Unidos con Israel

La vida en Israel bajo la sombra de los cohetes de Hamás

Israeli rocket fired at Lebanon

Photo by Haim Azulay /Flash90.

Por Stephen Daisley (The Spectator)

A mitad de mi café un soldado entró corriendo. “¡Tzeva adom!” “¡Alerta Roja!” Las copas resonaron, las sillas chillaban a lo largo del suelo de color pizarra.

Se produce un éxodo tranquilo hacia un refugio improvisado contra las bombas: el baño de concreto reforzado de la cafetería. Soldados al frente, paramédicos detrás, civiles en la parte posterior. Decenas de rostros son iluminados por los insistentes destellos de Alerta Roja, una aplicación que advierte sobre el fuego entrante. Los extranjeros bromean nerviosamente, los lugareños tropiezan con los eternos inconvenientes. Luego de unos minutos, se da la orden de despejar todo y los comensales regresan a su almuerzo. Son las 1.02 pm y otro cohete acaba de atacar Israel.

Nos encontramos en el cruce Yad Mordechai, a 4 kilómetros de la línea de armisticio de 1949, la frontera entre Israel y Gaza. Esta es la segunda vez en 30 minutos que hemos tenido que huir de un cohete de Hamás. En ambas ocasiones, se escuchó un anuncio público: el tono de hecho anunciaba la ‘Alerta Roja’ considerado como menos dañino psicológicamente que las constantes sirenas de ataque aéreo. El sistema protector Iron Dome, el escudo de defensa anti-balístico de Israel, se encargó del primer cohete; El segundo pudo penetrar y dio contra una casa cercana. Los israelíes dicen que sin el sistema Dome, las bajas serían mucho mayores y que el gobierno no tendría otra opción que lanzar una nueva ofensiva militar a gran escala contra Hamás.

Decenas de israelíes heridos en los últimos días fueron trasladados a hospitales en la zona fronteriza. El martes por la mañana, los cohetes de Hamás cobraron su primera muerte esta semana: Mahmoud Abu Asabeh, un palestino de 48 años que trabajaba en Israel, murió cuando un proyectil impactó en su edificio de apartamentos en Ashkelon. Este deja atrás una esposa y 5 hijos. El tenso cese al fuego entre Israel y Hamás parece probable que sobreviva a la fallida operación realizada por las FDI el domingo dentro de Gaza, que les costó la vida a un alto oficial israelí (nombrado solamente como ‘el Teniente Coronel M’) y 7 palestinos. La historia de los israelíes es que esta fue una operación de inteligencia de rutina que salió mal, pero existen informes que fue un intento fallido de asesinato.

Donde sea que se encuentre la verdad, Hamás se vengó – como siempre – contra los civiles israelíes, atacándolos con cientos de cohetes y provocando una respuesta que ha terminado con la vida de 7 habitantes de Gaza, según la agencia de noticias palestina Maan. El agresivo ministro de defensa israelí Avigdor Liberman renunció el miércoles, en lo que se considera un acto de posicionamiento político ante rumores de nuevas elecciones.

Viajé a Israel esta semana como parte de una delegación de periodistas británicos invitados por el ministerio de asuntos exteriores del país. Con el gobierno haciéndose cargo de la situación, temí que pudiera ser uno de esos viajes de promoción donde los diplomáticos interpretan favorablemente las habituales frases: Israel, la víctima, Israel, el Edén de la alta tecnología e Israel, la única democracia en la región. En cambio, se nos dio un mayor acceso a los cuerpos policiales, a los diplomáticos más importantes, a los responsables de tomar decisiones y a los políticos. Los puntos de control, el racismo antiárabe, la Ley del Estado Nación, nada ha estado fuera de discusión. Lo han ido retrasando, a veces con fuerza, pero se ha ocultado poco sobre el tema de las culpas de Israel.

Esta franqueza es lo que nos hace insistir en visitar la frontera de Gaza tal como fue programado: esta es una oportunidad para probar todo lo que nos han dicho. Nuestra planificada visita al cruce fronterizo de Kerem Shalom está ahora fuera de toda discusión, lastima ya que Kerem Shalom es un lugar pujante. Israel envía camiones cisterna repletos de combustible junto a suministros esenciales a Gaza. Luego de mucho insistir nuestros anfitriones aceptan llevarnos lo más cerca posible a la valla fronteriza. Recorremos una carretera en la que todo el resto del tránsito es dirigido en dirección opuesta y después de una hora, llegamos al Instituto Universitario Sapir, justo a las afueras de Sderot. Sapir cuenta con 8.000 estudiantes – 7.000 de ellos judíos y 1.000 árabes o beduinos – pero hoy las premisas universitarias son como un fortín. Las autoridades lo cerraron brevemente el martes porque está directamente en la mira desde Gaza, antes de que fuese abierto de nuevo. La edificación también es literalmente un fortín: la universidad está rodeada por una barrera de concreto diseñada para verse como las paredes del edificio.

Dentro de su fortaleza educativa, nos reunimos con Zohar Avitan, director de estudios académicos, que ha estado en la universidad desde 1977. Un hombre de humor alegre, sus bromas son interrumpidas por un lamento regular sobre la ausencia de sus estudiantes. Avitan habla de ellos con gran afecto, especialmente las mujeres beduinas que dice tienen que escabullirse en secreto a las clases todos los días para que sus esposos no se enteren. Sapir es para él “la nave maravilla, la nave de los sueños”, donde los estudiantes pueden encontrar su camino en la vida.

