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¿Qué significa ser judío? Ser judío es ser una vela. Cada persona judía es una vela. El judaísmo, la Torá, es la llamita de esa vela. Esta metáfora no es arbitraria o caprichosa. La Torá siempre fue comparada con la luz.

La misma palabra hebrea TORÁ proviene de la palabra OR que significa «luz». La palabra TORÁ es casi idéntica a la palabra MORÁ, maestra. Los judíos consideramos que el proceso de aprendizaje es un proceso de esclarecimiento. La Torá, es «nuestra maestra», nos enseña, nos educa, nos ilumina. Y a través de sus enseñanzas disipa la oscuridad de nuestras vidas. «Aclara» nuestras dudas existenciales.

Ahora que entendimos por qué la Torá puede ser comparada con una luz o una llamita, pensemos en lo siguiente. Si un individuo judío no aprende la Torá, no la estudia, no la observa, la abandona, no deja que la Torá lo ilumine, no se deja enseñar por «la Maestra»… ¿sigue siendo judío? Y la respuesta es «Si». Un judío nunca pierde su condición de judío (Israel, af ‘al pi shejatá Israel hu). Un judío sin judaísmo es una vela sin llama. Y una vela sin llama, ¿es una vela? Por supuesto que «sí». Aunque, claro está, una vela sin llama es una vela apagada. Es una vela que aún no sirve su propósito. Una vela que no cumple la misión para la cual fue concebida. Pero a pesar de todo, es una vela. No es una silla, un zapato o un gato. Sigue siendo una vela. Y como tal, siempre puede ser encendida. Y a lo mejor todo lo que necesita es que otra vela, una vela que ya esté encendida, se le acerque, le ofrezca afectuosamente compartir su llama y la ayude a encenderse.

Nuestra misión como pueblo es transformarnos, como dijo el profeta Yesha’ayahu (42:6) en «leor goyim», la luz para el resto del mundo. Y esta misión la cumplimos sólo cuando estamos encendidos. Iluminados. Es lo que se espera de nosotros.

Creo que esta metáfora de la vela y la llama es muy apropiada para Janucá. Nos ayuda a esclarecer, entre otras cosas, por qué celebramos la victoria militar de Janucá encendiendo velas. Veamos. A veces, nuestros enemigos quisieron destruir las velas. Es decir, buscaron nuestro exterminio. Sin importarles si las velas estaban encendidas o apagadas. Si en la SHOA un judío decía: «Yo no creó en D-s. No soy observante. Soy ateo. Déjenme libre», igual lo llevaban a las cámaras de gas. En la SHOA, como en los tiempos de Hamán y Ajashverosh, al enemigo antisemita no le importaba la llama. Su odio era étnico. Pero también práctico y utilitario. Al fin y al cabo, destruyendo las velas también se acaba con las llamitas…

En Janucá, o en los tiempos de la Inquisición, el objetivo (o al menos el objetivo declarado) del enemigo no era acabar con las velas. Su misión era soplar las velitas, apagarlas. Y reemplazar las llamas por una cruz o por una escultura griega. Los Jashmonayim, nuestros heroicos antepasados que vencieron al enemigo en Janucá, no lucharon para salvar sus vidas. Lucharon, y en realidad sacrificaron sus vidas, para preservar las llamitas de las velas judías.

El milagro de Janucá, el aceite que duró siete veces más de lo que debería haber durado, también tiene mucho para enseñarnos hoy. Si seguimos el ejemplo de los jashmonayim y luchamos para preservar lo nuestro, nuestra Torá, y nos sacrificamos para no dejar que Su luz se apague, HaShem estará de nuestro lado. Y si nuestras fuerzas o talentos alcanzan solamente para encender una vela, HaShem nos ayudará y nos dará la fuerza para que encendamos ocho. O quizás más.

Por: Rab Yoseff Bitton

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