Mendy Hechtman/Flash90 (Mendy Hechtman/Flash90)

Por Basam Tawil

La hipocresía de los líderes de los ciudadanos árabes de Israel, que ahora andan protestando por la nueva Ley del Estado-Nación Judío, ha alcanzado nuevas cotas en los últimos días.

Éstos son los mismos líderes cuyas palabras y actuaciones en las dos últimas décadas han dañado gravemente las relaciones entre los judíos y los árabes de Israel, así como los intereses de sus representados, los propios ciudadanos árabes de Israel.

Los líderes árabes israelíes, concretamente los miembros de la Knéset [Parlamento], dicen que están indignados no sólo porque la ley define Israel como la patria del pueblo judío, también porque no dice nada sobre la igualdad de derechos de todos los ciudadanos.

Esto es un caso claro de tormenta en un vaso. Habría sido redundante añadir esas palabras: la nueva ley no rescinde ninguna ley anterior ni la Declaración de Independencia de Israel, que ya sanciona todo eso. Además, otras leyes básicas garantizan la igualdad de derechos. Por ejemplo, la Ley Básica sobre la Dignidad Humana y la Libertad, aprobada en 1992:

El propósito de esta Ley Básica es proteger la dignidad humana y la libertad, a fin de consagrar en una Ley Básica los valores del Estado de Israel como Estado judío y democrático.

(…)

Los derechos humanos fundamentales en Israel se basan en el reconocimiento del valor del ser humano, del carácter sagrado de la vida humana, y en el principio de que todas las personas son libres; estos derechos se respetarán siguiendo el espíritu descrito en la Declaración del Establecimiento del Estado de Israel.

La Declaración de Independencia de 1948, que obviamente no se ve afectada por la nueva Ley del Estado-Nación Judío, también garantiza la igualdad a todos los ciudadanos, con independencia de su religión, color de piel o raza:

El Estado de Israel fomentará el desarrollo del país para todos sus habitantes; se basará en la libertad, la justicia y la paz, tal como lo concibieron los profetas de Israel; protegerá la igualdad plena de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes, con independencia de su religión, raza o sexo; protegerá la libertad religiosa, de conciencia, lengua, educación y cultura; salvaguardará los Santos Lugares de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

Por tanto, ya que las leyes preexistentes de Israel y su Declaración de Independencia no se han visto modificadas, y garantizan la igualdad de derechos a todos los ciudadanos, ¿a qué se debe el feroz ataque de los líderes de los árabes israelíes a la nueva Ley del Estado-Nación? ¿De verdad se debe a que les preocupa la igualdad, o es otra cosa? La respuesta se puede encontrar en sus propias declaraciones: básicamente se oponen a la idea de que Israel sea la patria del pueblo judío. Saben perfectamente que la Ley del Estado-Nación no afecta al estatus y los derechos de los árabes como ciudadanos israelíes en pie de igualdad.

Veamos, por ejemplo, el caso del diputado árabe Zuheir Bahlul (Unión Sionista), queanunció recientemente su intención de dimitir en protesta por la Ley del Estado-Nación. Bahlul se lamentó de que la Knéset se había convertido en un “validador de leyes racistas”.

En primer lugar, Bahlul es el último ciudadano árabe de Israel que tiene derecho a quejarse de discriminación. Durante décadas fue uno de los periodistas deportivos más populares del país, reverenciado por árabes y judíos por igual. Por ello, siempre ha gozado de una cómoda vida en Israel, como jamás podría haber tenido en ningún país árabe.

En segundo lugar, si Bahlul tiene un problema con una ley que define Israel como la patria del pueblo judío, ¿qué hace en un partido llamado Unión Sionista? Una vez que aceptas unirte a un partido sionista, no puedes quejarte después de que Israel diga que quiere ser la patria del pueblo judío. ¿Alguien cree de verdad que este diputado árabe no supo en todos estos años que el sionismo es el movimiento nacional del pueblo judío, que apoya el restablecimiento de una patria judía en el territorio definido como la Tierra histórica de Israel?

