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A partir del primer día de Sheminí ‘Atseret comenzamos a recitar en la Amidá la oración mashib haruaj umorid hagueshem.

En esta oración expresamos nuestro reconocimiento que HaShem, el Creador, es quien «hace que el viento sople, y que la lluvia descienda» sobre la tierra. Con estas palabras alabamos a HaShem por el milagroso sistema climático, el cual entre otras cosas, produce la lluvia que tanto necesitamos.

En esta oración no estamos «pidiendo» a Dios que nos envíe la lluvia. Sólo estamos reconociendo Su poder e intervención para producir la lluvia.

La oración en la que solicitamos la lluvia se llama barej ‘alenu y se dice más tarde. Pero ¿por qué no pedimos lluvia ahora, cuando en la tierra de Israel está comenzando el otoño, que es cuando más se espera y más se necesita la lluvia?

La respuesta es muy simple. En el antiguo Israel los judíos llegaban a Yersuhalayim caminando desde lugares muy distantes para celebrar la fiestas de Sucot, Pesaj y Shabu’ot. Una vez finalizado Sheminí Atseret (o sea anteayer) los viajeros regresaban a sus casas a pie. Las ciudades más lejanas de donde llegaban estos Yehudim estaban cerca del río Eufrates (entre Siria e Irak) y los Jajamim calcularon que se necesitaban dos semanas para caminar desde Jerusalem de regreso a esas tierras. Los rabinos no vieron con buenos ojos que un judío en Israel esté rezando a Dios por la lluvia, mientras que algunos de sus hermanos todavía estaban caminando de vuelta a sus casas, y para ellos la lluvia no iba a ser una bendición sino un problema. Los rabinos establecieron entonces que la oración por la lluvia se dijera 2 semanas después de Sucot, cuando todos los viajeros ya deberían estar de regreso en sus casas, sanos y salvos.
Por eso, en Erets Israel, incluso en nuestros días, se comienza la oración por la lluvia barej ‘alenu, a partir del 7 de Jeshván, exactamente dos semanas después de finalizado Sucot (o Sheminí Atseret). Como ya lo explicaremos, en la diáspora esta berajá se recita a principios del mes de Diciembre.

Esto nos enseña una gran lección que va más allá de la Tefilá por la lluvia: a veces podemos rezarle a Dios pidiéndole algo que es bueno para nosotros pero malo para otras personas. Como en el caso de la lluvia, que antes del 7 de Jeshván era buena para los campesinos pero mala para los viajeros. Esta es una de las razones por las cuales los Yehudim siempre rezamos en plural. Por ejemplo: en la oración donde le pedimos a HaShem por nuestro sustento (parnasá) no decimos: «concédeme a MÍ Tu bendición» sino que decimos «concédeNOS Tu bendición», incluyendo a todos los demás. Esto significa que le estoy pidiendo a HaShem que me otorgue a mí, y quizás simultáneamente a mi competidor –al comerciante que vende la misma mercancía que yo, y a los mismos clientes que yo les vendo– las mismas bendiciones!

Lógicamente, uno podría pensar que si HaShem le concede sus deseos a mi vecino/competidor, eso va a afectar mi propia bendición. Este es el pensamiento negativo que debemos evitar. Pensar que para que yo pueda ganar, alguien necesariamente tiene que perder… Nuestros Sabios nos enseñan que la bendición de HaShem alcanza para que todos ganen y nadie pierda, ya que es infinita. Así, orar en plural nos entrena a superar nuestro egoísmo, y refuerza nuestra sensibilidad hacia los demás.

Curiosamente en marketing moderno se habla del pensamiento positivo «win/win» (donde todas las partes ganan) como el ideal en el mundo comercial. Y se considera como algo del pasado el modelo d pensar «win/lose», que para que uno gane, alguien tiene que salir perdiendo.

Por: Rab Yosef Bitton, colaborador de Unidos con Israel