Antes de la segunda intifada, Sapir tenía un contingente considerable de estudiantes oriundos de Gaza y daba cursos dentro de la Franja. “Esto fue cuando creíamos en la paz”, dice Zohar. Se encuentra algo triste pero no se le nota amargado. Sus padres, judíos marroquíes, se mudaron a Israel cuando tenía un año de edad y la familia vivía en una casa de 32 mts cuadrados en Sderot. Él está orgulloso de su ciudad, recordando cómo se la conocía para ese entonces en la década de los años 80 ‘la Liverpool de Israel’ por producir una sucesión de artistas de primera categoría.

Zohar tiene la edad suficiente para recordar tiempos antes de la Alerta Roja, cuando las sirenas se dejaban escuchar a través de los ataques aéreos en todas las calles de su ciudad. En diciembre, un cohete cayó fuera de su casa durante la cena del viernes por la noche, haciendo estallar las ventanas sobre la familia mientras oraban y comían. ‘Olvidé qué hacer, pero mi esposa me gritó que trate de llegar al refugio’, dice, agregando con una sonrisa irónica: ‘Cuando mi esposa grita, uno escucha’.

Se puede perdonar a los 60.000 israelíes que viven en comunidades adyacentes a Gaza por poseer una mentalidad de acoso, pero todos los que conocemos son más rápidos bromeando ingeniosamente que Hamás disparando los cohetes Qassam.Zohar bromea sobre dos colegas que comparan el tiempo que tienen para llegar hasta un refugio antiaéreo. El individuo, que vive en Sderot, tiene 20 segundos, mientras que una colega de Ashkelon tiene 40 segundos. ‘¿Qué haces con todo el tiempo libre que posees?’, pregunta. Luego, cuando huimos del segundo cohete en Yad Mordechai, Zohar nos asegura: “No se preocupen, el instituto les concederá 20 créditos en las materias de gimnasia por ello”.

Zohar posee la impaciencia de un anciano debido a la ideología. “Esta pregunta de quién comenzó todo esto. Él comenzó; No, fue él quien comenzó. Estos son argumentos del jardín de infancia. No podemos vivir en el pasado; Tenemos que construir el futuro”. Los palestinos, este afirma muchas veces, no son sus enemigos. Él quiere que uno de sus estudiantes se convierta en gerente de la zona comercial libre de impuestos entre Gaza e Israel. “Ese día, lanzaremos los chocolates Toblerones en lugar de misiles”.

Este nos conduce al centro de Sderot. Es una ciudad de 24.000 habitantes y se encuentra a 800 metros de Gaza. Zohar nos presenta al alcalde Alon Davidi, un hombre de cuarenta y tantos años, religioso y operador político de carácter dócil y tranquilo.

Este nos guía hacia el centro de comando de seguridad del municipio, con su pared de pantallas CCTV y el banco de telefonistas que atienden las llamadas de los preocupados residentes. La atmósfera es tensa; el dispositivo Alerta Roja resuena cada vez que un nuevo cohete aterriza cerca. Davidi rompe la tensión diciendo que espera por la paz en Sderot junto a éxitos continuos para la selección inglesa de fútbol.

Le pregunto sobre los efectos psicológicos de los ataques con cohetes. Los chicos israelíes que viven en las comunidades fronterizas reportan problemas de salud mental notablemente más altos que el resto del país. A 3 de los chicos de Davidi se les ha diagnosticado un trastorno de estrés postraumático. La ciudad posee una serie de programas para ayudar a los jóvenes a controlar la ansiedad; sus hijos tienen una mascota que les sirve de terapia, un perro llamado Mocha. Les ayuda a manejar el miedo perdurable de la próxima andanada de cohetes.

Luego llegamos a una panadería situada en el centro de la ciudad. Un cohete impactó la noche anterior y dio contra un recipiente de gas, incinerando la parte trasera de la tienda. El hedor a carbono ataca nuestras fosas nasales. El panadero está dentro, horneando ahora al frente de su tienda porque no puede darse el lujo de no laborar. Por la parte de atrás, los asesores de seguros completan sus formularios, estupefactos. Nos acercamos aún más a Gaza, dirigiéndonos al lugar del monumento Flecha Negra que conmemora una incursión anterior y mucho más exitosa israelí. Podemos observar lo más alto de las torres de Gaza en el horizonte, pero muy pronto las FDI nos detienen. Al principio, aceptan dejarnos tomar fotografías, luego pierden la paciencia y ordenar que sigamos adelante.

Transcurridos 10 minutos nos dirigimos a Kfar Aza, un kibutz directamente en la frontera. Cuando arribamos, algunos de los soldados allí sacuden sus cabezas. Turistas idiotas. Luego de un corto paseo, nos quedamos sin camino. Ante nosotros se encuentra la valla electrificada de la frontera. Sólo su malla de alambre y 50 metros de tierra agrícola se interponen entre nosotros y Gaza. Los kibutzniks todavía cultivan la tierra, pero ahora Hamás envía cometas incendiarios con el propósito de incinerar los cultivos, incluso cuando los chicos en Gaza, pero no los hijos de Hamás, luchan por sobrevivir con los suministros que Israel les entrega cada semana. Los mismos chicos se sienten emocionalmente fuera de control. Sus gobernantes les colocaron frente a los soldados y no al revés. Gaza se encuentra a 50 metros y sin embargo, mucho más lejos de aquí.

Fuente: Hatzad Hashení

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