Yo vengo de una familia que se sacó de encima el yugo Divino y se americanizó a pesar de sus expresiones de idish y su pesado acento europeo. A mí me criaron laica y fui a una escuela con compañeros no judíos.

Se esperaba que me adaptara y me asimilara pero al mismo tiempo me advirtieron que no debía casarme con alguien no judío. Yo vivía una vida de confusión y me sentía siempre fuera de lugar. Me iba mal socialmente. Había muchas cosas confusas. No íbamos a la sinagoga pero estaba prohibido ir a la iglesia. Sí me alentaban a que fuese a los bailes de los viernes a la noche en la secundaria y era algo que esperaba con ansias. Yo creo que me mi mamá a”h vivía sus sueños a través de mí, porque ella, siendo una joven muchacha proveniente de una familia ortodoxa de Ucrania, tenía prohibido ir a los bailes de los viernes a la noche. Y ella decidió levantarme a mí esa “restricción”.

Curiosamente, allí fue donde Hashem puso la línea divisoria. No fue coincidencia que yo viviera a una cuadra de la secundaria para que, por lo menos, pudiera ir “caminando” a los bailes en Shabat. Siempre que me invitaban a salir, invariablemente algo “salía mal” y al final me daba cuenta de que era para mi propio beneficio, o sea que, en realidad, no había “salido mal”. Recuerdo perfectamente que en una ocasión alguien me invitó a ir al cine pero justo entonces se resfrió y con la mano que quería sostenerme tuvo que limpiarse la nariz todo el tiempo. En ese momento me molestó ese inconveniente pero después logré ver la mano de Hashem y Su gran sentido del humor. (En esa época no tenía idea del concepto de shomer neguiá – la prohibición de tocarse).

En otra ocasión, un supuesto novio tenía que acompañarme a un baile. Pasaron dos horas y él todavía no había pasado a buscarme por mi casa. Muy triste, me fui a dar una ducha y me fui a dormir. Entonces oí el timbre de casa y la voz de él pidiéndole disculpas a mi mamá y explicándole que el partido de fútbol en el que él jugaba se había extendido más de lo planeado y por eso había llegado tan tarde. Otra vez mis lágrimas fueron en vano, ya que la intervención de Hashem fue para mi propio bien: Él había decidido que yo no iba a salir con este chico.

En otra ocasión, me estaba preparando para ir a la noche de graduación, con un vestido hawaiiano de locura, pero el chico en cuestión se enfermó a último momento y yo no tenía con quién ir, y no fui. Otra vez lloré porque no entendí que era lo mejor que me podía pasar en esas circunstancias. Si en ese momento hubiera tenido emuná, hubiese respondido diferente y hubiera valorado el amor y la protección que Hashem me estaba proveyendo. Sin embargo, Él tenía planes diferentes: que yo viera todo con claridad en retrospectiva.

Al final no tuve que esperar mucho tiempo hasta que llegó mi bashert (mi destinado), a quien conocí a los diecisiete años. Su nombre hebreo es Itjzak, y lo primero que noté de él fue su risa contagiosa. Muchos años más tarde iba a aprender que Itzjak significa “risa”. O sea que todo estaba planeado y todo era para bien.

Cuando vivimos con emuná vemos la mano de Hashem en cada cosa, en cada detalle de la vida. Nada es demasiado pequeño ni demasiado grande para captar Su atención. Él está siempre disponible las veinticuatro horas del día. Para Él no hay nada más preciado que salvaguardar nuestras almas de acuerdo con Su plan Divino. Con amor y paciencia, Él está esperando que retornemos a Él. De nosotros depende dejar que nuestras almas lleven las riendas y vivir orgullosos de la manera que Él quiere que vivamos.

Fuente: Breslev en Español

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