En tercer lugar, vale la pena señalar que este partido, la Unión Sionista, ya estaba harto de Bahlul, y tenía previsto deshacerse de él, especialmente tras su decisión, el año pasado, deboicotear una ceremonia en la Knéset que conmemoraba el centenario de la Declaración Balfour. Irónicamente, la segunda parte de la Declaración Balfour estipulaba que el establecimiento de una patria judía no debía “ir en perjuicio de los derechos religiosos de las comunidades no judías en Palestina”.

La controversia por la Ley del Estado-Nación no tiene que ver con la igualdad de derechos. Tiene que ver con la aceptación de Israel como patria del pueblo judío. Al parecer, Bahlul boicoteó la ceremonia sobre la Declaración Balfour porque se opone a la idea misma de una patria judía. De lo contrario, ¿por qué un árabe que viva en Israel se opondría a una declaración que estipula abiertamente que una patria judía no debe ir “en perjuicio” de los derechos de los no judíos?

El presidente de la Unión Sionista, Avi Gabai, ha criticado la decisión de Bahlul por “extremista”.

Presumiblemente, Bahlul sabía que iba a ser expulsado de su partido, y parece haber decidido utilizar la Ley del Estado-Nación como excusa para dimitir y calumniar a Israel tachándolo falsariamente de “Estado con síntomas de apartheid”, y a la Knéset como “un validador de leyes racistas”.

En cuarto lugar, tengamos en cuenta que Bahlul no presentó su dimisión inmediatamente. Lo que dijo es que presentará su carta de dimisión cuando la Knéset vuelva de su receso ampliado de verano, a mediados de octubre. Dicho de otro modo, es obvio que Bahlul quiere pasar unos meses más en la Knéset, probablemente para seguir recibiendo un buen salario y otros privilegios otorgados a los diputados. Al posponer su dimisión, es también probable que esté esperando que alguien le ruegue que anule su decisión; o sea, es como si dijera: “Por favor, ¡que alguien me sujete para no irme de la Knéset!”. Bien, señor Bahlul, si tan consternado está por la ley y no quiere ser parte del sistema político israelí, ¿por qué no se levanta y se marcha ya? ¿Por qué quiere estar unos meses más en un Parlamento al que acusa de ser “racista” con los árabes?

El sucio secretillo es que, aunque se añadieran palabras sobre la igualdad para todos los ciudadanos a la nueva ley, Bahlul y algunos de sus colegas árabes de la Knéset seguirían estando en contra. Simplemente, se oponen con vehemencia a la propia idea de que Israel sea un Estado judío.

Algunos de ellos, como Ahmed Tibi, han pedido sistemáticamente que Israel pase de ser un “Estado judío” a un “Estado para todos sus ciudadanos” o “un Estado de todos sus grupos [étnicos] nacionales”.

Otro diputado, Yamal Zahalka, se burló hace poco de los símbolos judíos y dijo: “Antes muerto que cantar el himno nacional israelí”. Son muchos los diputados árabes que jamás han aceptado el himno o la bandera de Israel, en la que aparece la estrella de David de seis puntas. Sobre la bandera, Zahalka declaró: “Cualquier bandera es para mí un trapo. Un trozo de tela. Es mucho peor que un trapo”.

La diputada Hanín Zoabi fue muy directa al expresar su oposición a la definición de Israel como patria del pueblo judío. El pueblo judío no tiene derecho a la autodeterminacióndijo en octubre de 2017.

Los judíos no conforman una nacionalidad, así que no podemos hablar de autodeterminación del pueblo judío. Los israelíes pueden tener autodeterminación, pero no como Estado judío, en un Estado democrático laico.

Merece la pena señalar que Zoabi, que proviene de un gran clan de Nazaret, fue suspendida por la Knéset en 2014 por incitación, después de que justificara que Hamás lanzara cohetes contra Israel y el secuestro (y posterior asesinato) de tres adolescentes israelíes a manos de terroristas palestinos.

