Por John Podhoretz

La noche del jueves pasado sucedieron dos cosas importantes: 1) Donald Trump dio marcha atrás en la política de Barack Obama sobre los asentamientos israelíes y 2) el titular de The New York Times sobre la noticia fue: “Trump asume los pilares de la política exterior de Obama”. Lo primero es, obviamente, un asunto de la mayor importancia. Lo segundo es importante revela un patrón informativo sobre la Administración Trump en los medios predominantes saturado de aseveraciones jadeantes y apresuradas que, una vez analizadas, resultan carecer de base.

Vayamos a la cuestión de Trump y Obama e Israel y los asentamientos. El jueves por la noche, la Casa Blanca emitió el siguiente comunicado:

El deseo de Estados Unidos por que haya paz entre los israelíes y los palestinos ha permanecido intacto durante 50 años. Aunque no creemos que la existencia de asentamientos sea un impedimento para la paz, la construcción de nuevos asentamientos o la expansión de los existentes más allá de sus límites actuales podría no ser útil para lograr ese objetivo. Como ha expresado en numerosas ocasiones, el presidente espera que se alcance la paz en toda la región de Oriente Medio. La Administración Trump no ha adoptado una postura oficial sobre la actividad en los asentamientos y espera proseguir las conversaciones, también con el primer ministro Netanyahu, cuando éste visite al presidente Trump, a finales de este mes.

Lo que este comunicado hace, en realidad, es devolver a Estados Unidos al statu quo previo a la Administración Obama; en concreto, a la política que trazó George W. Bush en una carta que envió a Ariel Sharón en 2004. En la misiva, Bush decía:

A la luz de las nuevas realidades sobre el terreno, incluidos los grandes núcleos de población israelí existentes, es poco realista esperar que el resultado de las negociaciones sobre el estatus final sea una vuelta total a las líneas de armisticio de 1949.

Esa retórica era una aceptación del hecho de que los asentamientos israelíes más poblados situados más allá de las fronteras de 1967 van a seguir estando bajo control israelí al final de cualquier negociación exitosa de paz con los palestinos. Y, según los funcionarios que negociaron sobre la materia, principalmente Elliott Abrams, del Consejo de Seguridad Nacional de Bush (y, para ser transparentes, mi cuñado), se entendía que la expansión de los núcleos de población existentes por causas de crecimiento natural (familias que crecen, gente que se muda) no se debería considerar una vulneración del principio de que no debe haber nuevos asentamientos. Porque, como Nueva York, si Ariel gana población, eso no quiere decir que su superficie crezca.

A la Administración Obama no le gustaban estas ideas y dio marcha atrás. Su idea de paralización de los asentamientos implicaba que no hubiera más colonos ni más asentamientos. Si se construyesen viviendas en Ariel, se estarían “ampliando los asentamientos”.

El lenguaje de Trump termina con esa idea. Dice: “La construcción de nuevos asentamientos o la expansión de los actuales más allá de sus límites actuales podría no ser útil”. Esto devuelve la política de EEUU al concepto de que la superficie física que alberga a los colonos no debería crecer, pero que el número de colonos no es un problema. Esto es un cambio integral en el enfoque norteamericano.

Asombrosamente, The New York Times no lo entendió en absoluto. En su texto afirma:

En un giro de lo más sorprendente, la Casa Blanca emitió un inesperado comunicado en el que instaba al Gobierno israelí a no ampliar la construcción de asentamientos judíos más allá de sus fronteras actuales en Jerusalén Este y la Margen Occidental. Dicha expansión, decía, “podría no ser útil para alcanzar” el objetivo de la paz.

Esto demuestra, siendo benignos, una llamativa ignorancia sobre la actual política de EEUU. De hecho, el comunicado de Trump se puede interpretar como una ruptura radical incluso respecto a Bush: como el experto en derecho internacional Eugene Kontorovich señaló en Twitter, ni siquiera apoya la solución de dos Estados. Simplemente pide “la paz”.

Las informaciones apresuradas llenas de imprecisiones se han convertido en norma en las dos últimas semanas, producto de una cobertura jadeante, muy precipitada, con afirmaciones que podrían revelar ignorancia o ser erróneas. Un ejemplo: Peter Alexander, de NBC News, había tuiteado antes, ese mismo jueves: “Última hora: el Departamento del Tesoro de EEUU suaviza las sanciones de la Administración Obama para permitir a las empresas hacer transacciones con el FSB de Rusia, la organización sucesora de la KGB”. Tras 5.800 retuits y afirmaciones que demostraban la lealtad de Trump a la Rusia de Putin, Alexander tuiteó esto:

ACTUALIZACIÓN: Fuentes cercanas a las sanciones dicen que es un ajuste técnico, planificado por Obama, para evitar consecuencias indeseadas de las cibertransacciones.

El número de retuits de esta corrección fue de 240.

Hay múltiples ejemplos de este patrón, demasiados para recogerlos aquí. Cuando el país necesita la cobertura más exacta y precisa sobre los asuntos de Washington, por el momento hiperpartidista que vivimos y la relación más bien tenue de esta Administración con la verdad, entidades que jamás habrían cometido esos errores básicos hace treinta años –porque habrían tenido tiempo para hablar con varias fuentes antes de publicar nada en papel o salir en televisión muchas, muchísimas horas después– se están precipitando y publican en internet cuando en realidad no saben lo que está pasando. En vez de clarificar las cosas, los medios las están embarrando y haciendo que todo vaya a peor.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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