La ironía es tan clamorosa que casi es de no creer. La misma semana en que en Israel se produjo el hito de que un gay fuera nombrado ministro, una organización gay de referencia en EEUU prohibía los símbolos judíos en su marcha anual del Orgullo como muestra de su repulsa por Israel.
Para la izquierda interseccional, todo el mundo tiene derechos salvo privilegiados opresores como los judíos. Así que, en su estupefaciente visión del mundo, el Estado más progresista de Oriente Medio es, por definición, un apestado y el único país del planeta que merece ser destruido.
Lo anterior podría desecharse como un mero caso de locura ideológica. Pero resulta que sí que importa, porque la cuestión de si Israel es un bastión reaccionario o un país progresista ha causado que numerosos judíos se aparten del sionismo. El nombramiento de Amir Ohana como ministro de Justicia demuestra que lo que proclaman los enemigos del Estado judío es mentira. Israel no sólo es una democracia y el único Estado judío del planeta, sino el país más progresista en esa parte del mundo en lo relacionado con el respeto a los derechos humanos, mientras que quienes pugnan por destruirlo son enemigos fervientes de la libertad.
Para muchos jóvenes, ser visto como defensor de causas progresistas es fundamental para su supervivencia social. El mito de que Israel es un Estado apartheid y de que sus enemigos palestinos no son sino población indígena que resiste a tiranos coloniales es una poderosa arma del arsenal del movimiento antisemita BDS, y corroe los lazos de la juventud con la comunidad proisraelí organizada.
En el meollo de todo esto está el interseccionalismo, que sostiene que todas las batallas por la igualdad y contra regímenes opresivos están vinculadas. En este sentido, hay quien desde la izquierda hace el abracadabrante reclamo de que la guerra palestina para destruir Israel es análoga a la lucha por los derechos civiles en EEUU. Y tan demencial como sostener que los sanguinarios terroristas de Hamás y Fatah son los equivalentes morales de Martin Luther King es el intento de relacionar la lucha por los derechos de los gais con la que libran los palestinos.
Como sucede en el resto del mundo árabe y musulmán, en la sociedad palestina los gais que revelan su condición se ponen a sí mismos en grave peligro: se juegan ser apalizados, enviados a prisión o incluso la vida. Por eso es por lo que muchos de ellos huyen a la libertad israelí.
Dividido como está en sectores laicos y profundamente religiosos, Israel no es inmune a los prejuicios habituales en cualquier otro país libre. Pero allí los gais disfrutan de iguales derechos que los demás individuos. Sirven en el Ejército, desempeñan cargos públicos y pueden vivir con entera libertad. Y, como ha demostrado la semana pasada Amir Ohana, pueden optar a las más altas responsabilidades.
El nombramiento de Ohana por parte del primer ministro Netanyahu es temporal y aquél sólo será ministro hasta que se forme un nuevo Gobierno, tras las elecciones del próximo 17 de septiembre. Pero se trata de un paso significativo que muestra lo abierta que ha llegado a ser la sociedad israelí, así como la falsedad de la idea de que Netanyahu está ayudando a los ultraortodoxos a crear un Estado regido exclusivamente por la ley religiosa judía. Es más, el hecho de que Ohana no sea miembro de un partido de izquierdas, sino una figura emergente del Likud, puede chocar a algunos. Pero, como él mismo ha destacado, que sea gay no quiere decir que no se preocupe profundamente por la seguridad nacional y que no tenga como gran prioridad la defensa de los israelíes frente a quienes quieren acabar con su patria.
Con dicho nombramiento, Netanyahu ha hecho algo que no ha hecho ningún presidente norteamericano. Ningún gay estadounidense ha ocupado un puesto gubernamental tan destacado como Ohana, que además tendrá plaza en el gabinete de seguridad. Aunque algunos de los aliados ultraortodoxos de Netanyahu no estarán contentos de ver a Ohana en una posición tan relevante, no hay duda de que éste no será su último cargo relevante: es muy probable que sea un actor político destacado en el futuro previsible.
El ejemplo de Ohana es poderoso porque se trata de un likudnik que ha sido oficial en el Ejército y servido en el Shin Bet, el servicio de seguridad nacional. La extrema izquierda lo desprecia casi tanto como a su aliado Netanyahu.
El hecho de que Ohana sea un judío con ancestros marroquíes –y, como más de la mitad de los judíos de Israel, una persona de color, según la teoría de la interseccionalidad– hace de la idea de que no es un líder de una democracia diversa aún más mendaz.
Los haters izquierdistas de Israel dicen que hablar de la aceptación de los gais en la sociedad israelí es pinkwashing, un intento de ocultar el tratamiento que Israel da a los palestinos poniendo el foco de atención en los derechos de los gais. Sucede que los argumentos ilógicos sobre el pinkwashing son reflejo de la bancarrota intelectual de los intelectuales interseccionalistas. Israel trata bien a los gais porque es una democracia y una sociedad libre, no por una cuestión de relaciones públicas. Para los defensores de los derechos de los gais, pretender la destrucción de Israel y dar ayuda y consuelo a grupos palestinos nacionalistas e islamistas que oprimen y asesinan a los gais es tan estúpido como dañino para la causa de los derechos humanos.
Así las cosas, es a quienes vetan lo símbolos judíos en acontecimientos como la Dyke March de Washington o el desfile del Orgullo de Chicago (2017) a quienes hay que pedir cuentas, por excluir a los judíos. Puede que pretendan ser progresistas, pero, como todos los que incurren en el odio y el antisemitismo, son profundamente antiliberales.
La idea de que hay algo antiliberal en apoyar el sionismo –el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo judío– es una mentira descomunal que se cuenta a los jóvenes judíos liberales. Si los estudiantes y activistas judíos quieren ser verdaderamente progresistas, han de ser sionistas.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio