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Una idea inspirada en un baño de mar condujo a la producción de energía de la misma intensidad de la que se consigue con las células solares clásicas.

Por Naama Barak

El alga ULVa, conocida como “lechuga de mar”, puede convertirse en una importante fuente energética libre de carbono. Foto: TM/Shutterstock

El inventor griego Arquímedes tuvo su momento Eureka mientras se bañaba pero el estudiante israelí Yaniv Shlosberg alcanzó ese estado de claridad cuando un día nadaba en el mar.

Inspirado por la vista de algas marinas en una roca, se preguntó si estas podrían usarse para crear energía verde sin carbono.
Con algo de investigación y una publicación posterior, la respuesta se convirtió en un “sí” rotundo.

Durante mucho tiempo, los efectos negativos del uso de combustibles fósiles llevaron a los investigadores a buscar formas más limpias y respetuosas con el planeta para ofrecerle energía al mundo.
Una de esas líneas de investigación implica el uso de organismos vivos como fuente de corriente eléctrica en las celdas microbianas de combustible pero el problema con esto es que las bacterias necesitan ser alimentadas de forma constante y, en algunos casos, son patógenas.

Otra opción es la tecnología de células fotoelectroquímicas llamada Bio-PhotoElectrochemical Cells (BPEC), en la que la fuente de electrones puede derivarse de bacterias fotosintéticas, especialmente cianobacterias o algas verdeazuladas.

El único problema es que es comercialmente menos atractiva ya que la cantidad de corriente que se puede producir es menor que la de otras fuentes como las celdas solares.

“Tuve la idea un día cuando fui a la playa. En ese momento estudiaba la idea BPEC de cianobacterias y de repente cuando vi algas en una roca que parecían cables eléctricos. Me dije a mí mismo que debido a que también realizan la fotosíntesis, tal vez era posible usarlas para producir energía”, explicó Shlosberg.

Junto a un equipo de investigadores del Instituto de Tecnología Technion de Israel y el Instituto de Investigación Limnológica y Oceanográfica, Shlosberg comenzó a explorar el uso de la Ulva, o lechuga de mar, que en las costas mediterráneas de Israel crece de forma natural o con fines de investigación.

Luego de desarrollar nuevos métodos para conectar a las algas con la nueva tecnología, los científicos consiguieron corrientes mil veces mayores que las de las cianobacterias, es decir al nivel de las obtenidas de las células solares estándar.

Una de las tinas de crecimiento de Ulva en el Instituto de Investigación Oceanográfica y Limnológica de Israel en Haifa. El recipiente está cerca de la playa y el agua de mar fresca fluye de forma continua a través del sistema. Foto cortesía de la Oficina del Portavoz de Technion

Corriente en la oscuridad

Los investigadores señalaron que el aumento de las corrientes producidas por las algas Ulva se debe a su alta tasa de fotosíntesis y a la capacidad de usarlas en su agua de mar natural como electrolito BPEC.

Además, las algas también pueden generar corrientes en la oscuridad gracias a un proceso de respiración mediante el cual los azúcares producidos en el proceso fotosintético se usan como fuente interna de nutrientes.

Este nuevo método no solo carece de carbono sino que de hecho es de “carbono negativo”, ya que las algas marinas absorben el gas de la atmósfera durante el día mientras crecen y liberan oxígeno.
Tampoco se libera carbono durante el día (en el proceso de recolección de la corriente).

Hasta el momento, los investigadores idearon un dispositivo prototipo que recoge la corriente directamente en la tina de crecimiento de Ulva. Es que consideran que este descubrimiento se puede mejorar y desarrollar aún más como una futura solución de energía verde.

“Es una maravilla de dónde vienen las ideas científicas”, concluyó Shlosberg.

 Fuente: ISRAEL21c

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