En el momento que damos el primer paso hacia un cierto, o incierto destino, ya estamos en el camino hacia donde queremos llegar.
Cada año, en un ciclo de celebración anual, nos preparamos para el mismo viaje hacia la Tierra Prometida, aunque muchos están convencidos que ya lo han terminado. El Viaje a la Libertad nunca se acaba.
Los seres humanos siempre estamos andando hacia un lugar, geográfico, reconocible o idílico, en el que pensamos que la libertad existe y es tangible. La libertad es un concepto abstracto sino va acompañado de algo más que de poéticas palabras que embellecen el concepto libertad, pero que no lo materializa en nada concreto. La libertad que no se puede visualizar en una productiva extensión agrícola, por citar un solo ejemplo, es una quimera que pretende motivar a la acción de aquellos que no pueden o no quieren hacer nada para ser libres. La libertad hay que amarla como se ama la vida.
La visualización más parecida a la libertad es el corazón humano que late constantemente llevando la sangre de la vida, a todo el cuerpo. Los apáticos carecen de la sensibilidad necesaria, descorazonados en otras palabras, para anhelar la libertad. En el corazón o en el hígado, según ciertos conceptos hebreos, reside esa especie de fuego interior que nos consume en busca de la libertad. Una forma de libertad que no se sustenta y entiende por el hecho de estar, o no estar, físicamente esclavo en Egipto. Los que aparentemente están libres puede que sean tan esclavos como aquellos, que soportaban el látigo del opresor. La esclavitud puede estar disfrazada de muchas formas diferentes que la hacen irreconocible, a simple vista.
La preparación para empezar, una y otra vez, el Viaje a la Libertad precisa de toda nuestra predisposición emocional para emprenderlo, dar por terminado y volver a empezar de nuevo el mismo camino. El ciclo de la libertad es finito e interminable a la vez, aunque suene contradictorio. La vida nos enseña que siempre anhelaremos la libertad, aunque nos creamos libres. No existe un estado emocionalmente ideal, en el cual digamos que somos libres de verdad. Toda aparente libertad es imperfecta, aunque igualmente deseable, como es deseable la misma Tierra donde fluye leche y miel de libertad.
La liberación de la esclavitud no debe confundirse con la libertad. En la práctica podríamos estar liberados y no ser libres manteniendo las mismas costumbres, practicas y gustos de la vida de esclavos. Los que se creen libres deberían estar conscientes de cuál es su nivel de dependencia de una forma de vida, con los pies sumidos en el barro del conformismo y la ignorancia, y alejada de la Luz de Libertad recibida en el Sinaí. No salimos de la esclavitud del pasado para seguir a los dioses modernos del egoísmo y egocentrismo que nunca nos llevarán a la ansiada libertad. La pesada carga emocional de la falsa libertad es más dañina que la verdadera carga, de la ya nombrada esclavitud.
La libertad que hoy se experimenta en el moderno Estado de Israel es la consecuencia directa de la libertad conquistada, a sangre y fuego, por un pueblo que en su clamor fue oído en los Cielos. Una libertad que precisa ser defendida por todos aquellos, como dijimos anteriormente, que aman la vida hasta el punto de estar dispuestos a morir por la libertad de todo el Pueblo de Israel. Los personalismos generan un egoísmo esclavizante, pero los intereses comunes y comunitarios de Israel nos permiten entender lo que significa ser parte del Pueblo Elegido para llevar al mundo la esperanza, la fe y la verdadera libertad. El Viaje a la Libertad que vamos a emprender tiene nombre propio comenzando en Pesaj ¿Nos acompañas en este arduo viaje? El Pueblo que celebra unido su Libertad permanece libre y unido. Un viaje que no precisa llevar mucho equipaje sino muchas ganas de libertad ¿Cómo nos preparamos para este emocionante viaje? Hay que estar atentos pues eso forma parte de otra historia.
Por José Ignacio Rodríguez, colaborador de Unidos con Israel