27 de enero de 1945, 27 de enero de 2015. Setenta años, ¿es mucho?, ¿es poco?, depende para quién. Para los períodos históricos es como aquel tango que dice “20 años son nada”, pero para la vida de aquel que sobrevivió a ese horror es la marca, el dolor que cargará de por vida, que llevará a cuestas hasta el último aliento de su existencia, junto al nombre de “sobreviviente” y el ominoso número marcado en la carne. Ellos son los últimos testigos de la mayor infamia que ha soportado la humanidad, son los pocos que aún podemos oír contar su sufrimiento, los vejámenes por los que han pasado, de la mejor y más perfecta invención en cuanto a aplicar el Mal sobre el ser humano.
Guerras hubo siempre, torturas , discriminaciones de credos, razas, esclavitudes, robos, invasión territoriales, en fin, cuando se trata de someter y sojuzgar a los declarados enemigos el hombre no se ha ahorrado de inventar y reinventar el Mal. Pero con Auschwitz, nombre con que aunaremos a todos y cada uno de los campos de exterminio, Hitler y sus socios han superado todo lo humanamente posible de crear, imaginar y llevar a cabo.
Se realizó el Mal en su máxima expresión: una masacre perfecta, un sometimiento absoluto, el borramiento de toda individualidad, la creación de un humano nominado un bacilo y todo esto frente a un mundo que permaneció indiferente, un testigo silencioso y conveniente. ¿Por qué digo conveniente?, porque pensaron que Hitler realizaría el sueño colectivo de exterminar y vaciar a Europa de sus judíos y luego su alcance como plan llegaría al resto del mundo. Pero a pesar de tanta inventiva, tanto esfuerzo en aplicar la barbarie no lo lograron. Mientras quedara un retoño de la rama cortada ésta se reproduciría. Y de hecho fue así. Los sobrevivientes en su mayoría, se impusieron que el sueño malicioso de un Hitler no se cumpliera, y tal como el mito del Ave Fénix, resurgieron de las cenizas, trajeron sus hijos al mundo y tendieron un lazo con el pasado para que esa barbarie no fuera, ni olvidada, ni perdonada, ni repetida. Y nosotros, que somos sus hijos, los llamados segunda generación, tenemos la responsabilidad de hacer pasar la flama, la antorcha de la vida, y nominar en lo posible a cada uno de nuestros muertos.
De esta manera, tras una vida de silencios, de historias ocultadas, de muertos sin nombres, puedo por primera vez en mi vida asentarlos en el registro de los nombrados, la entera familia de mi padre, los hermanos Rubin de la ciudad de Wolomin, Polonia. Todos ellos muertos en Auschwitz. Sólo lograron sobrevivir mi tío Raphael y mi padre Leizer, el resto quedó esfumado, perdido en el confín de los cielos , por esa estrecha chimenea que el horno crematorio había planificado como destino de muerte para esos pobrecitos por el sólo hecho de ser judíos.
Nombro así: Chuna Rubin, mi abuelo, su esposa Bejla Jelen de Rubin, de la cual en su memoria porto su nombre, y sus seis hijos:
– Israel, nacido en 1908, casado, con dos hijos mellizos, una nena y un varón y que lamentablemente no sé sus nombres. Muertos en Auschwitz, y los mellizos seguramente ayudaron a los nefastos experimentos que Mengele realizaba con ellos para sus supuestos “avances científicos en aras de la humanidad” subvencionados por la I.G. Fabernindustrie, hoy la droguería Bayer.
– Raphael, 1916, sobrevive a Auschwitz, logra obtener una visa para los EEUU, junto a su esposa Ala, también sobreviviente.
– Simón, 1917, asesinado en Auschwitz.
– Shmerl, 1918, asesinado en Auschwitz.
– Hershel, 1920, asesinado en Auschwitz.Y ese es el trabajo que se toma el reciente Premio Nobel de Literatura, el francés Patrick Modiano, de no olvidar a los desaparecidos de su París natal. Intenta a través de su escritura reconstruir las calles de un París devastado, oscuro, y no la ciudad Luz de hoy en día. Se pone en la piel de sus personajes muertos, desaparecidos durante la ocupación nazi, a recorrerla, a volverlos a la vida, ubicándolos en la Historia, rescatándolos del olvido, dándoles un nombre y una biografía, de la misma manera como Marguerite Duras hace un homenaje al aviador muerto, sin nombre, a que deje de ser tan sólo un monumento coagulado en el anonimato.
27 de enero de 1945, simplemente una fecha, una invención para poner una marca, un corte, un punto final aduciendo que en ese día Auschwitz fue liberado. Pero Auschwitz nunca fue liberado, quien estuvo allí nunca saldrá del todo de allí, quien no estuvo, mejor que haga silencio, ese horror no resiste ninguna interpretación, ninguna justificación, su sola mención hace de él un decir improferible.
Auschwitz nunca fue liberado. Simplemente fue abandonado por la cobardía de los nazis que huyeron de allí con la venida del ejército rojo, dejando a la deriva a miles de esqueletos vivos, hambreados, hacinados. Y serán luego los rusos que al entrar se habrían de quedar perplejos, sin palabras frente a tal panorama de deshumanización y brutalidad sádica.
Auschwitz entra así en la Historia como el signo de la máxima barbarie, de lo que el hombre ha sido capaz de realizar sobre otro ser humano por el hecho de no ser ario, o por ser homosexual, gitano, negro, simplemente por ser “otro”.
Debido a ello es que cargamos sobre nosotros con la absoluta responsabilidad de su transmisión, a que su nombre no caiga en el olvido, porque de ser así es casi como una invitación a que su modelo se vuelva a repetir.
Entonces: decimos, nombramos, escribimos, para que Auschwitz y su significación no se vuelva a dar y que las generaciones futuras Nunca Más tengan que saber de él.Dra. Bejla Rubin
Dra. en Psicología. Autora del libro Auschwitz, paradigma del Mal del siglo XX. Análisis psicoanalítico, social y político. Ed. Letra Viva, Buenos Aires 2012.
Fuente: Aurora