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El poeta checo, Rainer María Rilke escribió en agosto de 1914: “A través de todos los seres pasa el espacio único; espacio interior del mundo. En silencio los pájaros vuelan a través de nosotros. Y yo que quiero crecer, miro hacia fuera y es en mí que el árbol crece”.

Por Rabino Yerahmiel Barylka, Aurora

De pronto sentí que ese texto más que centenario, nos estaba hablando a todos quienes, por las actuales circunstancias, estamos solitarios, separados físicamente de los seres queridos y de nuestra rutina.

Pese a las circunstancias, presté atención que somos capaces de descubrir la más profunda libertad interior que la civilización consumista nos había robado al manipular por medio del análisis de las secuencias muchas de nuestras actitudes. Los nuevos faraones manipulaban nuestros deseos y nos manejaban y decidían por nosotros, sin que siquiera lo percibiéramos. Lo hacían de la manera más sofisticada posible, incluyendo el color de nuestras elecciones políticas, la ropa, los muebles, los viajes, y la manera de gozar del ocio.

Estas maniobras consiguieron quitarnos la libertad más valiosa que contamos como individuos: el libre albedrío.

Gracias al confinamiento descubrimos en estos días previos a Pesaj, muchas cosas olvidadas y nos preparamos para ser conscientes del valor del Éxodo que recreamos en el Seder y que caracterizan esta festividad.

Al leer la Hagadá, separados de amigos y familiares con los cuales nos reunimos siempre para compartir, lamentamos por adelantado la falta de la interacción personal, pero, nos damos cuenta que contamos con herramientas para superar el distanciamiento social estableciendo y elaborando un nuevo modelo de conexión emocional.

Descubrimos la posibilidad de alcanzar niveles muy altos de comprensión que se sitúan en la base de la empatía y que facilitan, la ayuda, la escucha, la contención y el consuelo.

Fácilmente podemos aprender del otro, sin importar si tenemos más o menos años de estudios o si leímos más o menos textos, porque el aprendizaje al ubicarse en otro nivel, alcanza el rango más amplio.

En las plegarias matutinas pedimos recibir los méritos acreditados por nuestros padres que, a quienes .A. benefició “ensañándoles leyes de vida”,… y pedimos tener “la aptitud de comprender, de discernir, de escuchar, de aprender y enseñar, de observar, ejecutar y dar cumplimiento a todos los mandamientos de la Torá con sincero amor”… Gracias a lo cual, “no seremos objeto de escarnio jamás”. El discernimiento que nos da el libre arbitrio es liberador de las esclavitudes que condicionan nuestras decisiones y fue el que nos permitió despertarnos de la rutina de los esclavos para arriesgarnos a arrojarnos a las aguas del mar de los Juncos y vagar por el desierto guiados únicamente por nuestra fe.

De pronto, las envidias y los celos, adquirieron otra dimensión.

Recordemos que nuestros antepasados ingresaron a Egipto, como consecuencia de las riñas en la familia debidas a las envidias y celos que llevaron a los hermanos de Yosef a buscar una manera de librarse de él, de la manera que fuera.

En el aislamiento descubrimos también otra libertad que se había herrumbrado: Poder elevar nuestras plegarias de agradecimiento, de loas y de protestas, sin estar condicionados por el ritmo fijado por el otro, y redescubrir que nuestro hogar puede convertirse en el templo del servicio divino.

Nos habíamos confiado por muchos años que la escuela tradicional era el espacio vivencial del judaísmo y los templos el sucedáneo del sentimiento individual del corazón. Ahora podemos, tomar consciencia y fijar el ritmo y la velocidad de nuestras plegarias sin depender de un colectivo que muchas veces “cumple” externamente el precepto de rezar pero que al hacerlo nos divorcia de nuestro corazón, de nuestra intención de nuestra pasión, del éxtasis, del arrobamiento, del fervor, del ardor y del entusiasmo. Ya no tenemos ni podemos huir para hacer retiros en las profundidades de los bosques para encontrarnos con nosotros mismos y con el Creador.

Podemos dialogar con nuestra familia como hacía mucho no lo hicimos preocupados por correr para ganar el pan y los objetos tantas veces superfluos. Logramos mostrar sin muchas explicaciones cómo se hacen las cosas que la rutina había robotizado, como por ejemplo, llevar a cabo las abluciones de las manos muchas veces por día, cumpliendo el mandato que en su momento nos ayudó a superar fetideces, pestes y calamidades, cuando los otros perecían.

Redescubrir la historia del Éxodo y relatarlo en otro lenguaje que el repetido tantas veces sin analizar por los maestros de los parvularios, cantando preguntas sin comprenderlas y recibiendo respuestas que no oímos y que no respondían a nuestras inquietudes como humanos y como judíos.

Este encierro es el entrenamiento para cuando al recuperar la libertad, podamos apreciarla como nunca antes y cantar cantos de alabanza.

Y en los próximos años, relatar a los hijos la terrible pero liberadora experiencia vivida este año.

Haleluyá,