Se viene diciendo mucho que el viejo muro del antisionismo árabe se está resquebrajando. Yo mismo lo he dicho. Pero la persistente hostilidad hacia Israel podría eclosionar de nuevo.
Por Daniel Pipes
Un breve repaso a la historia de la actitud árabe hacia el Estado judío pone este peligro en perspectiva.
Durante cerca de veinte años, 1910-1930, la inquina hacia los sionistas fue una suerte de querella local de escaso interés para el resto del mundo árabe. Fue el muftí de Jerusalén Amín al Huseini, el más tóxico e influyente antisionista de todos los tiempos, quien internacionalizó el conflicto haciendo saltar las alarmas sobre los supuestos peligros que se cernirían sobre Jerusalén.
El sentimiento nacionalista panárabe llevó a que numerosos Estados árabes salieran militarmente a la palestra en 1948 para acabar con el recién nacido Estado de Israel. El shock que supuso su derrota (la Nakba) provocó la caída de los Gobiernos de Egipto y Siria e hizo del antisionismo la más poderosa emoción política en Oriente Medio.
En los siguientes 25 años, 1948-1973, casi todos los Estados árabes –con la conspicua excepción tunecina– explotaron la cuestión palestina para distraer y movilizar a sus subyugados pueblos. Los niveles de irracionaldad y odio homicida generados no tienen parangón. Pese a perder guerra tras guerra, incluso la más desnivelada de cuantas registra la Historia (la de los Seis Días, en 1967), los regímenes árabes siguieron aferrados a su letal insensatez.
Finalmente, tras la guerra de octubre de 1973, el cúmulo de derrotas provocó un cambio de perspectiva. La disruptiva visita de Anwar Sadat a Jerusalén (1977) fue la primera gran señal de que los Estados árabes consideraban muy oneroso y peligroso el conflicto militar con Israel. Hubo más; un abortado tratado de paz con el Líbano en 1983, el vigente tratado con Jordania de 1994, una serie de encuentros diplomáticos menores y el reciente acercamiento de Arabia Saudí y las monarquías del Golfo Pérsico. Así pues, en el nivel estatal, a 25 años de guerra intermitente les siguieron 47 de precaución.
No obstante, tantas décadas de vitriólica propaganda antisionista han tenido un profundo impacto en las sociedades árabes. Los sofisticados líderes acabaron concluyendo que enfrentarse a Israel era una mala idea en términos de coste-beneficio, pero una gran mayoría de sus súbditos siguen en estado de frenesí antisionista. El irredentismo sigue vivo y es muy peligroso.
Atendamos si no a las recientes elecciones presidenciales en Túnez. Túnez fue durante décadas el menos antisionista y en la actualidad es el más abierto y democrático de los países árabes. Así que esos comicios pueden tomarse como un indicador importante.
Para sorpresa de casi todo el mundo, Kais Saied se alzó con la victoria en las dos rondas; en la primera se impuso a otros 25 aspirantes y en la segunda cosechó el 73% por ciento de los votos. Lo de la sorpresa viene porque Saied, de 61 años, ha sido durante toda su vida profesor de Derecho Constitucional y carecía de experiencia política; y porque este hombre es una suerte de antiestética figura robótica con unos puntos de vista adustos, inconsistentes y excéntricos. Así que ¿qué hizo que consiguiera un triunfo tan arrollador?
Para su compatriota Lamine Ghanmi, la popularidad de Saied se asentó en su “fiera actitud hacia Israel”, de hecho aseguró que Túnez está en “estado de guerra” contra el Estado judío y calificó la normalización de relaciones como “una gran traición”. Miles de tunecinos celebraron su victoria saliendo a las calles con banderas palestinas y clamando por la destrucción de Israel.
Otro son del mismo parecer. Por ejemplo, la periodista Asia Atrús: “[Saied] expresó con gran contundencia sus sentimientos hacia los palestinos y su lucha nacionalista, marcando así la diferencia con su rival”. O el académico Abdelatif Hanachi: “La causa palestina fue determinante para él. Cambió el juego radicalmente”. Fuera de Túnez, el político islamista egipcio Osama Fazi Hamuda vio en el triunfo de Saied “un gran golpe a la normalización árabe con Israel”.
Aunque la disposición a aceptar a Israel se ha ido infiltrando en los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, lo cierto es que el cambio aún no ha ido demasiado lejos. Mientras las élites del mundo árabe suní vean en Israel un aliado útil –pero discreto– frente a la auténtica amenaza que representa Teherán, el sentimiento antisionista será sometido a control. Pero cuando ese interés común se desvancezca, el tradicional odio a Israel con marchamo palestino podría volver por sus fueros, con funestas consecuencias.
He aquí una razón más para que los israelíes, con ayuda americana, cierren el conflicto por medio de una victoria que haga que los palestinos reconozcan su derrota. Cuando los palestinos se rindan, lo más probable es que los demás árabes también lo hagan, en vez de insistir en su furia.
© Versión original (en inglés): danielpipes.org
© Versión en español: Revista El Medio