Un niño de cuatro años se perdió en un shopping repleto de gente y se puso histérico. El guardia de seguridad lo llevó a la oficina del gerente y juntos trataron de consolar al niño…

Un niño de cuatro años se perdió en un shopping repleto de gente y se puso histérico. El guardia de seguridad lo llevó a la oficina del gerente y juntos trataron de consolar al niño. Le dijeron que su mamá obviamente no se perdió y que va a volver muy pronto a buscarlo. Pero por más simpáticos que son los empleados, el niño no se consuela y reza para no perder a su madre para siempre.

Vivimos en una época en la que Dios se oculta y no sabemos por qué. Sufrimos de ansiedad existencial y tememos no saber cómo enfrentar la separación y la pérdida y en especial lo que percibimos como la pérdida máxima, o sea, la muerte.

¿Qué es lo que estamos buscando en realidad y cómo podemos encontrarlo?

Para el niño, no hay nada más convincente que el rostro de su querida mamá. En estudios científicos se ha demostrado que la configuración del rostro humano les resulta a los bebés muchísimo más fascinante que cualquier juguete u  objeto que uno les ponga enfrente. Si se les da la opción, los bebés se tornan a mirar inclusive el dibujo más simple de un rostro (dos puntos en lugar de ojos, y un punto en lugar de la nariz) que cualquier otra cosa. Es a través del amor y la serenidad que el niño comparte con su madre que se tranquiliza, se siente seguro y protegido. Por supuesto, la unidad que siente el niño con su madre es reminiscente de una conexión más profunda que compartió con su madre cuando estaba dentro del útero y antes de eso, con Dios en el Cielo.

Incluso cuando la gente “crece”, una parte de ellos anhela esa maravillosa unidad, ese paraíso que se “perdió” hace ya tanto tiempo. Esto es algo que sí o sí tenemos que tener presente porque nuestro enemigo sabe lo ansiosos que estamos por reconectarnos con lo que hemos perdido y nos ofrece una plétora de conexiones falsas que no hacen más que frustrarnos y alejarnos de la conexión real.

¿Acaso ustedes piensan que los términos EYEphone (ojo-teléfono), EYEpad (ojo-carpeta) y FACEbook (rostro-libro) fueron elegidos al azar? Estos productos buscan seducir a la gente a que establezca una falsa conexión, explotando su ansiedad más vulnerable: el hecho de que están separados y “abandonados” por el rostro de la madre y por Dios. Qué patético es que multitudes de personas que saben leer ya no tienen deseos de leer nada, de tan ocupados que están mirando rostros electrónicos día y noche en un fútil intento por volver a obtener aquello que “perdieron” o dedicándose a formas de comportamiento mucho más peligrosas aún para alcanzar ese mismo propósito.

¿Qué es lo que lleva al jugador a seguir apostando cuando ya perdió tanto dinero? Es un error pensar que ese deseo es únicamente un deseo de dinero. Lo que a él más le resulta fascinante es la fantasía de que la “Doña Suerte” vuelva a aparecer en escena, que el rostro afectuoso de la madre y de Dios saldrán del exilio y lo extraerán del lío en el que se metió en la vida. El estimulante regocijo de “la gran victoria” es lo que siente el jugador por lo menos en forma temporaria, seguro de que el rostro de Dios todavía brilla sobre él con bondad y que él mismo sigue siendo digno y amado a los ojos de Dios.

Eso es lo que busca la gente, pero ¿cómo podemos encontrar la dicha y la unidad que tanto necesitamos?

Nos enfrentamos a muchos interrogantes acerca de Dios: ¿Por qué hay tanto mal en el mundo? ¿Cómo es que HaShem permite que pasen cosas así? ¿Por qué continúa ocultando Su rostro? ¿Cuánto tiempo más nos dejará sufrir?

La respuesta es que podemos aprender a conectarnos con la constante bondad de Dios incluso sin mirar Su rostro. De hecho, ninguno de los profetas, incluso Moisés, que fue el padre de todos los profetas, era capaz de contemplar el rostro de HaShem.

En el desierto entramos en pánico y construimos un becerro de oro, que es un rostro físico que podemos mirar, como forma de rebelión contra Dios y contra Moisés. Aun así Moisés logró obtener el perdón de  porque Dios vio que Moisés solamente percibía la bondad en nosotros, a pesar de lo que habíamos hecho. Dios sabía que si la humanidad no tenía por lo menos un atisbo de Su pura bondad, no tendríamos forma de salir de la situación en la que estamos hoy. Por eso, cuando Moisés Le pidió a Dios que Se revelara, Dios aceptó pasar Su bondad delante de Moisés de una forma tal que Moisés viera que la bondad y la compasión de Dios se encuentran en todas partes, en todo momento y para toda persona. Moisés les transmitió este conocimiento a los líderes de cada generación e incluso hoy nuestros grandes líderes nos revelan el secreto de cómo podemos obtener nuevamente lo que habíamos “perdido”.

El secreto para alcanzar el paraíso consiste en confesarle a Dios, como lo haría un niño, todo lo que hicimos mal y luego amarnos a nosotros mismos y ya no buscarnos más defectos. La clave para la felicidad eterna reside en ver la belleza y las buenas intenciones que te dio Dios igual que las vio Moisés, y negándonos a buscar puntos malos en nosotros mismos.

Para eso, es muy importante que utilicemos las técnicas de visualización y pensamiento, para así poder conectarnos con lugares, personas y situaciones que físicamente no están disponibles, pero con las que podemos conectarnos aún más poderosamente a través de la espiritualidad del pensamiento. Este es el más alto nivel de desarrollo psicológico y espiritual y que nuestros rabinos afirman que somos capaces de alcanzar.

En nuestro actual exilio, todavía tenemos muchos interrogantes por responder pero si tenemos fe, sabremos que todas esas preguntas tienen respuestas excelentes, aunque por ahora no las sepamos. Todavía no podemos ver el rostro de Dios, pero con fe podemos conectarnos con las partículas más pequeñas de Dios que nos rodean todo el tiempo. Podemos conectarnos con Dios al tener buenos pensamientos de nosotros mismos, de los demás y del mundo en general. Al aprender a recuperar el bien y los momentos de luz que se “perdieron”, uno está reuniendo los destellos sagrados de HaShem en una forma cohesiva, formando así una especie de aura que nos rodea todo el tiempo.

Y en virtud de amarnos a nosotros mismos lo suficiente como para reunir los pedacitos de Divinidad que podemos encontrar en la vida, Dios quiera que estemos entre aquellos que muy pronto verán el rostro del Mashíaj y la reconstrucción de nuestro Sagrado Templo. Amén!

Fuente: Breslev en español

 

 

 

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