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Por: Rabino Yosef Bitton

DEBERES DEL CORAZON
Este Shabbat leímos Perashat Yitro, que contiene los Diez Mandamientos, un tema de inagotable profundidad. Veamos un ejemplo. El primer mandamiento es el más difícil de entender como mandamiento, porque no está formulado como una orden. No especifica ninguna acción que debamos realizar. Y no comienza con las palabras «No …», como «No matarás». Parece ser, más bien, una introducción a lo que está por venir. «Yo soy HaShem tu Dios, que te liberé de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos». Siguiendo a Maimónides, se suele explicar que este mandamiento expresa nuestro deber de “creer” en HaShem. No debería sorprendernos que la Torá nos ordene algo que está relacionado con pensamientos y sentimientos y no con acciones. Pensemos por ejemplo en el último de los Diez Mandamientos, la prohibición de envidiar, que también hace referencia a una emoción que debemos controlar, una reprogramación moral de nuestro cerebro.

CREER ES COMPORTARSE
Una vez que entendemos que este mandamiento no impone ninguna «acción», repasemos nuevamente cuál es su contenido. Según Maimónides creer en Dios significa «saber que HaShem es nuestro Eloqim», es decir, aceptar a Dios como la Autoridad Suprema a la que debemos obedecer. Este mandamiento nos enseña que es HaShem, y no los humanos, Quien define lo que está bien y lo que está mal. Saber que Él es nuestro Legislador implica que debemos seguir Su guía en nuestro comportamiento y conducta. Hay una diferencia muy importante entre la definición popular de «creer en Dios» y la definición judía de «aceptar su autoridad». Como explica Jordan B. Peterson, cuando los periodistas le preguntan repetidamente si cree en Dios: la simple afirmación verbal «Creo en Dios» o «No creo» es prácticamente irrelevante. ¿Por qué? Porque es posible “declarar nuestra fe en Dios” refiriéndonos a un “dios” imaginario en nuestra mente, y no al Dios de la Biblia. Imaginemos por ejemplo a alguien que dice que cree en Dios, pero ignora Sus mandamientos. No le importa aprender o seguir Sus leyes y Sus instrucciones. Este individuo cree en un «dios para emergencias». ¿Se considera eso la verdadera «fe» en el Dios de la Torá?

RELEYENDO EL PRIMER MANDAMIENTO
Demasiadas personas supersticiosas, pertenecientes a todas las religiones (¡incluida la nuestra!) profesan este tipo de creencia en un dios que te sirve, pero al que no hace falta obedecer. Quizás por eso en Su «presentación oficial» a Su pueblo en el Monte Sinaí –el Primer Mandamiento — Dios se introduce a Sí mismo como «Eloqeja», «Tu Soberano», la Autoridad Suprema que exige cierto comportamiento de ti, que te guía, y que recompensa a los justos y castiga a los pecadores. Es cierto que además de ser “Eloqeja” nuestro Soberano, Dios también es nuestro redentor: ¡el Primer Mandamiento menciona que Él nos salvó de la esclavitud egipcia! Pero el mensaje principal del Primer Mandamiento es la obediencia, no la oración a Dios. Se enfoca en aceptar a HaShem como nuestra Autoridad. Y fue formulado de esta manera quizás para evitar ese tipo de relación inmadura en la que Dios solo existe para solucionar mis problemas. “Servir” a Dios no es como servir a los ídolos. Los dioses paganos no exigen nada de tu conducta personal. A los ídolos no les importa lo que hagas con tu vida. No esperan de ti obediencia sino tributos, regalos. No se preocupan por ti, pero te usan. Y te permiten usarlos cuando los necesitas a cambio de algo que les ofrezcas. La relación entre dioses paganos y personas paganas es estrictamente una relación de quid pro quo.

DIOS COMO PADRE
Pero HaShem no nos pide nada «para Él» a cambio de sus buenos consejos. Toda la relación entre Dios y nosotros no es una relación de conveniencia, sino de amor. Le obedecemos porque confiamos en él. Porque sabemos que le importa de nosotros. Nuestra relación con HaShem es como la relación entre padres e hijos. Cualquier cosa que Dios me pide que haga o no haga es, en última instancia, por mi propio bien. La máxima expresión de fe, de creer en Dios, consiste en actuar de forma coherente con Su existencia. Es lo que “hago” lo que expresa mi fe (o mi falta de fe), más que lo que digo o lo que digo que creo.

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