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Jerusalem

Por Ilan Eichner.

Ha sido aprobada una resolución por la Organización de las Naciones Unidas que establece, entre otras cosas, que no existe nexo alguno entre el Monte del Templo en Jerusalem y el pueblo judío, incongruencia –que roza la calumnia– de una magnitud tan significativa como decir que el Vaticano no tiene relación alguna con el Cristianismo. ¡Bazofia pura! ¡Falacia total!

La forma en que los palestinos, en complicidad con la UNESCO –fallido pseudo órgano de ciencia, educación y cultura de las Naciones Unidas–, en un claro acto de proselitismo, tergiversan los hechos históricos para favorecer un interés político es en absoluto repudiable y grotesca, al igual que la campaña que durante los últimos meses ha emprendido el liderazgo palestino que pretende intentar eliminar por completo y de manera arbitraria el nexo histórico y fáctico que une al milenario pueblo judío con Jerusalem, fingiendo que esta en sus sucias manos modificar el curso de la historia.

Lo que los palestinos han disfrazado de una preocupación por la preservación del patrimonio cultural de la humanidad, tiene poco o nada que ver con un ejercicio cultural; se trata de una maniobra política, una de muy baja categoría. Es claro que el razonamiento del liderazgo palestino al respecto pretende desvincular el nexo entre el judaísmo e Israel por medios que recaigan en el plano de lo políticamente correcto para posteriormente con fundamento en aquellos razonamientos falsos favorecer su causa en el conflicto palestino-israelí.

Desde luego, ha saltado a la atención del liderazgo palestino que admitir el hecho histórico de que en donde hoy se encuentra la mezquita de Al-Aqsa y el domo de la roca estuvieron alguna vez los dos templos más sagrados en la historia del judaísmo es una forma de debilitar su mentirosa afirmación de que legítimamente le corresponde al pueblo palestino la tierra de Israel.

Por lo menos lo verdad histórica aceptada actualmente, misma que el liderazgo palestino busca desprestigiar, implica aceptar la realidad de que antecede, inclusive a la existencia del pueblo palestino, la presencia judía en Jerusalem, restando toda congruencia a su narrativa y causa.

Es un hecho que el lugar más sagrado para el judaísmo durante por lo menos –según ha resultado de investigaciones arqueológicas– los últimos tres mil quinientos años ha sido Jerusalem.

Por otra parte, para quien acepta la veracidad de las Sagradas Escrituras, puede hacerse la misma afirmación sumando un millar de años más, cosa que significa que existe respaldo histórico-documental de la presencia israelita en Jerusalem, y desde luego, de su santificación por parte del pueblo judío, que data por lo menos de cuatro mil quinientos años de antigüedad. Dígase además que la Santa Torá menciona a Jerusalem por lo menos en seiscientas veintidós ocasiones de manera literal y en centenares más se alude a la Santa Ciudad con alguna otra denominación, mientras que el Corán –texto revelado de la fe musulmana– no lo hace en ninguna ocasión: omite toda mención de Jerusalén, restándole toda importancia a la ciudad de oro –pieza central en la vida judía de los últimos cuarenta y cinco siglos– en su fe.

Anótese además que durante los últimos dos mil años, el pueblo de Israel ha rezado por lo menos tres veces diarias, en su devota plegaria habitual, por el retorno a Jerusalem y la reconstrucción del Templo en Haar HaBait (valga la redundancia, el denominado Monte del Templo) sin olvidar que en múltiples celebraciones a lo largo del año en el calendario judío son decoradas constantemente con la frase “le’shana habaá ve’Ierushalaim” (el año próximo en Jerusalem), mientras que en las plegarias del Islam, igual que en el Corán y en la tradición islámica en general, se omite cualquier referencia a Jerusalem.

Sucede también, que no sólo el pueblo judío ha dado testimonio a lo largo de los últimos milenios de su indiscutible nexo con Jerusalem, su eterna capital, sino que también muchos otros pueblos lo han confirmado en su relato del acontecer de la historia. Verbigracia de lo anterior, entre muchas otras, es que existen registros de una de las múltiples campañas militares de Alejandro Magno que relatan como tras su llegada a Jerusalén posterior a la conquista de Egipto, el gran militar, sorprendido por el recibimiento de los lugareños judíos para él y sus ejércitos –en Jerusalén–, reverenció al Sumo Sacerdote del Templo buscando enaltecer a su Di os, provocando que inclusive en la actualidad el pueblo judío conmemore tal suceso la fecha del día veinticinco del mes de Tevet.

