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El síndrome de “a último momento”

 

Karen y Richie eran estudiantes de primer nivel de educación física en el campus de la Universidad de Maryland. Ambos eran excelentes atletas, cada uno con su especialidad: siendo una sobresaliente gimnasta, Karen tenía planes de iniciar una carrera en educación, mientras que Richie aspiraba a ser un entrenador de natación y buceo de primer nivel. Tenían mucho en común y planeaban casarse una vez que se graduaran.

Mientras tanto, siempre los iban a poder encontrar juntos, ya sea asistiendo a las mismas clases  o disfrutando de actividades al aire libre. Jugaban partidos de tenis y de golf y durante los fines de semana se iban a pasear en bicicleta por el río Potomac.

Así como Karen y Richie amaban las mismas cosas, también odiaban las mismas cosas. Y lo que más odiaban era Química Orgánica 202, que era un curso obligatorio para majors en educación física igual que lo era para estudiantes de medicina. No había nada que hacer. Karen y Richie podían hacer todos los exámenes “con los ojos cerrados” pero química orgánica no: esta era una materia en la que uno tenía o sí o sí que sentarse a estudiar, y estudiar, y estudiar. De no ser por esta némesis, sus días de estudiantes en la universidad habrían sido un paraíso terrenal, pero qué podemos hacer si siempre hay un bache en el camino…

La pareja decidió que el pelado que enseñaba química orgánica no podía enseñarles nada que no estuviera en el libro de texto; todas las fórmulas y las clases de compuestos químicos aparentaban ser muy claros, prácticamente lo mismo que escribía el profesor en el pizarrón, así que ¿para qué iban a sentarse en clase toda una tarde de primavera cuando podían estar dando el primer golpe en uno de los campos de golf más lindos de la costa este?

El reloj no dejaba de hacer tictac; transcurrieron minutos, horas, días y semanas hasta que finalmente el hacha se puso a pender sobre sus nucas: los exámenes finales. Les quedaban solamente dos semanas para prepararse para el Día del Juicio en Química Orgánica. Ahí fue cuando empezaron a acordarse de que no les quedaba tiempo y tenían que poner a estudiar como locos.

Karen y Richie no abrieron ni un libro hasta 72 horas antes del examen final. Ahora bien: un libro de química orgánica de 452 páginas no es lo mismo que una novela de 452 páginas. No es algo que uno pueda estudiarse en uno o dos días. A veces, uno puede luchar con una sola página durante una semana entera. Entonces ¿cómo va a poder estudiar de una sola vez 452 páginas de iones, aniones, carbonatos, óxidos, alcoholes, fenoles y carburos en tres días?

Primero que nada, se pasa la noche en vela.

La pregunta es ¿cómo hace uno para pasar tres noches sin dormir? Uno se destruye el cuerpo  y el cerebro con las pastillas para no dormir y bebiendo café turco y Redbull como si fueran agua. En una palabra: uno se vuelve un zombi con grandes ojeras negras debajo de los ojos y palpitaciones cardíacas a la avanzada edad de 21 años…

Después del examen, la pareja del campus se vino abajo y tardaron dos semanas enteras en recuperarse del trauma que le habían causado al organismo. ¿A ustedes les parece que valió la pena? Bueno, incluso si lograron aprobar el examen (a duras penas…), no lograron retener en la memoria ni una sola cosa de todo lo que estudiaron esas tres noches. O sea que todo ese esfuerzo no les sirvió en absoluto para su desarrollo educativo o personal, excepto ayudarlos a recibir el diploma.

***

No piensen que el síndrome de cramming es característico únicamente de estudiantes universitarios como Richie y Karen. A decir verdad, la mayoría de las personas judías sufren de lo mismo. Todo el año hacen lo que se les antoja, y se olvidan de que ellos también van a tener que enfrentar los “exámenes finales”, cuando el Tribunal Divino examina cada acto, cada palabra y cada pensamiento del año que transcurrió. Este examen final es el día del juicio anual, denominado Rosh Hashaná. Y esto no es ninguna broma, porque es  una cuestión de vida o muerte, tal como decimos en la liturgia de Rosh Hashaná: “Quién por fuego, quién por inundaciones, quién por la espada, quién por un animal salvaje…”.

¿Cómo podemos prepararnos para este examen? ¿Quién puede dar cuentas de lo que pensó, dijo o hizo hace nueve, seis o incluso tres meses atrás?

Por suerte, Hashem nos dio la mitzvá de la teshuvá, o sea, la penitencia. Simplemente admitimos ante Hashem todo lo que hicimos mal y Le pedimos que nos perdone y que nos ayude a mejorar. Si la teshuvá es una “lluvia espiritual”, entonces para mantener nuestra higiene espiritual, tenemos que evaluarnos y corregir todo aquello que necesita corregirse cada día.

Obviamente, el mejor curso de acción e dedicar una hora del día a hacer plegaria personal, cuando examinamos todo lo que hicimos en las últimas 24 horas, y hacer nuestra teshuvá. De esa manera, no hace falta que condensemos esos 365 días en los pocos días que quedan antes de Rosh Hashaná. Sin embargo, la mayoría de las personas esperan hasta la última semana o los últimos tres días. No es fácil…

Hashem sabe que somos solamente seres humanos, así que nos da un lapso especial cada año antes de Rosh Hashaná, que se llama el Mes de Elul. Así que ¡manos a la obra!

Fuente: Breslev en Español

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