Desde pequeña he tenido la semilla de la incertidumbre sobre el futuro en la cabeza. Supongo que todos se lo habrán preguntado en algún momento de sus vidas. El porvenir es una sombra difusa que a veces parece totalmente incierto, pero no hay por qué preocuparse, ¡todo está bajo control! 

Todo está bajo control, no hay nada que temer. Esto era lo que me repetía una y otra vez el primer día de universidad, el primer día de mi primer trabajo e incluso probablemente me lo dije a mí misma el primer día que fui al colegio.

La principal diferencia que existe entre aquellos días y el hoy en día de mi vida es que ahora lo creo realmente, con emuná shelemá, fe completa. Recientemente he comenzado un nuevo curso en el que estoy aprendiendo, a través de la fabulosa profesora que HaShem ha puesto en mi camino, el funcionamiento básico del cuerpo humano. El primer día fue un poco accidentado y comencé las clases en un grupo que no era para mí.

Aun así, sentí cómo mi reacción era diferente a esos días en los que era más joven e iniciaba algo nuevo, aunque se asemejaba un poco a la desazón inicial que me alertaba de que “yo” no estaba controlando algo (como si en algún momento de mi vida haya tenido ese poder sobrenatural). Esta vez fue diferente, le pedía a HaShem que si me tenía que quedar en ese grupo iba a poner todo de mi parte para seguir las clases pero que si no era ese el lugar que me correspondía, entonces podía sacarme cuando quisiera de ahí, estaba lista para aceptar lo que creyera más oportuno para mí. Este pensamiento me dio mucha paz interior, saber que si debía continuar en ese lugar lo haría pese a todo y, si tenía que irme a otro sitio, entonces también vería el camino delante de mí. Y, efectivamente, así sucedió. Me recolocaron en la clase en la que estoy ahora, que me encanta y donde conozco ya a personas maravillosas con las que converso y me siento a gusto.

Recuerdo este mismo sentimiento de la primera vez que fui a las clases de conversión. Con mi cuaderno nuevo, especialmente reservado para esas lecciones, dispuesta a aprovechar al máximo cada una de las palabras que salían de la boca de mi rabino. Ir conociendo poco a poco a los integrantes del grupo y darme cuenta de las muchas cosas que teníamos en común fue una experiencia maravillosa y gratificante que nunca olvidaré en mi vida si Di-s quiere.

En ese momento, estudiaba los entresijos del alma. Un concepto revolucionario para mí. Saber cómo funciona el mundo espiritual, cómo los judíos cumplimos con las leyes que se nos han encomendado era para mí un estudio apasionante, más que ninguna otra cosa que hubiera abordado a lo largo de mi vida. En este momento, salvando las diferencias, estoy dándome cuenta de la perfección del cuerpo humano. Cada músculo, cada hueso, cada tendón tiene una misión específica y a la vez multidisciplinaria que encaja a la perfección en un engranaje creado con tanto amor que solo HaShem podría diseñar una maquinaria tan perfecta. Mientras más avanzo en el estudio, más risa me da pensar que hay gente que cree que todo fue producto del azar, o de la llamada evolución. El estudio puede encauzarse para comprender, a la medida de nuestra inteligencia, cómo HaShem crea continuamente el mundo o bien para satisfacer y engrosar ciertas ínfulas de grandeza de personas que se creen más listos que los demás y que menosprecian a los que saben que Di-s existe, mediante argumentos basados en estudios de otras personas más engreídas todavía.

Saber, estudiar, conocer, no es algo malo, no es peligroso querer descifrar el funcionamiento del cuerpo humano. Lo que entraña riesgo es creer que lo que estamos aprendiendo entra en nuestra mente por mérito propio y que es fruto tan solo de nuestro esfuerzo y dedicación. Si HaShem no quisiera que comprendiéramos algo, no nos bastarían todas las fuerzas del mundo para hacerlo. Sin embargo, cuando Él nos “autoriza” a que ese conocimiento entre en nuestra cabeza, todo fluye y nuestro esfuerzo (no hay que olvidar que tenemos que poner de nuestra parte) surte efecto, solamente gracias a Di-s.

En este momento, estoy más maravillada que nunca de la perfección del cuerpo humano, de lo sencillo que parece el simple acto de estar escribiendo en este momento en el teclado de la computadora sin tener en absoluto consciencia de los miles de músculos, huesos, tendones, ligamentos, pensamientos, neuronas… que se están coordinando a la perfección para que pueda escribir estas palabras. Desde el átomo o la célula más pequeña hasta los grandes huesos o la piel que vemos, todos tienen una tarea que cumplir a lo largo de la vida. Y todos ellos se van a mover al compás marcado por HaShem para que habitemos este mundo hasta el momento que Él quiera.

Si tienes alguna pregunta o quieres compartir tu historia o inquietudes, escríbeme a tali.mandel.18@gmail.com

Fuente: Breslev en español

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