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La muerte de Abu Bakr al Bagdadi por el Ejército norteamericano el pasado 27 de octubre ha suscitado el debate acerca del futuro del ISIS (Estado Islámico) después de la desaparición de su líder, y de cómo esta muerte, que culmina la derrota de grupo terrorista en Siria y en Irak después de seis años de guerra abierta, condicionará el futuro del terrorismo islámico.

Por: José María Marco

Hay quien piensa que el grado de salvajismo alcanzado por el ISIS ha vacunado a la opinión pública de los países musulmanes contra esta clase de violencia, y hay quien opina (no siendo irreconciliable con lo anterior) que los terroristas del ISIS, tras la caída del califato, se dispersarán ahora por todo el mundo. Bastantes de ellos son de origen europeo y se habla de una nueva oleada de terrorismo en Europa, de una brutalidad renovada porque resulta imposible imaginar cómo la bestial experiencia de los años del califato ha afectado a quienes se sigan considerando combatientes en una Guerra Santa.

Lo que parece seguro es que el ISIS ha cambiado para siempre la práctica del terrorismo. El ISIS nació como una rama de Al Qaeda que empezó a operar de forma independiente en 2013, tras haberse escindido por razones estratégicas y generacionales. Al Qaeda –“La Base”– era una organización dirigida por una elite consciente de su condición de vanguardia, ampliamente centralizada y en más de un sentido clásicamente revolucionaria: porque parecía segura que la violencia –véase el 11-S– suscitaría de por sí un cambio profundo, y porque confiaba en la racionalidad de sus mensajes y de los destinatarios de estos, mensajes que consistían en largos y muchas veces tediosos discursos, grabados al descuido. La doctrina y el fondo ideológico y teológico eran lo fundamental.

Al Bagdadi y su grupo fueron muy otra cosa. Al Bagdadi no procedía de círculos elitistas y occidentalizados en muy buena parte, como Ben Laden. De clase media, universitario, doctorado en teología, llegó a adquirir una formación religiosa más seria que el líder de al Qaeda. Retraído, nada exhibicionista, entre sus escasas grabaciones está el sermón durante el cual se proclamó califa, en la venerable y muy hermosa Gran Mezquita de Al Nuri, en Mosul, luego destruida por el propio ISIS durante la Batalla de Mosul.

Paradójicamente –o tal vez no tanto–, esta conciencia religiosa se compaginaba con una sensibilidad nueva a las posibilidades que en cuanto a medios de difusión ofrece la tecnología. En vez de sermones y documentales de baja calidad, el ISIS, a partir de 2014 y con la ayuda de Adam Gadhan, un californiano conocido como Azam el Americano, empezó a producir vídeos de una alta calidad, extraordinariamente atractivos en el ambiente mediático de hoy en día. El primero fue el célebre The Clanging ot the Swords, part 4 (2014), que combinaba una extrema sofisticación técnica con escenas de una brutalidad salvaje. También se esforzó por prestigiar su causa con revistas (en papel y online), en particular la célebre Dabiq, de maquetación impecablemente moderna. Y en vez de la jerarquización impuesta por la elite dirigente de Al Qaeda, el ISIS hizo una utilización intensiva de las redes sociales encaminada a la descentralización de una organización en red, estructurada en provincias o wilayah.

El cambio fundamental culmina con la proclamación del califato el 29 de junio de 2014, en el célebre sermón ya citado, un hecho que tuvo un gigantesco impacto en un mundo musulmán obsesionado por la conciencia de crisis y el sentimiento de inferioridad y decadencia. El ISIS no ofrecía sólo un medio de lucha. Ofrecía un Estado, con un territorio, una organización burocrática y la encarnación de un modelo de vida. De ahí su atractivo para los muchos combatientes extranjeros que acudían en busca de sentido. El ingreso en una banda terrorista se convertía en un primer paso para la participación personal en una utopía. En cierto sentido, el ISIS fue la actualización postmoderna y populista de Al Qaeda, el triunfo del terror en el mismo momento en el que arrasaba en todo el mundo el nihilismo propio del final de los Grandes Relatos.

El carácter utópico tenía otra dimensión, la más difícil de entender, que es no ya el gusto por la violencia, la brutalidad y el sadismo más extremo, sino por su exhibición. ISIS no sólo era una máquina de destrucción, de muerte, de esclavitud (también sexual, como aprendieron los y las jóvenes yazidíes), con la vuelta a procedimientos de ejecución atroces como crucifixiones y decapitaciones. (Jesssica Stern y J. M. Berger explican en su excelente libro sobre el ISIS que las decapitaciones, método predilecto de ejecución por parte del grupo, se solían practicar con cuchillos mellados y en mal estado, para aumentar el sufrimiento de la víctima). También fue una máquina de exhibición de esa misma violencia, difundida a gran escala vía internet. Además de una apelación al sadismo propio del ser humano, exhibían una forma extrema de purificación, quizás la promesa de un mundo en el que quedan borrados los signos de la decadencia.

John Gray argumentó, en Al Qaeda y lo que significa ser moderno, que Al Qaeda y, por extensión, los movimientos fundamentalistas no significaban sólo el resurgir de algo arcaico que la modernidad creía superado. También son elementos constitutivos de esa misma modernidad. De ella utilizan con inteligencia cualquier medio a su alcance, y al tiempo reinventan –y modernizan– la tradición que aspiran a resucitar. En este caso, es posible que la muerte de Al Bagdadi, la derrota del ISIS y el final de su efímero y sangriento califato abra la puerta a una era de terrorismo descentralizado, imprevisible, sin ideología ni estrategia unificadas. Una franquicia de la que cualquier desesperado puede echar mano.

Como si el ISIS hubiera dado lugar a un agujero negro que refleja en vivo y en directo una parte del mundo en el que vivimos.

Fuente: el.medio©