Son personas como Zoabi las que han causado –y siguen causando– un grave daño a las relaciones entre los árabes y los judíos en Israel. Su retórica agresiva y sus actos contra Israel son la razón principal por la que un creciente número de judíos están empezando a mirar a los ciudadanos árabes de Israel como si fuesen una “quinta columna” o un “enemigo interno”.

Algunos líderes de los árabes israelíes hablan despectivamente de Israel para darse publicidad. Saben que ningún periódico los mencionaría si se ocuparan de tratar asuntos como las aguas residuales o la escasez de aulas en las escuelas árabes. Sin embargo, si dicen algo malo sobre Israel o provocan a los judíos, sin duda consiguen un titular en la prensa.

La prioridad número uno de los ciudadanos árabes de Israel es rebajar la tasa de desempleo entre sus licenciados universitarios. Los ciudadanos árabes de Israel quieren integrarse plenamente. Están luchando por unos mejores servicios públicos, especialmente en lo relativo a infraestructuras. Pero en vez de representar los verdaderos intereses de su electorado, Tibi, Zoabi, Zahalka y otros dedican su tiempo a condenar a Israel y a identificarse con sus enemigos.

Los dichos y hechos de estos diputados sólo han servido para ahondar la brecha entre los judíos y los árabes, en un momento en que el Gobierno está haciendo grandes esfuerzos por mejorar la vida de los árabes. Así, una comisión parlamentaria anunció el pasado abril su decisión de asignar20 millones de shékels (5,6 millones de dólares) a un nuevo programa diseñado para aumentar el número de puestos de trabajo para árabes israelíes en el sector tecnológico. La comisión comunicó que el Gobierno ya había invertido 1.200 de los 4.200 millones asignados al desarrollo económico de los árabes y otras minorías, como parte de una medida adoptada en 2015.

Los árabes de Israel son ciudadanos iguales, y disfrutan de muchos más derechos de los que disfrutarían en cualquier otro país de Oriente Medio. En una encuesta publicada en 2016, el 55% de los ciudadanos árabes de Israel dijo sentirse orgulloso de ser ciudadano israelí. Otra encuesta, publicada en 2017, reveló que el 60% tiene actitudes positivas hacia el Estado.

Los árabes de Israel pueden incitar contra Israel todo lo que quieran. Sus calumnias no cambiarán la realidad de que Israel es la única democracia próspera en Oriente Medio, y trata a sus minorías con respeto. Mientras las minorías son perseguidas y asesinadas en Siria, el Líbano, Egipto, Irak, Libia y otros países árabes e islámicos, los ciudadanos árabes de Israel son integrados en el Estado. Ocupan puestos en el Tribunal Supremo, el Ministerio de Exteriores, el sector sanitario e incluso la Policía.

La nueva ley no ha cambiado esta realidad; de hecho, la mayoría de los ciudadanos árabes no parecen tan molestos con ella. La mayoría sigue levantándose por la mañana y hace su vida. Los árabes de Israel pueden trabajar donde quieran, viajar a cualquier parte del país, y seguirán gozando de todos los privilegios, beneficios y libertades de que gozan los ciudadanos judíos.

Pero algunos de los líderes de los ciudadanos árabes de Israel tienen algo bien distinto en mente. Quieren que los israelíes renuncien a su deseo de que Israel sea una patria judía, porque esperan que un día los judíos se conviertan en una minoría en su propio país. Durante demasiado tiempo, han estado incitando a sus representados contra Israel y los judíos. Si estos líderes son tan infelices en Israel, tal vez deberían considerar mudarse a Ramala, a la Franja de Gaza o a cualquier país árabe. Tal vez les gustaría dimitir de la Knéset. ¿Qué se lo impide? Pues que es en la patria judía, tan supuestamente perjudicial para ellos, donde ellos y sus hijos pueden vivir y prosperar.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

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