Por José Antonio Zarzalejos – Ya sabíamos por la encuesta de 2014 elaborada por la Liga Antidifamación (53.100 muestras) que España es el tercer país, tras Grecia y Francia, más antisemita de Europa.

Los episodios que lo acreditan son muchos y suelen vincularse ordinariamente a los grupos neonazis y de extrema derecha. Sin embargo no siempre es así.

La izquierda política es en España judeofóbica por antiisraelí, confundiendo la crítica a las políticas del Estado de Israel y a los radicalismos de algunos de sus ciudadanos –muy de actualidad, desgraciadamente, este verano- con las comunidades judías fuera de Israel. La izquierda española es pro palestina y no encuentra buenas razones para entender que Israel es la última frontera de Occidente y que sus dirigentes políticos son coyunturales en tanto la política israelí en su conjunto es un factor permanente en Oriente Medio.

La expulsión manu militari del cantante norteamericano judío Matisyahu del festival Rototom de Benicàssim por no pronunciarse sobre el Estado palestino y la política de Israel, constituye un escándalo de judeofobia militante que no puede solventarse con el olvido del incidente. Han protestado las comunidades judías española y mundial, pero Compromís que ha sido la fuerza política que ha alentado la campaña contra el cantante –no israelí, hay que insistir también en este detalle- parece ratificarse en la bondad de ejecutar el sectarismo de una asociación (BDS, siglas que aluden al boicot, desinversión y sanción a Israel) que ha sido la que ha inspirado la política del partido que cogobierna la Comunidad valenciana y preside el Ayuntamiento de Valencia.

El portavoz de Compromís en Castellón, no sólo no se ha disculpado por semejante discriminación inadmisible según nuestra Constitución, sino que la ha justificado aludiendo a no se sabe qué características intangibles del festival de Benicàssim que trascenderían al mero acto público –subvencionado por las instituciones- y exigirían que fuese un espacio de “libertad, paz y solidaridad” incompatible con el silencio libérrimo de Matisyahu sobre el cuestionario inquisitorial a que la organización del evento le sometía. Un supuesto éste que entra en el radio de acción del artículo 510 del Código Penal que sanciona la promoción del odio, la violencia y la discriminación contra grupos o personas por motivos racistas o antisemitas.

Ha sido especialmente vergonzoso porque ha tenido una ejecución institucional de la izquierda valenciana a instancias de una organización antisemita

En Europa la judeofóbia va a más. Lo pudimos comprobar con los atentados al supermercado de alimentos judíos tras el ataque terrorista a la revista satírica Charlie Hebdo en París el pasado mes de enero. Los judíos franceses están migrando a Israel y las comunidades de otros países adoptan precauciones de seguridad que hace unos años hubiesen sido impensables. El Viejo Continente tardó mucho tiempo después de la II Guerra Mundial en reconocer el Holocausto como demuestra el profesor británico Keith Lowe en su imprescindible “Continente salvaje” (Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores). Y ahora remolonea en la firmeza a la hora de combatir el odio a los judíos y las actitudes de discriminación contra ellos por el simple hecho de serlo.

El episodio del cantante Matisyahu resulta por eso especialmente vergonzoso porque ha tenido una inspiración y una ejecución institucional de la izquierda valenciana a instancias de una organización antisemita. Reclamar a un judío norteamericano una declaración política como condición previa a su actuación es un acto miserable y prepotente, discriminatorio y anticonstitucional que los organizadores del festival de Benicàssim no habrían exigido a ningún otro fuera de la nacionalidad, credo o raza fuera la que fuera…excepto si su condición era la de judío.

Hay una diferencia relativa entre los que linchan verbal o físicamente a los judíos –los neonazis- y los que con violencia moral, como en el caso de Matisyahu, expulsan de un festival a un cantante por razones estrictamente políticas vinculadas a su fe religiosa. En unos casos, la extrema derecha, en otros, la extrema izquierda. Pero el resultado es siempre el mismo: el antisemitismo, la judeofobia, continúan.

Habría que preguntarse con el profesor Lowe si Europa sigue siendo un “Continente salvaje” que no ha aprendido las lecciones de su reciente historia y emplazar a determinada a izquierda a que reflexione sobre su sectarismo. Ese que (sólo humor negro, por supuesto) llevó al ínclito concejal por Madrid, Guillermo Zapata, a explicar la forma sencilla de recluir en un seiscientos a un grupo de judíos: en un cenicero. Y es que a muchos progresistas –como los de Compromís- no se les ha quitado el pelo de la dehesa del prejuicio y el apriorismo sectario. Es esa izquierda incorregible y con un complejo de superioridad moral tan irritante como estúpido.

Fuente: El Confidencial