos de Verano en Múnich, Alemania. Once miembros de la delegación olímpica israelí-deportistas, entrenadores y jueces-fueron masacrados por una célula terrorista palestina de la organización Septiembre Negro.
En el inicio de la ceremonia, el presidente Herzog y el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, depositaron una ofrenda floral en memoria de las víctimas de la masacre. Selecciones musicales fueron interpretadas por la Orquesta de Cámara Judía y la cantante Roni Dalumi interpretó dos canciones. Al final, fueron leídos los nombres de las víctimas, el cantor Amnon Zelig recitó la plegaria judía El Male Rajamim y fueron entonados los himnos de Israel y de Alemania.
Durante la ceremonia, fueron pronunciados discursos por el presidente Herzog, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, el ministro-presidente de Baviera, Markus Sodder, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, Ankie Spitzer, la viuda del esgrimista y entrenador asesinado, Andre Spitzer, y otros. Al acto conmemorativo asistió un público numeroso, entre ellos, las familias de las víctimas, representantes del Comité Olímpico de Israel y otros dignatarios.
El presidente Isaac Herzog, pronunció el siguiente discurso:
“Queridas familias de los atletas asesinados; sobrevivientes de la masacre de Múnich; Su Excelencia, mi amigo, el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, gracias desde lo más profundo de mi corazón por su discurso valiente e histórico, que llegó al corazón de todos; Sus Excelencias, el ministro-presidente de Baviera y el alcalde de Múnich; dirigentes y funcionarios gubernamentales de Alemania e Israel; representantes y directores de los Comités Olímpicos nacionales, dirigentes de la comunidad judía de Alemania; seres queridos, amigos, familias y todos los que atesoran la memoria de los atletas asesinados, señoras y señores.
“¿Por qué es perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada, rehúsa ser curada?“ (Jeremías 15:18), así pregunta el profeta y así preguntamos nosotros hoy. Incluso cincuenta años después del horrendo asesinato de los once atletas israelíes aquí y en la villa olímpica de Múnich, con una crueldad inconcebible y a sangre fría-el dolor es eterno. Ese horrible suceso, continua siendo una herida, resistente a la curación”.
“Todos los que recordamos esas oscuras e interminables horas de aquel amargo septiembre de 1972, llevamos en nuestros corazones la misma cicatriz, los mismos momentos en los que seguíamos con una insoportable ansiedad e ilimitada preocupación los informes contradictorios que llegaban con el correr de las horas, desde la villa olímpica de Múnich. Nos costaba entender que atletas, jueces y entrenadores judíos e israelíes estuvieran retenidos por terroristas en suelo germano. Rezamos mucho por un final diferente. Pero nuestros corazones estaban doloridos y quebrados; nuestras esperanzas, truncadas”.
“Al cabo de un día, recibimos la más agónica de las noticias: “Ninguno ha sobrevivido”. Aunque era apenas un niño, nunca olvidaré aquella horrible mañana, con mi padre llevándome en auto a la escuela, y escuchando juntos la horrible noticia, y dejamos de respirar. Nunca olvidaré las lágrimas que brotaron de nuestros ojos, la sensación de conmoción total, el dolor, la tristeza, y la angustia que envolvió a todo un país, cuando los denominados “Juegos Alegres”, se transformaron instantáneamente en el nadir más oscuro de la historia del deporte mundial y en los anales de los Juegos Olímpicos.
“Los once atletas, bendita sea la memoria de ellos, las víctimas de la masacre de Múnich, llegaron a los Juegos Olímpicos en suelo germano, hace cincuenta años, en nombre del espíritu deportivo. Llegaron en nombre del espíritu del movimiento olímpico: un espíritu de fraternidad, un espíritu de amistad y compañerismo. Un espíritu de unidad, de cohesión y de solidaridad social. Entre naciones y entre Estados”.
“Ellos fueron asesinados brutalmente a sangre fría por una organización terrorista palestina, sólo por ser judíos; sólo por ser israelíes. Esta masacre brutal y bárbara, que cegó la vida de once atletas israelíes y un policía alemán, fue una tragedia humana muy crítica en la cual los valores de moralidad y justicia fueron pisoteados; la dignidad humana fue borrada; toda semblanza de humanidad, perdida. Fue un momento en el que se extinguió la antorcha olímpica”.
“Para nosotros, como pueblo y como país, esta masacre ha sido siempre una tragedia nacional. Profano la santidad unificadora y cohesiva de los Juegos Olímpicos, el símbolo máximo del deporte, y mancho con sangre su bandera. La bandera olímpica, con sus cinco anillos, nunca volverá a ser lo que era antes”.
“Durante muchas décadas, como dijera el presidente Steinmeier, Alemania y el Comité Olímpico Internacional evitaron recordar a los once atletas. Para las familias de las víctimas, el dolor y la pena por la pérdida de sus seres queridos, su agonía y sus lágrimas, y las cicatrices traumáticas que los sobrevivientes soportaron durante años, se vieron agravados por su angustia ante esta indiferencia y frialdad. Estos fueron años en los que parecía que se había olvidado una simple verdad: esta no fue una tragedia exclusivamente judía e israelí-¡se trató de una tragedia mundial! Una tragedia que debe ser recordada y conmemorada en cada edición de los Juegos Olímpicos; una tragedia cuyas lecciones deben ser enseñadas, de generación en generación. Una tragedia que nos subraya, una y otra vez, que el deporte no tiene más polo opuesto que el terrorismo, y que el terrorismo no tiene mayor polo opuesto que el espíritu deportivo”.
“El mundo nunca debe olvidar lo ocurrido en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. El mundo nunca debe olvidar: la guerra contra el terrorismo, en todo lugar y siempre, debe ser librada con unidad, determinación y asertividad. El futuro de la sociedad humana depende de que santifiquemos el bien y al mismo tiempo, repudiemos y derrotemos el mal. El antisemitismo, el odio, el terrorismo. En este sentido, pero no solamente, la decisión de Alemania de los últimos días, por la cual le vuelvo a agradecer, mi amigo presidente Frank-Walter Steinmeier, por sus enormes esfuerzos, y por supuesto también al gobierno federal, al gobierno del Estado de Baviera y al Municipio de Múnich por adoptar esta decisión. La decisión de asumir la responsabilidad por los errores alrededor y tras la masacre, de permitir una investigación objetiva y rigurosa, y de compensar a las familias de las víctimas, es parte de esa santificación del bien y del triunfo sobre el mal. Eso representa, medio siglo después, un importante paso de moralidad y justicia para las víctimas, para las familias y para la propia historia”.
“Señoras y señores, hay una palabra distintiva en el lenguaje hebreo para una persona que fue asesinada o muerta en una tragedia. Dicha persona es un “Jalal”. Esta palabra, es también el vocablo hebreo para un espacio vacío- un vacío. Cada uno de los once atletas era un mundo en sí mismo. Para su familia. Para sus seres queridos. Para su pueblo. Todos y cada uno de ellos dejaron atrás un vacío, un “Jalal”, que nunca se llenará. No hay palabra para consolarlos, queridas y amadas familias dolientes. Vuestro coraje, vuestro compromiso con la vida y vuestras futuras generaciones, algunas de las cuales se encuentran hoy aquí con nosotros, comprometidas con el imperativo de la memoria y el imperativo de la vida y el sentido, son un ejemplo para todos nosotros y son un orgulloso y glorioso monumento a los atletas asesinados. Que la memoria de las víctimas, los Jalalim de la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich, se conserve en nuestros corazones para siempre”.
Fuente: Gov.il