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Palestinian President Mahmoud Abbas. (Flash90)

Quienes dicen que la reciente ola de violencia en Jerusalem se originó porque la Policía israelí no permitía a los árabes musulmanes hacer celebraciones nocturnas durante el Ramadán no tienen idea de lo que hablan.

Por Basam Tawil

Quienes dicen que la violencia eclosionó porque Israel no permitía a los residentes árabes de la ciudad (con tarjeta de residencia pero no ciudadanía israelí) participar en las elecciones de la Autoridad Palestina (AP) no tienen ni idea, igualmente.

Unos y otros tampoco parecen saber de qué va el conflicto israelo-palestino.

La violencia estalló por una sola razón: el odio a Israel y a los judíos. Y es que numerosos musulmanes no quieren ver judíos ni en Jerusalén ni en ninguna otra parte de Israel. En Jerusalén, los ataques contra las fuerzas israelíes de seguridad y contra los judíos llevan décadas produciéndose, con o sin razón. Cuando un joven judío es abofeteado en el tren ligero, o cuando un judío que pasea a su perro es apalizado por una turba musulmana, la única razón es la apariencia y religión de la víctima. Bienvenidos a la moderna judeofobia palestina.

Todo lo que tiene uno que hacer es atender a lo que andan diciendo los propios palestinos para comprender que enmarcan la violencia en el contexto de la “batalla para liberar Jerusalén y Palestina de la entidad sionista”, que dura ya décadas. Los árabes de Jerusalén que salen a la calle a atacar a policías israelíes y civiles judíos están diciendo que la violencia forma parte de la lucha arabo-palestino-musulmana contra Israel.

Los árabes no dicen que arrojan piedras y cócteles molotov contra los policías por las restricciones de seguridad israelíes del Ramadán, ni que apalizan, apuñalan, abofetean y linchan a civiles judíos porque Israel no les permite participar en las elecciones palestinas. El mensaje de los vándalos es claro: los musulmanes se niegan a aceptar el menor control judío sobre Israel, la Ciudad Vieja de Jerusalén y aun sobre los santos lugares judíos, incluido el Muro Occidental. El muro –un muro de contención, los únicos restos que quedan del Segundo Templo judío, destruido por las legiones romanas del emperador Tito en el año 70 de la era común– es, para el pueblo judío, su lugar más sagrado.

Si la violencia fuera por las restricciones de seguridad israelíes y las elecciones palestinas, ¿por qué, cuando manifiestan ante la Puerta de Damasco (la principal vía peatonal de acceso a la Ciudad Vieja), los árabes corean gritos de batalla ancestrales como “Jáibar, Jáibar ya yahud, jaish Mohamed saya’ud!” (“¡Judíos, recordad Jáibar, el ejército de Mahoma está de vuelta!”)? Ahí se alude a la batalla de Jáibar, en el año 628, cuando, tras la muerte de Mahoma, los judíos del lugar, a unos 160 kilómetros de Medina, fueron masacrados o expulsados.

El llamamiento al asesinato de judíos es un recordatorio de que, a día de hoy, para muchos ese conflicto del siglo VII no se ha acabado.

Si las protestas fueran sobre el derecho a celebrar el Ramadán, ¿por qué los árabes siguieron atacando a policías israelíes y a civiles judíos –y Hamás, lanzando cohetes a Israel desde Gaza– después de que se levantaran las restricciones?

De hecho, la violencia estalló mucho antes de que la Policía israelí pusiera barricadas en la Puerta de Damasco para impedir que los jóvenes árabes se reunieran y acosaran a los judíos que viven en la zona o que pasan por ahí camino del Muro Occidental. Las barricadas se pusieron únicamente por razones de seguridad, no para impedir que los musulmanes celebraran el Ramadán.

La violencia tampoco tiene que ver con el anuncio del presidente de la AP, Mahmud Abás, el pasado enero, de que se iba a celebrar elecciones legislativas y presidenciales. Ni con la controversia acerca de la participación en las mismas de los árabes de Jerusalén.

En primer lugar: Israel jamás dijo que impediría la celebración de dichos comicios en Jerusalén, aunque no le entusiasmara la idea. Israel preveía que, como sucedió en las últimas elecciones palestinas, celebradas en 2006, el vencedor fuera muy probablemente Hamás, organización terrorista comprometida con la destrucción de Israel. Israel no dijo nada.

Segundo: la gran mayoría de los árabes de Jerusalén no participó en las elecciones palestinas previas (1996, 2005 y 2006), pese a que Israel no puso la menor objeción. Los árabes se mantienen al margen de los comicios de la AP porque no quieren formar parte del sistema político palestino.

Al boicotearlos, los árabes indicaban que no tenían fe en la AP ni en sus líderes, y que estaban más felices viviendo en Jerusalén bajo soberanía israelí que bajo el control del antiguo líder de la OLP, Yaser Arafat, o del de su sucesor, Mahmud Abás.

Una abrumadora mayoría de los árabes jerosolimitanos no muestra el menor interés en las elecciones palestinas. No han salido a la calle para pedir a Israel que les deje votar en ellas o postularse como candidatos. Tampoco han presentado peticiones al respecto, ni convocado huelgas generales.

De hecho, parece que los funcionarios de la ONU y de la UE están más interesados en las elecciones de Abás que la mayoría de los residentes árabes de Jerusalén.

Para empezar: según muchos palestinos, Abás jamás ha ido en serio con la celebración de los comicios. El presidente de la AP las anunció sólo porque estaba siendo presionado por varios países de la UE y otros actores internacionales que financian su régimen.

Si Abás fuera realmente en serio con las elecciones, habría trabajado para encontrar una solución que incluyera a los árabes de Jerusalén. Pero en realidad rechazó una serie de propuestas que le presentaron algunos actores internacionales, como la posibilidad de que los jerosolimitanos votaran online o en centros electorales localizados en zonas controladas por la AP, a sólo unos minutos en coche, no lejos de su casa ni bajo soberanía israelí.

Evidentemente, Abás anunció las elecciones sólo para apaciguar a sus donantes occidentales, específicamente a los europeos. Desde 2006, Abás ha tenido muchas oportunidades de celebrar elecciones, y no lo ha hecho porque nunca han sido una prioridad para él. Siempre se las ha apañado para encontrar una excusa y no celebrarlas. En el pasado solía acusar a sus rivales de Hamás; ahora trata de acusar a Israel de obstaculizarlas.

El pasado 29 de abril, Abás finalmente anunció la cancelación de los comicios, demostrando que nunca se tomó en serio su celebración. Como era de esperar, utilizó la disputa de Jerusalén como excusa para postergar las elecciones indefinidamente.

Abás no quiere elecciones: sabe que Hamás tiene una probabilidad enorme de ganar. Además, su propia facción Fatah está muy dividida, y se iba a presentar a las legislativas bajo tres listas rivales.

Que quede claro: el intento abasista de hacer al Gobierno israelí responsable de que no se celebren las elecciones palestinas es, simplemente, fruto de su perversa incitación a la violencia contra Israel y de su demonización de los judíos. Día tras día, Abás y su régimen ceban al pueblo con mentiras ponzoñosas, como que los judíos están “irrumpiendo” en la mezquita de Al Aqsa y afanándose en convertir Jerusalén en una ciudad judía. Es este tipo de incitación constante y deliberada lo que lleva a los jóvenes árabes de Jerusalén a salir a la calle a atacar a policías israelíes y a civiles judíos, y lo que excita la judeofobia entre los palestinos.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio