Después del tremendo éxito de “Sapiens: de animales a dioses” del antropólogo israelí Yuval Noah Harari, que sorprendió por la simplicidad de sus explicaciones sobre la historia de la humanidad, en 2016 el autor intentó repetir su hazaña con “Homo Deus: breve historia del mañana”, en el que se aventuraba en el campo de la futurología.

Es este un terreno pantanoso en el que han naufragado todos, desde los primeros utopistas filosóficos (Moro), a los “distopistas” literarios (Huxley, Orwell, Bradbury), cinematográficos (Blade Runner, Matrix) o económicos (Malthus, Marx). Sin embargo, las pifias más notorias son las que provienen justamente del terreno académico. Y no es porque no aplicasen una metodología científica, sino porque siguen contemplando a las ciencias humanas como un fenómeno determinista y lineal y, por tanto, previsible.

No hace muchas décadas, incluso las revistas y la prensa se hacían eco de la disciplina de la futurología como si (ahora sí) se pudiera extrapolar el mañana del análisis de la actualidad. Nombres como Alvin Toffler o Herman Kahn firmaban unas visiones que hemos tardado muy poco en cuestionar. Alguno, como Raymond Kurzweil, sigue vaticinando, ahora desde su posición de director de ingeniería de Google. Pero, en definitiva, aunque podamos encontrar alguna “ley” (como la conocida “de Moore”, por la que cada dos años se duplica la cantidad de transistores en un microprocesador) en el desarrollo tecnológico, la probabilidad de acertar el futuro de cualquier grupo humano, en particular o en el conjunto de la humanidad, sigue siendo muy cercana al cero.

Quizás la clave de la persistencia del fracaso de las mejores mentes en este terreno sea el extrapolar lo que pasará a partir de lo que ya ha pasado, como si formaran parte de una misma línea recta y regular. Desgraciadamente para ellos, lo que parece inalterable hasta hoy no es más que la ilusión de procesos a muy largo alcance, como si transitáramos unos carriles aparentemente paralelos hasta el infinito, pero que en un momento empiezan a divergir, primero tímidamente y luego de forma cada vez más pronunciada, como en cualquier curva logarítmica. Ese es el problema de Harari y de todos los demás, y no sólo en el campo académico.

¿Quién previó el extraño curso que está tomando Oriente Próximo? No sólo han fracasado las “primaveras” de los que auguraron una “evolución” hacia el modelo occidental, sino que Israel ha pasado de ser un “injerto” foráneo y alienígena a un posible miembro de la Liga Árabe, como si estuviéramos a las puertas de un Apocalipsis, aunque muy distinto al imaginado por los profetas (en realidad, los primeros utopistas). Por eso vale la pena vivir el futuro: para que a cada paso que se convierta en pasado nos siga sorprendiendo y enseñando lo ignorante y arrogantes que somos.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

www.radiosefarad.com

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