(Iranproject)

Se veía venir. -Por Noah Rothman 

El ataque autorizado por el presidente Trump contra el comandante de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Iraní (CGRI), Qasem Soleimani, logró la neutralización de un sujeto nefasto con sangre americana en las manos. Según las estimaciones del Pentágono, casi una de cada seis bajas norteamericanas en la lucha contrainsurgente durante la guerra de Irak eran atribuibles al accionar iraní. Soleimani tomó parte activa en esa campaña, estableciendo campos de entrenamiento e instalaciones para fabricar los explosivos que perforaban los blindados estadounidenses.

Soleimani se mantuvo fuera del alcance norteamericano en tiempos de George W. Bush, y cuando la Administración Obama empezó a retirar fuerzas de Irak (2010), las milicias chiíes que aquél controlaba fueron un apoyo crítico para un presidente iraquí que no podía confiar únicamente en las desventuradas fuerzas de seguridad de su país. Cuando la Administración Obama levantó las restricciones para viajar que pesaban sobre Soleimani, como parte de su empeño por afianzar el acuerdo nuclear con Irán, uno de los primeros lugares que visitó el comandante de los CGRI fue Moscú, para coordinar con Rusia los esfuerzos iraníes por sofocar la rebelión contra Asad en Siria, respaldada por EEUU.

En estos últimos meses previos a la muerte de Soleimani, Irán ha desatado una campaña regional de provocaciones. En 2019 fue perpetró actos de piratería contra barcos de pabellón extranjero en el crucial Estrecho de Ormuz, así como un ataque contra petroleros internacionales “sofisticado y coordinado”, según los países que lo padecieron. También derribó un costosísimo drone de vigilancia norteamericano, y efectuó un ataque también muy sofisticado contra la mayor instalación de procesamiento de petróleo de Arabia Saudí.

Teherán no recibió una respuesta proporcional a todo eso por parte de Occidente.

En diciembre, milicias chiíes controladas por Irán pusieron en su mira instalaciones militares americano-iraquíes con ataques misilísticos cada vez más sofisticados. Se contaron hasta diez ataques antes de que, el día 16, el secretario norteamericano de Defensa, Mark Esper, demandara al Gobierno iraquí que contribuyera a la prevención de los mismos. En vano. El día 28, un ataque con cohetes se cobró la vida de un contratista y tres soldados norteamericanos. EEUU reaccionó llevando a cabo ataques contra posiciones iraquíes y sirias de la milicia proiraní responsable.

Pero Teherán no se detuvo.

En una dramática escalada, manifestantes leales a la milicia proiraní Kataib Hezbolá sitiaron la embajada norteamericana en Bagdad, lo que dejó atrapados en la misma a diplomáticos y otros funcionarios estadounidenses y comprometió la presencia de EEUU en Irak. El Pentágono interceptó información de inteligencia sobre más ataques contra diplomáticos norteamericanos ordenados por Soleimani. Ataques inminentes. El presidente Trump actuó de manera preventiva.

De hacer caso a los críticos de Trump, hemos asistido a un temerario asalto al orden existente en Oriente Medio. Pero es que no hay orden en Oriente Medio; no si Irán puede desestabilizar. Hoy, las tropas norteamericanas están en grave riesgo, dicen también; pero los acontecimientos del último mes dejan claro que ya lo estaban. De hecho, están allí a fin de prevenir conflictos precisamente porque un ataque contra ellas es considerado por los adversarios de EEUU como algo a lo que siempre seguirá una respuesta desproporcionada. Según el senador Chris Murphy, puede que Trump haya procedido ilegalmente porque no notificó al Congreso su intención de efectuar un ataque sorpresa contra el comandante de la Fuerza Quds. Lo siento, pero no estamos ante el asesinato encubierto de un político. Sino ante un ataque contra un comandante terrorista, perfectamente contemplado en la normas para la Autorización del Uso de la Fuetza Militar de 2001.

Los críticos de Trump parecen creer que la eliminación de Soleimani de los campos de batalla de Oriente Medio ha sido algo imprudente y arriesgado, pero parece más acertado aducir lo contrario. Su presencia en la región se había convertido en insostenible.

Los esfuerzos por poner freno a las agresiones de Irán en Oriente Medio llevaban tiempo fracasando, y la disuasión no se va a imponer por sí sola. Cualquier intento de subvertir el statu quo seguirá su curso hasta que dé con un nivel aceptable de resistencia o de riesgo para el que lo acometa. Pese a lo que andan diciendo los críticos, hasta el momento la Administración Trump ha venido infrarreaccionado ante las clamorosas agresiones iraníes, que no hacían sino cobrar vigor, y era inevitable que EEUU respondiera debidamente un día u otro. Irán puede seguir elevando la tensión, pero ya con un nuevo entendimiento de los costes.

Si esto sirve para someter a control las acciones iraníes, Irán será por fin disuadido. Y Oriente Medio ganará en seguridad.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio