En su penúltimo libro, Portico d’Ottavia 13, la historiadora hebrea italiana Anna Foa nos contaba la terrible historia de los habitantes de ese edificio, situado en el gueto de Roma, durante la redada nazi del 16 de octubre de 1943. Ahora, dentro de una nueva colección –Ritrovare l’Italia–, presenta una guía de las juderías y de los guetos que existieron en lo que hoy es Italia.

Presentamos este libro no sólo por el evidente interés que posee la historia de los hebreos italianos, también por la continua relación de éstos con Israel. La primera mención de lapresencia judía en Italia data del siglo II a. C. Ya al final de la edad republicana, la comunidad israelita en Roma estaba compuesta por más de treinta mil miembros. Tras la destrucción de Jerusalén por parte de Tito en el año 70 d. C., muchos judíos encontraron refugio en la capital del Imperio. Fue una de las primeras migraciones forzadas, en este caso hacia la actual Italia, que se irían repitiendo con mayor o menor regularidad a lo largo de la historia. No obstante, ya a partir de la Edad Media se inició el camino de retorno hacia Israel. En el s. XVI, por ejemplo, el 10% de los hebreos de Safed provenía del sur de Italia. La presencia italiana en Israel creció considerablemente durante el s. XX, debido a circunstancias particulares y factores ideológicos, culturales e incluso sentimentales; también a las sucesivas crisis políticas y económicas italianas, notable contraste con el continuo y positivo desarrollo israelí. De esta manera, muchos italkimllegaron a Israel tras las leyes raciales fascistas de 1938, otros inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial; más tarde, tras la Guerra de los Seis Días (1967), así como en la última década.

Minoría importante, el judaísmo ha estado siempre presente en la historia de Italia. Una historia difícil, controvertida, llena de tensiones y claroscuros por ambas partes –hebrea y cristiana–, temporal o permanente –curiosamente, la presencia judía en la cristianísima Roma nunca se ha visto interrumpida, al contrario de lo sucedido en la mayor parte de las principales ciudades europeas–.

Las comunidades hebreas italianas, contrariamente a lo que generalmente se cree, preceden a la subdivisión del mundo hebreo entre asquenazíes y sefardíes; es más, al menos parte del gran grupo asquenazí tiene sus orígenes en grupos de hebreos italianos que encontraron refugio en la actual Alemania a partir del s. VIII. Italia se sitúa, de este modo, como uno de los lugares de origen de la diáspora occidental. Sólo más tarde, a partir de los siglos XII-XIII, los hebreos italianos se irán mezclando con los asquenazíes y los sefardíes, que encontrarán refugio en la península itálica tras el inicio de las persecuciones que comenzaban a surgir en Alemania y en Francia en un primer momento y que se extenderían en los siglos sucesivos a la práctica totalidad de las nuevas naciones europeas.

El libro recoge los aspectos fundamentales de la historia de los judíos italianos. Motivos culturales y religiosos –exigencias rituales, necesidad de mataderos propios, cementerios diferentes, etc.–, unidos a circunstancias políticas –leyes cada vez más restrictivas–, hicieron que las comunidades fueran abandonando el ambiente rural y se concentraran en los núcleos urbanos ya en la Edad Media. El equilibro entre la mayoría cristiana y la minoría hebrea se mantuvo durante largo tiempo, interrumpido ocasionalmente por alguna crisis o conflicto más o menos aislado. A partir del s. XIII la situación comenzó a deteriorarse. Las comunidades del sur comenzaron a emigrar hacia el norte, incluso la propia comunidad romana se vio muy mermada. Comenzó un período de éxodo espontáneo –así lo denomina la autora–, determinado esencialmente por la marginalización económica de Roma en aquella época y no por las persecuciones. A este fenómeno se une la llegada de hebreos franceses y alemanes a las regiones septentrionales de la península y la creación de pequeñas comunidades en Umbría, Toscana, Emilia Romaña y otras regiones. Los hebreos de estas comunidades, por expreso deseo de las ciudades, gestionaban bancos de préstamo. De la necesidad de regular la presencia de una de estas comunidades, en este caso de asquenazíes, por tanto de origen alemán, nace en 1516 el gueto de Venecia. El primer gueto: toma este nombre, geto, de las fundiciones que habían existido previamente en la zona, la isla de Cannaregio. Cuatro décadas más tarde, el fenómeno de la guetización se irá extendiendo: a Roma(1555) le seguirá la mayor parte de las ciudades italianas donde existía un núcleo de población hebrea.

La autora traza un itinerario en busca de las huellas de los hebreos italianos en los lugares donde han vivido en el pasado y de los cuales se ha perdido casi la memoria, así como en las zonas más conocidas en las que han habitado hasta tiempos más recientes. A modo de guía, se inicia el recorrido en el sur –Sicilia, Calabria, Apulia–, lugares que albergaron las primeras comunidades hebreas antes de la llegada del cristianismo. La autora nos cuenta sus orígenes, su historia, los restos que quedan de su presencia, sus juderías –barrios abiertos de mayoría hebrea–. Las diferentes persecuciones, las presiones proselitistas y, finalmente, la expulsión del año 1541 dejarán estas regiones del sur, bajo dominio español, sin presencia hebrea. Esto explica laausencia de guetos en el sur de la actual Italia.

El libro continúa con la descripción de la historia judía en otras zonas y ciudades de Italia: Venecia, Roma, Bolonia, Mantua, Ferrara, Ancona, Livorno, Turín, entre otras. Una narración ágil, completa, ajena a prejuicios o polémicas estériles, aderezada también con anécdotas que describen la vida cotidiana. Un libro breve, ameno y muy bien documentado, ideal para quien desee conocer y visitar una parte minoritaria pero importante de Italia con otra perspectiva.

Anna Foa, Andare per ghetti e giudecche, Il Mulino, Bologna, 2014, 126 páginas.

Fuente: elmed.io ©