Una mayoría recordará la película titulada “La muerte tenía un precio” todo un clásico del género llamado western. La referencia al título es de carácter exclusivo sin tener la intención de comparación alguna, con la trama de la película.

En nuestro título “El impuesto revolucionario palestino” la relación está con el hecho, totalmente contrastado, de los pagos que trasfiere la Autoridad Palestina a los familiares de los terroristas, que han asesinado a judíos.

La evidencia nos dice que la muerte de judíos tiene un precio, en forma de recompensa, que paga la ya nombrada Autoridad Palestina encabezada por Mahmud Abás. Una especie también de impuesto revolucionario, al estilo de ETA en España, que mantienen los gastos logísticos, que conlleva asesinar judíos dentro y fuera de Israel.

El presente artículo de opinión pesa en mi conciencia y me evade de la calma, q  ue por lo general tenemos, en estos días de verano o de vacaciones. Los temas intranscendentes, propios de la temporada estival, dejan poco espacio para la reflexión. La evidencia nos indica que preferimos olvidarnos de todo, y de todos, dedicándonos al culto hedonista del cuerpo y a la exaltación del ego. Una pérdida de tiempo y de fuerzas innecesarias que debilitan nuestros ideales más sagrados y comprometidos, con la verdad que representa el Pueblo de Israel.

La Autoridad Palestina en un alarde de infame presunción de inocencia tiende una mano a la paz, ensangrentada con sus víctimas, y con la otra subvenciona a las familias de los terroristas asesinos, valga la redundancia, con cantidades en dólares que oscilan entre los “400 y los 2.200 dólares” según sea la condena, que les haya sido impuesta al asesino. En una de esas incomprensiones el pago, subvención o recompensa, por asesinar judíos se escapa a toda lógica de humana comprensión. ¿Cómo es posible qué sabiendo todo el mundo, incluida la ONU, de estas recompensas asesinas se permitan? ¿Cómo es posible hablar de paz con alguien que paga para que asesinen a judíos? No hay respuestas posibles a tan incompresible forma de actuación de la Autoridad Palestina y de la comunidad internacional representada por la ONU.

Las recompensas asesinas no solo se permiten, sino que además se incentivan por la recolección de lo que hemos llamado “impuestos revolucionarios” por medio numerosos organismos de todo tipo. Una especie de agencia tributaria terrorista que administra y engorda las arcas de la muerte manejadas, por reconocidos oficiales terroristas. Una responsabilidad de aquellos que llamándose líderes y visionarios de la causa palestina siguen pagando, a los que asesinen judíos. Las familias palestinas, no todas ciertamente, que viven de la muerte de judíos debería pensar dos veces las consecuencias que un día tendrán para ellos y para su pueblo.

Por mucha presión internacional sobre el gobierno de Ramala incluida la del presidente de los Estados Unidos y la más que evidente presión del Gobierno de Israel, lamentablemente, los pagos siguen fluyendo a las arcas de la Autoridad Palestina y a las familias de los asesinos antijudíos. Fuentes del gobierno de Ramala, como para fiarse, nos quieren hacer creer que se han suspendidos esos pagos “a las familias de presos y expresos a principios de junio” de este año ¿Cómo es qué algunos palestinos siguen intentando asesinar judíos? ¿Tal vez no se han enterado qué ya no pagan por el negocio familiar de asesinar israelíes?

Las mentiras de la Autoridad Palestina no se las cree nadie, ni siquiera los propios palestinos que siguen recibiendo, de una forma u de otra, su ración mensual de dinero manchado de sangre israelí. Una sangre que sigue clamando al Cielo bajo la Ley Celestial que reza así “El que demanda la sangre se acordó de ellos; no se olvidó del clamor de los afligidos”. El Cielo responderá, sin la menor duda, a esta infame masacre que muchos tratan de silenciar, aunque como todos sabemos “si estos callaran las piedras clamarían”. Nuestro corazón no es de piedra por tanto seguiremos clamando y dando a conocer lo que pasa, aunque alguien tenga la intención, de pagar para silenciarnos.

Por: José Ignacio Rodríguez

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