Unidos con Israel

¿Por qué el pueblo judío es tan pequeño?

Men dance in the snow at the Western Wal, in Jerusalem. (Noam Rivkin Fenton/Flash90)

Photo by Noam Rivkin Fenton/Flash90

Hacia el final de Vaetjanán hay una declaración de alcance tan vasto que desafía la impresión prevaleciente hasta ahora en la Torá.

Por: Rabino Jonathan Sacks

Esta expresión otorga una nueva complejidad a la imagen bíblica del pueblo de Israel: “El Señor no otorgó Su afecto a ustedes y los eligió por ser más numerosos que otros pueblos, pues ustedes son los menos numerosos de todos.” (Deuteronomio 7: 7)

Eso no es lo que habíamos visto hasta ahora. En Génesis, Dios les prometió a los patriarcas que sus descendientes serían como las estrellas del firmamento, la arena de la orilla del mar y el polvo de la tierra, o sea, incontables. Abraham sería el padre no solo de una nación sino de muchas. Al comienzo de Éxodo leemos cómo la familia del pacto, que sumaba apenas setenta integrantes cuando bajaron a Egipto, fueron “fértiles y prolíficos y su población se incrementó. Fueron tan numerosos que la tierra estaba repleta de ellos.” (Éxodo 1:7) En el libro de Deuteronomio, en tres ocasiones Moshé describe a los israelitas como “tantos como las estrellas del cielo” (1:10; 10:22; 28:62). El Rey Salomón habló de sí mismo como formando parte de “el pueblo que Tú has elegido, un gran pueblo, demasiado numeroso para ser contado” (Reyes I, 3:8). El profeta Oseas dice que “los israelitas serán como la arena de la orilla, que no puede ser medida ni contada” (Oseas 2: 1)

En todos estos textos, así como en otros, es el tamaño, el gran número, lo que se enfatiza. ¿Qué hacemos entonces con las palabras de Moshé que hablan de su pequeñez? Targum Yonatán lo interpreta como algo no referente a los números en sí, sino a la autoimagen. Traduce “los menos numerosos” como “los más modestos y humildes de todos los pueblos.” Rashi propone una lectura similar citando las palabras de Abraham, “soy solo como polvo y ceniza.” (Génesis 18:27) y las de Moshé y Aarón, “¿Quiénes somos?” (Éxodo 16:7)

Rashbam y Jiskuni (1) proponen una explicación más directa: que Moshé está contrastando a los israelitas con las siete naciones con las que combatirán en la tierra de Canaan/Israel. Dios los conducirá a la victoria pese al hecho de que fueron sobrepasados numéricamente por los habitantes locales. Rabenu Bajia (2) citando a Maimónides, dice que era de esperar que Dios, el Rey del universo, hubiera elegido a la nación más numerosa como Su pueblo, ya que “la gloria del Rey está en la multitud de la gente” (Proverbios 14:28). Dios no hizo tal cosa. Por eso Israel debe sentirse extraordinariamente bendecido por haber sido elegido por Dios, pese a su pequeñez, para ser Su am segulá, Su tesoro especial.

Rabenu Bajia se ve forzado a proponer una lectura más compleja para poder resolver las contradicciones de Moshé, en Deuteronomio, diciendo tanto que Israel es el más pequeño de los pueblos como que es “más numeroso que las estrellas del cielo” (Génesis 22:17). Lo transforma en un subjuntivo hipotético: Dios podría haberlos elegido aun cuando fuera la más pequeña de las naciones.

Sforno (3) expone una lectura simple y directa: Dios no eligió a una nación por el bien de Su honor. Si lo hubiera hecho, indudablemente habría elegido un pueblo fuerte y numeroso. Su elección no tuvo nada que ver con el honor y todo que ver con el amor. Él amó a los patriarcas por su voluntad de escuchar Su voz, y por lo tanto Él ama a sus hijos.

Pero sin embargo hay algo en este versículo que resuena a lo largo de gran parte de la historia judía. Históricamente los judíos fueron y son un pueblo pequeño – actualmente, menos del 0,2 por ciento de la población mundial. Hubo dos razones para esto. Primero, el duro precio del exilio y las persecuciones a través de todas las épocas, directamente por los judíos ultimados en masacres y pogromos; indirectamente por todos los que se convirtieron – en los siglos XIV y XV en España y en el siglo XIX en Europa con el fin de evitar la persecución (trágicamente, aún la conversión no funcionó; el antisemitismo racial persistió en ambos casos). La población judía es una mera fracción de lo que podría haber sido de no haber existido un Adrián, las Cruzadas y el antisemitismo.

La segunda razón es que los judíos no buscaron convertir a otros. Si lo hubieran hecho su número sería cercano al cristianismo (2.4 billones) o al islam (1.6 billones). En efecto, Malbim (4) propone lo siguiente: Los versículos anteriores dicen que los israelitas estaban por entrar en la tierra de las siete naciones: los hititas, guirgashitas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y iebusitas. Moshé advierte sobre el casamiento con mujeres de estas naciones, no por motivos raciales sino religiosos: “Llevarán a tus hijos a servir a otros dioses en lugar de seguirme a Mí” (Deuteronomio 7:4) La interpretación de Malbim de este versículo es que Moshé le dice a los israelitas: no justifiquen su unión con mujeres de estas tribus con el fin de incrementar el número de judíos. A Dios no le interesan los números.

