Los frondosos alrededores del río Banias hacen desterrar para siempre la idea de que Israel es un desierto. En esta popular reserva natural del norte, la nieve y la lluvia que caen sobre el Monte Hermón, de 2.800 metros de altitud, emergen en forma de helado manantial del río Jordán.

Menta, zarzas y sauces bordean sus orillas bajo la sombra majestuosa de los plátanos orientales. Los damanes toman el sol en las rocas, los ruiseñores cantan entre los matorrales y los halcones anidan en los acantilados.

Los antiguos nichos e inscripciones de esos acantilados dieron lugar a excavaciones arqueológicas que pusieron al descubierto grandes templos y murallas. Al visitar las ruinas, las pozas sombreadas, sus cascadas y sus arroyos, los turistas aprenden por qué los antiguos griegos identificaban este lugar como el hogar de Pan, dios de los bosques. De ahí también que construyeran un santuario para este díscolo semidiós al que denominaron Paneas, que con la pronunciación árabe se transformó en Banias.

En tiempos de los romanos, Herodes el Grande construyó un templo cerca del manantial, y su hijo Felipe embelleció lo que ya entonces se había convertido en ciudad, bautizándola con el nombre de Cesarea de Filipo.

Éste es el nombre que recibe Banias en el Nuevo Testamento, donde Jesús encargó a Pedro que fundara su Iglesia (Mateo, 16:13–20). Más arriba del manantial, la religión drusa mantiene un santuario dedicado a Elías el Profeta. La ciudad musulmana que después se erigió aquí albergó en tiempos medievales a judíos y caraítas, y posteriormente fue fortificada por los Cruzados.

Fuente: Radio Jai