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Esta semana se reunirán en Jerusalem una gran cantidad de dignatarios de todo el mundo para conmemorar el 75 aniversario de la liberación del campo de Auschwitz. Una fecha que recordamos todos los años, cada vez con menos sobrevivientes del horror de la segunda Guerra Mundial y de los campos de concentración de los cuáles Auschwitz es el más icónico y mentado.

Por Elías Farache S. / Aurora

Resulta una ironía de la historia, o una muestra de justicia, dependiendo como se vea, que se lleve a cabo tal conmemoración precisamente, en el Estado Judío, la casa de quienes fueron objeto de aniquilación por parte de la maquinaria nazi. Es la victoria póstuma de las víctimas, la derrota cierta del nazismo y del antisemitismo.

Y resulta un sinsentido de la humanidad, que en pleno siglo XXI, en muchos países del mundo, en muchas sociedades, las mismas que envían a sus representantes a Jerusalem a expresar solidaridad, bochorno, vergüenza del pasado y mejores intenciones para un mundo mejor, se encuentre activo y mortal el fenómeno del antisemitismo, causando todos los días víctimas y estragos.

Los últimos años ha sido muy poco edificantes en esto de erradicar el antisemitismo. Neonazis, supremacistas blancos, racistas de derecha y de izquierda, blancos y gentes de color, han hecho de las suyas en atentados de corte antisemita que parecían en vías de extinción o, en todo caso, producto de minorías radicales que se avergonzarían o temerían levantar la cabeza.

Pero no, no es así. En vez de disminución, hay franco incremento de incidentes antisemitas. En vez de sentirse los judíos más seguros en sus lugares de residencia o de tránsito, se sienten amenazados.

Afortunadamente, y no sin un gran sacrificio, los judíos tienen a Israel. Un Estado Judío que infunde cierto respeto y que protege, de una u otra forma, a los judíos en todas partes del mundo, amen de ser el hogar natural para cualquier judío que quiera emigrar. Pero es el Estado de Israel a las naciones del mundo, lo que el judío a la sociedad donde ha residido. Y el “antisemitismo personal”, ha mutado en cierta forma, a un “antisemitismo de estado o nacional”. Se condena entonces a Israel: por defenderse, por atacar… por existir. Hoy, el anti-sionismo es el antisemitismo políticamente correcto.

Existe un movimiento BDS: Boicot, Desinversión y Sanciones. El objetivo es asfixiar al Estado de Israel. Lo que no se puede con las armas y el terror físico, se intenta por otra vía.

Existe un país que ha declarado abiertamente que tiene como objetivo “borrar a Israel del mapa”. Su presencia en foros, en organismos y en general en la escena mundial, es tolerada, aceptada de buen talante por muchos.
Existen ciertos países que no reconocen el derecho de los judíos a un Estado. Y existen quienes no sólo no reconocen esto, sino que actúan en consecuencia tratando de debilitar a quienes consideran su enemigo.

Todo esto es en pleno siglo XXI. A 75 años de la liberación del campo de exterminio más emblemático del nazismo, símbolo del odio a los judíos. En plena visita de personalidades de todo el mundo a Israel, a Jerusalén, para repudiar con declaraciones y comunicados, el racismo, la discriminación… las situaciones que todos sabemos son perniciosas, pero que siguen ocurriendo, entre otras cosas, por la impunidad que impera en las sociedades y bajo los regímenes donde tienen lugar.

La diferencia de nuestros días con respecto a tan solo hace siete décadas es que los judíos cuentan con un Estado. Bandera, himno… patria. Eso da seguridad, y más que seguridad, dignidad.

En el medio de viajes, discursos, actos, visitas, condenas y declaraciones de buena fe… en muchos aspectos todo sigue igual. Odio y sinrazón.

Liberados de Auschwitz y aún presos del antisemitismo.■