Independientemente de todas estas explicaciones e interpretaciones, el Tanaj describe un extraordinario episodio que arroja una luz diferente sobre todo este episodio. Transcurre en el séptimo capítulo del libro de Jueces. Dios le dice a Gideon que convoque a un ejército para combatir a los midianitas. Gideon junta a 32,000 hombres. Dios le dice “Tienes demasiados hombres, no puedo entregar a los midianitas en tus manos o Israel alardeará contra Mí diciendo, ‘mi propia fuerza es la que me ha salvado’” (Jueces 7: 2).

Dios pide a Gideon que les diga a los hombres: el que tiene miedo y quiera volver a su casa que lo haga. Partieron 22,000 hombres. Quedaron diez mil. Dios le dice a Gideon, “todavía hay demasiados.” Propone una nueva prueba: que Gideon lleve a los hombres al río y vea cómo toman agua. Nueve mil setecientos se arrodillaron para beber y fueron descartados. Gideon quedó con sólo trescientos hombres. “Con los trescientos hombres que lamieron (el agua) Yo los salvaré y entregaré a los midianitas en tus manos,” le dice Dios (Jueces 7: 1-8). Mediante una estrategia brillante e inesperada, los trescientos hombres obligaron a todo el ejército midianita a huir.

El pueblo judío es pequeño pero ha logrado grandes cosas, dando fe de una fuerza que va más allá de ellos mismos. Ha logrado cosas que ninguna otra nación de su tamaño pudo haber hecho. Su historia es un testimonio viviente de la fuerza de la Divina Providencia y el impacto de ideales elevados. Es eso lo que Moshé quiso decir cuando declaró: Pregunta ahora sobre las épocas pasadas, mucho antes de tu tiempo, desde el día en que Dios creó a los seres humanos sobre la tierra; pregunta desde un extremo al otro del cielo. ¿Ha existido algo tan grande como esto alguna vez, o se ha escuchado algo semejante? ¿Ha oído algún otro pueblo la voz de Dios hablando desde el fuego, como lo han oído ustedes, y ha permanecido vivo? ¿Ha existido algún otro dios que ha sacado para sí una nación de dentro de otra nación por medio de pruebas, señales y portentos, mediante la guerra, con mano poderosa y brazo extendido, o mediante grandes e impactantes hechos, como todas las cosas que el Señor tu Dios hizo por ti en Egipto ante tus propios ojos? (Deuteronomio 4:32-34)

Israel desafía las leyes de la historia porque sirve al Autor de la historia. Adherido a la grandeza, se convierte en grande. A través del pueblo judío, Dios le está diciendo a la humanidad que no es necesario ser numeroso para ser grande. Las naciones son juzgadas por su contribución a la herencia humana, no por su tamaño. La prueba más contundente de esto es que una nación tan pequeña como la judía pueda producir un flujo continuamente renovado de profetas, sacerdotes, poetas, filósofos, sabios, santos, halajistas, hagadistas, codificadores, comentaristas, rabinos y roshei yeshivot(directores de academias talmúdicas). Ha producido además algunos de los más grandes escritores, artistas, músicos, cineastas, académicos, intelectuales, médicos, abogados, hombres de negocios, e innovadores tecnológicos. Fuera de toda proporción en relación con su número, los judíos pueden verse como juristas y abogados peleando contra la injusticia, economistas luchando contra la pobreza, médicos contra las enfermedades, maestros contra la ignorancia y terapeutas luchando contra la desesperación y la depresión.

No se requieren grandes números para agrandar el horizonte espiritual y moral de la humanidad. Se necesitan otras cosas totalmente distintas: un sentido del valor y de la dignidad del individuo, del poder de la capacidad humana de transformar el mundo, de la importancia de darle a todos la mejor educación posible, de hacer que cada uno de ellos asuma la responsabilidad colectiva de mejorar la condición humana. El judaísmo nos pide que tengamos la voluntad de tomar esos ideales elevados y ponerlos en práctica en el mundo real, sin que las posibles frustraciones y derrotas nos afecten.

Esto es evidente aún hoy, especialmente entre el pueblo de Israel, en el Estado de Israel. Ridiculizado y denigrado en gran parte del mundo, Israel sigue produciendo milagros en medicina, agricultura, tecnología y el arte, como si la palabra “imposible” no existiera en la lengua hebrea. Israel sigue siendo una pequeña nación, rodeada, como en los tiempos bíblicos, por “naciones más grandes y más fuertes que ustedes” (Deuteronomio 7:11). Pero la verdad permanece, como dijo Moshé: “El Señor no les dio Su afecto a ustedes por ser más numerosos que otros pueblos, pues ustedes son los menos numerosos.”

Este pequeño pueblo ha sobrevivido a los imperios más grandes del mundo para entregar a la humanidad un mensaje de esperanza: no es necesario ser numeroso para ser grande. Lo que se requiere es estar abierto a un poder más grande que uno mismo. Se comenta que el rey Luis XV de Francia le pidió una vez a Blas Pascal, el brillante matemático y teólogo, que le diera una prueba de la existencia de Dios. Se dice que Pascal le replicó: “¡Su Majestad, los judíos!”

Fuente: Aurora

Fuentes:

Rabi Jezekía ben Manoa; Francia, 1250-1310

Bajia ben Asher ibn Halava, España, 1255–1340

Ovadia ben Yaakov Sforno, Italia, 1475-1550

Meir Leibush ben Yejiel Mijel Wisser, Ucrania, 1809-1879

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