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Kotel

Por un segundo no pude evitar que mi mente pensase que deberías ser más grande. Más imponente. Por lo menos tan contundente como el peso de las historias que arrastras. O por lo menos captarte como una representación más voluminosa de los titulares que ocupas en la prensa.

Por Gabriel Ben-Tasgal

Ese suspiro siempre viene acompañado por cierto grado de frustración… por no estar sintiendo lo que se esperaba de mí o por no estar a la altura de aquellos que han cruzado media tierra para fundirse entre tus piedras… o porque mi alma no vibrase a tono con el dolor acumulado de siglos de destrucción. Como si mi espalda no cargase frente a ti y ahora el lastre nacional de nuestra podredumbre y cenizas pasadas.

Lo sentí… pero fue una exhalación leve. Quizás, no fue otra cosa que mi ADN expresándose en días en el que luchamos por transformarlo. Puede que mi instinto siempre me termine conduciendo a expresarme como mi pueblo: Una nación de inconformistas empedernidos en busca de mejorar la humanidad. Nada es suficiente para el verdadero Tikun Olam. Nunca fue suficiente.

Fue esa fuerza misteriosa la que nos llevó a no aceptar los dictámenes helenos, las ofertas y humillaciones romanas o el sometimiento y conversión de los hijos del Califa Omar. No era suficiente para mi pueblo, no quisimos ser como ellos… y pagamos un alto precio por esa bendita obstinación. Hoy no tenemos esas escaleras que ascendían hacia el paraíso, ya no sacrificamos el Tamid o no contemplamos tu magnificencia, la misma que provocó que nuestros sabios afirmasen “Quien no ha visto tu belleza, Oh Templo de Jerusalén, no conoce qué significa el esplendor”.

Nuestros padres han llorado por tu destrucción a manos de los romanos en el año 70. Nuestros abuelos han maldecido nuestro mal comportamiento que provocó la destrucción a manos de Nabucodonosor en el año -586. Nuestros patriarcas sollozaron sobre tus restos efímeros, sobre tu Muralla Occidental, sobre tus rocas imponentes… para palear y lamentar lo que perdimos. Prometimos no olvidarte Jerusalén. Juramos jamás olvidarnos de ti en cada rezo, en cada casamiento, en esa pared sin terminar de nuestras sinagogas.

Ante ti me presento y te juro en lo más profundo de mi alma que no odiare gratuitamente a mi prójimo para no repetir la destrucción de este que es tu tercer reino. Voy a amar al otro gratuitamente y es que hoy ya que no deseo solamente verter una lágrima por lo que hemos perdido. Quiero que de la oscuridad brote la luz y que de las Lamentaciones emanen Gratitudes.

Hoy estoy frente a ti como un judío orgulloso. Como un ser humano orgulloso. Amalequitas, helenos, asirios, mamelucos o babilonios nos prometieron destrucción pero yo sigo aquí contemplando tu gloria y ellos ya no están sobre la faz de la tierra. Aquellos hijos del destierro han regresado a casa, han construido una nación que le quita la sal al agua para regar desiertos, un pueblo que confía en su futuro y que está transformándolo con sus aplicaciones, curas medicinales y nuevos alimentos como si miles de años de energía desgastados en el exilio se concentrasen para compensar creativamente lo que no tuvimos oportunidad de crear libremente.

Hoy ya no permitimos ni dejaremos que nos corten nuestras barbas, hoy no dejaremos que nos coloquen insignias humillantes… hoy hemos creado una generación de hijos que saben luchar y ser crueles frente a crueles, que saben pensar rindiendo honor a millares de sabios y que no solamente aspiran a un Tikun Olam… “hacen Tikun Olam”.

Hoy no vengo a llorar por mis desdichas pasadas. Frente a ti me elevo orgulloso al saber que vivimos días de gloria inimaginables. Hoy no estoy parado aquí únicamente para rezar por tu reconstrucción sino que me alzo comprometido a sentirme siempre como que estamos a mitad de camino ya que lo mejor siempre está por venir.

Hoy no quiero Lamentarme en el Muro de los Lamentos. Hoy quiero agradecer ya que “Bendito eres Tú, Dios nuestro Señor, Rey del Universo, Quien nos ha otorgado la vida, nos sustentó y nos hizo llegar hasta la presente ocasión” – Baruj Atá Adonai Eloheinu Melej Haolam shehejeianu vekiemánu vehiguianu lizman hazé. Amen.

Texto leído frente al Muro de los Lamentos para el grupo de Cissab Argentina en mayo 2018

Fuente: Hatzad Hashení