Otro ejemplo que puede aludirse es la vista del rey griego Ptolomeo II a Jerusalén, que resulto en que, tras su encuentro con los israelitas, ordenara la traducción de la Torá al griego. Viene a colación también la conquista de los seléucidas de Jerusalén y la toma del Templo Judío, contada como uno de los más importantes logros militares de Antíocus, suceso del que deriva la popular festividad judía de janucá. Por último, omitiendo una importante cantidad de ejemplos, hágase referencia a la destrucción del segundo Templo de Jerusalem, relatada por el emperador romano Tito como una de sus grandes hazañas, haciendo hincapié en la derrota de los judíos como nativos de Jerusalem.

Debe comentarse, que si bien es cierto que el Corán no menciona a Jerusalem directamente, sí hace referencia a en su texto a la Tierra de Israel, nombrando a los judíos dueños legítimos del territorio en reiteradas ocasiones. Establece, a la letra la sura quinta en su vigésimo primer versículo: “Allah ha asignado la Tierra Santa a los hijos de Israel hasta el día del juicio”.

Se establece también en la sura vigésima sexta, en su quincuagésimo noveno versículo: “hicimos los hijos de Israel los herederos [de la tierra]”. Cuestión que deriva en el claro reconocimiento que hace de origen el Islam en su texto fundacional de la indiscutible propiedad judía de la Tierra de Israel, y desde luego, de su capital desde tiempos del Rey David: Jerusalem . Agréguese, que se hacen más alusiones al tema en cuestión en los siguientes versos del texto revelado del Islam: 2:47; 7:137; 10:93; 20:80; 45:16; 44:32; 32:23-24;17:104.

Cítense las palabras del Jeque Jordano Ahmad Adwan al respecto, quien dijo: “yo le digo a aquellos que distorsionan el libro de su Señor, el Corán: ¿De dónde trajeron el nombre de Palestina, ustedes mentirosos, malditos, cuando Allah ya lo ha llamado ‘La Tierra Santa’ y legó a los hijos de Israel hasta que el día del juicio. No hay tal cosa como ‘Palestina’ en el Corán. Su demanda de la Tierra de Israel es una falsedad y constituye un ataque contra el Corán, los judíos y sus tierras. Por lo tanto vosotros [los palestinos] no tendréis éxito, y Allah los juzgará y los humillará, porque dios va a proteger a los judíos… los palestinos son asesinos de los niños, ancianos y mujeres.

Atacan a los judíos y luego usan esas [niños, ancianos y mujeres] como escudos humanos y se esconden detrás de ellos, sin piedad para sus hijos como si no fueran sus propios hijos, con el fin de decirle a la opinión pública de que los judíos tienen la intención de matarlos. Esto es exactamente lo que vi con mis propios ojos en los años setenta, cuando [los palestinos] atacaron al ejército jordano, que los albergó y protegió.” Todo lo anterior comprueba fehacientemente el hecho de que nuevamente puede afirmarse la decadencia de las dependencias de las Naciones Unidas, su poca credibilidad y clara parcialidad política.

Por otra parte, afortunadamente para Israel, y para quien favorece la verdad, la potestad declarativa de las Naciones Unidas no es vinculante en forma alguna para el Estado de Israel ni ningún otro, puesto que tal órgano –igual que la fallida UNESCO– no se encuentra embestido de ninguna clase de Autoridad.

Condénese por completo el actuar de UNESCO, y hágase hincapié en que, si bien el conflicto palestino-israelí no es una disputa territorial, el papel que el dominio de Jerusalem juega en la confrontación es trascendental, no por el espacio estratégico que ocupa la Ciudad, sino porque ella es la indiscutible prueba de que la Tierra de Israel pertenece al pueblo judío, cuestión que el liderazgo palestino reconoce como punto fundamental en su batalla de legitimidad contra Israel.

Por Ilan Eichner,

Fuente: Hatzad Hashení