Tras los históricos acuerdos de paz de Israel con Baréin y Emiratos, es posible que se firme un tercero. Sudán, en tiempos santuario de terroristas, está pensando abiertamente en establecer relaciones con el Estado judío. Se trataría de otro gran logro diplomático, siempre que Washington dé los empujoncitos adecuados.
El equipo de Trump está deseando que se produzca un efecto dominó. Sudán es sólo una posibilidad. Omán, Marruecos y Arabia Saudí están también entre los Estados que, según se dice, andan planteándose establecer relaciones con su otrora archienemigo. La clave es el momento. Si Sudán da el paso, los Estado árabes verán que un nuevo orden toma rápidamente forma; uno en el que Jerusalén está junto con los regímenes que quieren hacer frente a Irán y a los islamistas suníes.
Tras el golpe de Estado de 1989, Sudán vino a estar gobernado por extremistas que respaldaban a grupos yihadistas y patrocinaban estatalmente el terrorismo. Osama ben Laden y su Al Qaeda hicieron del país africano su hogar a mediados de los 90. El régimen de Jartum celebró contubernios terroristas que atrajeron a Hezbolá, Hamás y una miríada de organizaciones yihadistas. Como dijo el periodista Richard Cockett, aquello “era un Davos del desierto para terroristas”.
Tras el 11-S, Sudán empezó a cooperar con EEUU en la lucha contra el terrorismo suní. Ahora bien, dio su apoyo a terroristas chiíes. La República Islámica de Irán utilizó Sudán como un nodo para el tráfico de municiones a zonas en conflicto de toda África. Buena parte del armamento iraní acopiado por Hamás en la Franja de Gaza fue contrabandeado al enclave costero vía Sudán, como quedó de manifiesto tras un audaz ataque aéreo israelí que destruyó un depósito de armas iraní en las afueras de Jartum en 2012.
Sudán fue incluido en la lista de “Estados patrocinadores del terrorismo” del Departamento de Estado norteamericano en 1993, y ha merecido estar en ella… hasta el año pasado.
El 11 de abril de 2019, el caudillo del país, Omar al Bashir, fue derrocado tras meses de protestas populares por la situación económica y política. El nuevo régimen, pese a que dista de ser perfecto, representa una mejora sustancial. Es pragmático y reprime los impulsos ideológicos de su predecesor. Ha separado la religión de la política e ilegalizado la mutilación femenina.
De alguna manera, Sudán sigue en la lista negra norteamericana del terrorismo. No debería. A la Administración Trump se le presenta una gran ocasión. El levantamiento de las sanciones haría que Washington se anotara un raro triunfo en la guerra contra el terrorismo. Asimismo, podríamos dejar claro a los demás sufridos pueblos de Oriente Medio, sobre todo al iraní, que EEUU recompensará a quienes exijan a dictaduras teocráticas que les devuelvan sus países.
Los líderes sudaneses, el primer ministro Abdalá Hamdok y el jefe del Consejo de Soberanía Abdelfatah al Burhán, se reunieron la semana pasada en Emiratos con diplomáticos norteamericanos. A cambio de la normalización con Israel, pretenden conseguir 3.000 millones de dólares en asistencia financiera y la eliminación de su país de la referida lista negra terrorista.
Las informaciones procedentes de Abu Dabi sugieren que el progreso va a ser lento. La Administración Trump se muestra reacia a desembolsar semejante cantidad de dinero. Algunos legisladores norteamericanos quieren que Sudán asuma su pasado recompensando a las víctimas de los ataques terroristas perpetrados por Al Qaeda en 1998 en Kenia y Tanzania (hay una causa legal que respalda esta petición) y en EEUU el 11-S (no hay causa abierta en este caso).
Sin lugar a dudas, las víctimas del terrorismo merecen justicia. Pero es altamente improbable que en estos momentos se produzca un gran desembolso sudanés. La economía sudanesa está en ruinas. El Gobierno de Jartum apenas puede alimentar a la población, y la situación se ha hecho aún más acuciante por el covid-19.
Washington debería moverse con rapidez y de manera creativa a fin de encontrar una solución de compromiso. Sudán ya no apoya a los terroristas. Y Jartum está dispuesta a llegar a un acuerdo (Burhán se reunió con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en febrero). Hay un logro diplomático a la espera.
Por si ese no fuera incentivo suficiente, merece la pena advertir que China es uno de los mayores socios comerciales de Sudán. Hay aquí una oportunidad para atraer a Sudán fuera de la esfera china de influencia, lo cual no sería un logro menor, mientras la competencia entre las superpotencias sube de nivel tanto en África como en otros lugares del mundo.
Los beneficios de un acuerdo con Sudán son claros. Oportunidades como ésta no se presentan muy a menudo. Muévase, señor presidente.
© Versión original (en inglés): FDD
© Versión en español: Revista El Medio