Esta semana, Gilad Erdan, ministro de asuntos estratégicos, está en Londres con el cometido de luchar contra el BDS. Según el ministro Erdan, “Gran Bretaña es el centro mundial de la campaña BDS contra Israel” y está allí “para luchar contra el boicot y la deslegitimación (…) y para debatir con miembros del gobierno británico (…) de qué manera reforzar nuestra cooperación contra la campaña de boicot antisemita”.
No hay duda de que el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) se ha convertido en un punto sensible e Israel no puede seguir escondiéndolo bajo la alfombra. Hay esfuerzos para detener su avance, como en Illinois y Nueva York, pero aun así, Israel está saliendo derrotado y el BDS está tomando el control.
Si queremos ganar la guerra contra el BDS, no solo debemos eliminar el movimiento, sino también sus cimientos: el vil antisemitismo. Tratar de erradicar el BDS sin acabar con aquello que lo causa es como intentar combatir los niveles de glucosa en sangre sin reducir la ingesta de azúcar. Abolir el antisemitismo puede parecer una idea ingenua, pero es la única manera si queremos salir victoriosos. Y con un poco de compromiso por nuestra parte ciertamente es posible.
¿Por qué el odio feroz?
El odio al judío ha existido desde que existen judíos. En cada época fue revestido con un disfraz distinto, pero el odio ha continuado siendo el mismo.
Como ya he explicado en columnas anteriores, los judíos no se parecen a ninguna otra nación. Nuestros primeros antepasados no compartían una herencia conjunta, ni un lugar de nacimiento o cultura común. Maimónides, el Midrash (Bereshit Rabá), y muchas otras fuentes nos dicen que cuando Abraham el Patriarca vio que sus conciudadanos eran cada vez más hostiles entre sí, comenzó a preguntarse por qué sucedía eso y descubrió que la naturaleza humana es, utilizando la expresión bíblica, “mala desde una edad temprana”. En otras palabras, somos egoístas hasta la médula.
No obstante, Abraham también descubrió que, contrariamente a la naturaleza humana, el resto de la naturaleza está en unidad y armonía. Y sugirió que para contrarrestar la fuerza egoísta que había aparecido entre su pueblo, debían unirse y llegar al mismo equilibrio de la naturaleza que les rodeaba.
Lamentablemente, Nimrod, el rey de Babilonia, no compartía la opinión de Abraham. El rey creía que los babilonios podrían subir cada vez más alto con las alas del ego, y trató de demostrarlo con la Torre de Babel.
En estas circunstancias, Abraham no tuvo más opción que abandonar su tierra natal. Y relata el Midrashque, a medida que Abraham se desplazaba hacia Canaán, él, Sara, y después sus descendientes, explicaban la idea de unidad y congregaban a más seguidores. Finalmente, a los pies del Monte Sinaí, los descendientes de Abraham se convirtieron en una nación cuyo compromiso era ser “como un solo hombre con un solo corazón”. Inmediatamente después, les fue confiada la misión de llevar esta luz de la unidad a todas las naciones.
Aun así, incluso entre ellos mismos, fueron muchos los que volvieron a sus viejas costumbres egoístas, y el pueblo de Israel vivió constantes conflictos en torno a la idea de la unidad y el amor fraternal como modo de equilibrar la naturaleza humana y establecer una sociedad sostenible. Esos conflictos, por otro lado, contribuyeron a consolidar la convicción de Israel de que el único camino es la unidad y la fraternidad. Por esta razón, El Libro del Zóhar (Beshalaj) escribe: “Todas las guerras en la Torá son para la paz y el amor”.
Sin embargo, hace unos 2.000 años, la inmensa mayoría de la nación volvió a caer en lo que ahora reconocemos como la causa de nuestro exilio: el odio infundado. Y ahí es cuando surgieron las expresiones contemporáneas de antisemitismo. En su esencia, el odio a los judíos –o a los hebreos o israelitas– siempre ha tenido que ver con el rechazo de la idea de Abraham: la unidad es la solución a nuestros problemas; aunque las distintas circunstancias en distintos momentos hayan revestido el odio con diferentes atuendos: envenenamiento de pozos, Matzot horneadas con la sangre de niños cristianos (y ahora de musulmanes), belicismo, usura, conspiraciones para controlar el mundo, la propagación de enfermedades (desde la Peste Negra hasta el Ébola)… y la lista sigue y sigue.
La unidad: nuestra misión y nuestra salvación
Con el tiempo, nos hemos olvidado de la importancia de nuestra unidad, de nuestra tarea de ser una luz para las naciones a través de la unión y de la difusión de nuestra unidad por todo el mundo. Precisamente por culpa de nuestros egos enfrentados el mundo está inmerso en una crisis global. Por eso, ahora debemos restablecer la unidad y el compromiso con nuestra misión; de otro modo el mundo no va a querer ni vernos. Hoy en día, difundir esta luz de la unidad es clave para nuestra supervivencia.
El libro Shem Mishmuel nos dice: “El propósito de la creación era que todos fueran como un haz (…) pero a causa del pecado [egoísmo] el asunto se echó a perder. La corrección comenzó (…) con Abraham (…) Y la corrección final será cuando todo el mundo se convierta en un único haz”. También Rav Kuk escribió: “En Israel se encuentra el secreto de la unidad del mundo”. De un modo aún más conmovedor, Maor Vashemesh señala: “La mayor defensa contra la calamidad es el amor y la unidad. Cuando hay amor, unidad y amistad dentro de Israel, ninguna calamidad puede sobrevenirles”.
Actualmente la alienación y la hostilidad es lo que predomina en nuestra sociedad, así que no es de extrañar que el BDS esté ganando. El “escándalo del tren” y los asuntos de Elior Azaria, que acapararon la atención de los medios en Israel recientemente, son solo una manifestación del odio sin sentido que aún reina en nuestros corazones. Estamos destruyendo nuestro país otra vez. Cada vez que anteponemos el egoísmo a la unidad, alimentamos al BDS. Y estamos preparando el terreno para movimientos todavía más enérgicos contra nosotros.
El odio infundado que sentimos entre nosotros prendió el movimiento BDS, y solo nosotros podemos apagarlo. Para lograrlo tenemos que completar nuestro arsenal con un “arma” crucial: la unidad entretodas las facciones de la sociedad. Como ya escribí anteriormente: el mundo nos odia porque nos odiamos unos a otros; dejemos de hacerlo.