Unidos con Israel

Después de las lágrimas llega el premio

Había una vez un hombre que era propietario de un negocio muy exitoso en el mercado al aire libre del centro de Jerusalén. El alquiler por esa zona era muy caro pero…

Había una vez un hombre que era propietario de un negocio muy exitoso en el mercado al aire libre del centro de Jerusalén. El alquiler por esa zona era muy caro pero la ubicación central, junto con la enorme cantidad de clientes que tenía, hacía que valiera la pena.

Un día, HaShem quiso hacerle un gran favor a esta persona así que hizo que un competidor abriera un negocio parecido justo enfrente del negocio de él. Si bien en verdad nadie puede apropiarse de lo que no es suyo, nuestro querido dueño del negocio vio cómo sus ventas iban en disminución, mientras que el alquiler seguía igual de caro que antes.
El hombre fue a consultar a Rabí Beniahu Shmueli, que Dios lo bendiga, y le narró toda la historia, incluyendo el detalle de sus ingresos cada vez menores y del nuevo competidor. El pobre estaba furioso.

Rabi Shmueli le dijo: “¿Qué es lo que te ha pasado? ¡Si HaShem te hizo esto, ciertamente es para bien! ¡No es el otro vendedor; es HaShem!”
El hombre no se resignaba a aceptar estas palabras y continuó insistiendo: “¿Qué? ¿HaShem? ¡No es HaShem; es él!”. Sin embargo, todavía le quedaba un poco de fe en Rabi Shmueli, así que le preguntó: “¿Qué me recomienda que haga?”.

El Rabino Shmueli dijo: “Es todo para bien”. Cierra este negocio que tienes aquí y ábrelo de vuelta en otro barrio en el que el alquiler sea más barato. Tal vez no tengas los ingresos a los que estás acostumbrado, pero por lo menos vas a tener una entrada. Acepta este decreto con amor”.
El hombre se fue enojado y muy enfadado, pero la verdad es que no tenía otra opción, así que volvió a abrir su negocio en un barrio más barato, cerca de Mea Shearim. Encima del nuevo negocio vivía una señora anciana y sola. El dueño del negocio se dio cuenta de eso y le dio lástima y así fue como empezó a darle comida y a ayudarla con todo tipo de trabajos que le resultaban difíciles de hacer. Él se volvió como un hijo para ella y la ayudaba en todo, sin esperar nada a cambio.

Un día la señora le pidió que subiera a su departamento, ya que quería contarle algo. Él estaba muy cansado después de todo un día trabajando, así que pensó en rehusarse, pero al final sí subió al departamento de la anciana. Entonces esta comenzó a contarle la historia de su vida, de cómo enviudó y perdió a su único hijo. Impaciente, el hombre miraba a cada rato el reloj. De repente, la anciana le dijo: “¡Deja de una vez por todas de mirar el reloj! Un poco más de paciencia. Ya me has dado tanto de tu vida, que lo único que te pido ahora es una sola hora más.

Entonces la mujer fue al grano. Su tío había fallecido y le había dejado en herencia cinco millones de dólares y dado que ella no tenía herederos y dado que se dio cuenta de que él era el único al que le importaba de ella, la mujer decidió dejarle toda su fortuna. Lo único que le pidió fue que comprara una habitación en una yeshivá para eso fuera un mérito para su alma, y que en esa habitación siempre hubiera alguien que estudiara Torá.

El hombre regresó a lo de Rabi Shmueli para comprar una de las habitaciones de su yeshivá.

Rabi Shmueli le preguntó: “¿No me habías dicho que perdiste todo lo que tenías?”

El hombre le contó toda la historia y entonces se dio cuenta de que en virtud de haber seguido el consejo del Rabino, ahora había recibido toda esta enorme fortuna.

“¿Ves?”, dijo Rabí Shmueli. “¡Todo es para bien! Cuando nos enfrentamos a una prueba, no comprendemos lo que nos está pasando ni por qué. Por eso, debemos hacer a un lado toda la lógica y aferrarnos a la Emuná de que todo es para bien. Debemos alabar a HaShem con todo el corazón y decirle: ‘Gracias HaShem, que me diste un buen sustento para tantos años y gracias por haber hecho que cambiara de local para el negocio’. Simplemente sé feliz todo el tiempo, porque la persona tiene que anular su propia voluntad ante la Voluntad de HaShem, con alegría y de buena voluntad”.

Fuente: Breslev en español

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