Los palestinos que viven gobernados por la Autoridad Palestina (AP) en la Margen Occidental y por Hamás en la Franja de Gaza sólo pueden soñar con la calidad de vida que sus hermanos árabes disfrutan en Israel.
Por: Basam Tawil
Por culpa de los actuales líderes de la AP y Hamás, el pueblo palestino está sumido en unas pésimas condiciones de vida. La pobreza, el desempleo y la represión han sido su sino década tras década. Y la AP y Hamás han rechazado en repetidas ocasiones planes de paz que ofrecen prosperidad a los palestinos.
Recientemente, la AP y Hamás rechazaron el plan para Oriente Medio del presidente estadounidense, Donald Trump, que incluye una propuesta de inversión e infraestructuras por valor de 50.000 millones de dólares para crear al menos un millón empleos palestinos. El plan contempla proyectos por valor de 27.500 millones en la Margen Occidental y la Franja de Gaza y de 9.100 millones para los palestinos de Egipto, Jordania y el Líbano. Los proyectos están relacionados con “los sectores de la salud, la educación, la energía, el agua, la alta tecnología y la agricultura”.
Sin embargo, los líderes palestinos han dicho ‘no’ al plan de Trump y lo han calificado de “conspiración americano-sionista para liquidar el problema palestino y los derechos del pueblo palestino”.
Claramente, a estos líderes, que rechazaron el plan de Trump incluso antes de haberlo visto, no les importa el bienestar de su pueblo. Al rechazar esa oferta de 50.000 millones, los líderes palestinos han vuelto a demostrar que prefieren que su gente siga sumida en la pobreza y la miseria antes que aceptar una propuesta para financiar varios proyectos económicos y procurar empleo a los numerosos parados palestinos. La auténtica víctima de la inveterada intransigencia de los líderes palestinos es, trágicamente, el pueblo palestino.
Mientras, hay otros árabes en la región que son mucho más afortunados que los palestinos de la Margen Occidental y Gaza: los ciudadanos árabes de Israel, que tienen la suerte de no vivir bajo la férula de los corruptos e incompetentes jerarcas de la AP y de Hamás.
Los dos millones de ciudadanos árabes de Israel se han convertido incluso en objeto de la envidia de sus hermanos palestinos de la Margen y la Franja, pues apenas pasa un día sin que reciban otro recordatorio de la buena y cómoda vida de aquellos.
El último ejemplo se puede ver en Arraba, localidad ubicada en la Galilea, en el norte de Israel. Con una población de 26.000 habitantes, Arraba es una de las comunidades con más médicos del mundo.
“Hay 400 médicos en Arraba”, informa el doctor Tarek al Sadi, internista de la localidad, que trabaja en el hospital Rambam de Haifa, fundado en 1938, 10 años antes del establecimiento del Estado de Israel. “Arraba tiene la mayor proporción mundial de médicos. Estamos hablando de unos 15 médicos por cada 15.000 habitantes. Es un porcentaje muy elevado”. El cirujano plástico Yusef Nasar, también residente en Arraba, comenta: “Está ocurriendo algo extraño en nuestra localidad. En cada casa hay tres o cuatro médicos. Tengo varias clínicas por todo el país. ¿Quién acude a ellas? Judíos y árabes por igual, desde muchas ciudades y pueblos”.
Said Yasín, veterano médico de familia de Arraba, es el orgulloso padre de tres médicos, dos hombres y una mujer. “Y tengo otros dos hijos que son farmacéuticos”, añade; y apunta que sus 10 hermanos y hermanas son todos médicos. “Cada seis meses se oyen los cohetes que se lanzan para celebrar que se han licenciado otros 15 o 20 médicos”, abunda. “Ni siquiera es raro ver que en una familia haya médicos, abogados e ingenieros. Se ha vuelto normal para nosotros”.
Las mujeres árabes de Israel también parecen tener más oportunidades que las que viven bajo la férula de AP o de Hamás. Los habitantes de Arraba indican que el número de médicas en la ciudad es aún mayor que el de médicos.
La doctora Wurud Yasín, que trabaja en el hospital Carmelo de Haifa, se licenció en el prestigioso Technion, el Instituto Tecnológico de Israel en Haifa. “Estudié con gente de distintos orígenes y religiones, incluidos árabes y judíos”, dice. “Yo era la única chica en mi familia, y me enseñaron que aquí no hay diferencias entre chicos y chicas. También me enseñaron que nada es imposible si trabajas duro”.
Otra historia de éxito en Arraba es la del psicólogo Saleh Kananeh, fundador y director del Centro Razi de Diagnóstico, Tratamiento y Rehabilitación, el primer complejo de estas características que agrupa a una serie de profesionales para el diagnóstico de niños y jóvenes discapacitados y desarrolla remedios innovadores que se adaptan a la comunidad árabe y está plenamente coordinado con el Gobierno, los Departamentos de Sanidad y las autoridades locales.
Considerado la meca del diagnóstico y tratamiento de niños árabes con trastornos mentales, el centro ha procurado cerca de 50.000 tratamientos para 1.500 niños en sus centros de atención de día y supervisado 20.000 diagnósticos en sus centros de diagnóstico, así como miles de horas de orientación a sus pacientes y empleados.
“También atendemos a los judíos”, aclara el doctor Kananeh. “Estamos orgullosos de que la mayoría de nuestros empleados sean mujeres. No se encuentra una casa en Arraba en la que no haya al menos una persona con estudios universitarios. Esto enorgullece a nuestra comunidad árabe. En Arraba tenemos 100 psicólogos, lo cual significa que tenemos uno por cada 2.500 habitantes”.
Estas historias de árabes con éxito suelen ser ignoradas por los medios y la comunidad internacional. Estas personas, que viven en Israel, se sienten obviamente cómodas. Si vivieran en la Margen Occidental o en la Franja de Gaza, y se quejaran de Israel todos los días, habrían recibido la atención del mundo entero.
Los periodistas extranjeros que cubren Oriente Medio, así como numerosas organizaciones internacionales, prefieren hacer la vista gorda ante tales historias porque muestran el lado positivo de la vida en Israel.
Aquí van más buenas noticias incómodas para los ciudadanos árabes de Israel: el Gobierno israelí anunció en 2018 que en los últimos dos años había invertido 4.500 millones de shékels (1.300 millones de dólares) en las regiones árabes, y que invertiría otros 20 millones (5,6) en el sector de la alta tecnología árabe. El Gobierno israelí había decidido invertir 15.000 millones (4.300) en el sector árabe-israelí para finales de este año, con el objetivo de “reducir las brechas sociales y económicas entre las minorías y la población general mediante un cambio en los mecanismos de asignación de fondos”.
Mientras el Gobierno israelí invierte cientos de millones de dólares en la mejora de las condiciones de vida de sus ciudadanos árabes, los capos de la AP y de Hamás siguen privando a su población de la ayuda exterior, de un futuro mejor y hasta de esperanza.
El plan de 50.000 millones de dólares que Trump ofreció a los palestinos acabará en suspenso porque los líderes palestinos tienen otros planes: seguir engordando sus propias cuentas bancarias a expensas de su pueblo. No es de extrañar, pues, que cuando los árabes –empezando por los palestinos– sueñan con una vida mejor, suelan soñar con mudarse a Israel. No es de extrañar, tampoco, que la mayoría de los árabes israelíes no quieran ser parte del Estado palestino y hayan demandado permanecer en Israel.
© Versión original completa (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio