Las cifras de muertos en Gaza siguen aumentando, al menos según los medios internacionales. Algunos periodistas y analistas ya han sugerido que las cifras de víctimas civiles hechas públicas por Hamás y/o la Autoridad Palestina deberían tomarse con con pinzas. De hecho, sí que deberían, pero eso no es nada nuevo. Los medios y una serie de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales están devorados por un ansia por hechos y cifras. Demasiado a menudo, periodistas y diplomáticos aceptan cifras procedentes de alguien que se declara a sí misma “autoridad”, sin tener en cuenta lo rigurosa o politizada que sea la toma de datos.
A veces la incompetencia y la negligencia se combinan para generar inexactitudes. En 1997, mientras trabajaba en Tayikistán, me reuní con el director de su Departamento de Estadística. El país se encontraba inmerso en una guerra civil y era, de lejos, la más pobre de las antiguas repúblicas soviéticas. Y, sin embargo, el Departamento de Estadística de Tayikistán producía series de datos completas como churros, información que el Banco Mundial y el FMI incorporaban a sus informes, como haría la prensa internacional en el caso de que algo de interés periodístico sucediera en el país. Cuando le pregunté al director cómo lograba hacerlo, fue inusitadamente directo: “Me las invento”, me dijo. Pero si el Gobierno estadounidense le diera ordenadores y financiación, podría intentar ser preciso. Mientras tanto, cualquier informe que empleara las estadísticas tayikas estaría corrupto por el equivalente del garbage in, garbage out [“entra basura, sale basura”].
En ocasiones, a las organizaciones simplemente no les importa que estadísticas defectuosas contaminen sus informes. La idea de que las sanciones mataron a 500.000 niños iraquíes se ha vuelto parte del folklore progresista; es una estadística que a menudo se esgrime para oponerse a cualquier clase de coerción contra regímenes dictatoriales, antiamericanos o criminales. Lamentablemente, es una estupidez.
La idea de que las sanciones estaban matando a iraquíes inocentes fue el principal pilar de las operaciones del presidente iraquí Sadam Husein en busca de influencia. Afirmó reiteradamente que las sanciones de Naciones Unidas habían matado a más de un millón de personas. Hubo muchos grupos que se aferraron a esas cifras en Estados Unidos y las aumentaron. La organización estadounidense International Action Coalition, por ejemplo, afirmó que el embargo económico a Irak había matado a 1.400.000 personas hasta 1997.
Miles de personas murieron, pero no las cifras manejadas por la prensa, y tampoco fue simplemente a causa de las sanciones: había mucha comida disponible, pero Sadam se negó a permitir que se distribuyera a los chiíes y a otros grupos de población que le desagradaban. Entretanto, se dedicó a exportar, para lucrarse, alimentos infantiles proporcionados por la ONU.
Mientras que los entendidos aceptaban la postura de Sadam y agencias de noticias como la CNN emitían imágenes de niños enfermos y moribundos (sabiendo lo inexacto de su versión), la experta en Irak Amatzia Baram comparó las tasas de crecimiento de población entre diversos censos, y descubrió que las tasas de crecimiento iraquíes entre 1977 y 1987 (35,8%) y entre 1987 y 1997 (35,1%) demostraban que no había habido muertes de la escala afirmada por Irak.
Entonces, ¿cómo es que persistió la tesis de que había más de un millón de muertos iraquíes por culpa de las sanciones? En 1999, Unicef publicó un bonito informe en el que se revelaba que las sanciones habían contribuido a la muerte de un millón de iraquíes. El truco, sin embargo, estaba en los detalles… y en la volubilidad de la ONU. Como el Gobierno iraquí no concedió acceso libre a los investigadores de Unicef, el organismo decidió tomar las estadísticas proporcionadas por el Ministerio de Sanidad de Sadam, y las aceptó de forma acrítica (para más información sobre este episodio, ver aquí). Pero cuando Sadam Husein cayó, y las exageraciones e inexactitudes de sus afirmaciones sobre el millón de muertos (entre ellos, 500.000 niños) por culpa de las sanciones quedaron al descubierto demostrando ser un fraude, ninguno de los principales medios de comunicación se molestó en publicar una retractación, y ni siquiera en cuestionar si las malas estadísticas eran peores que no tener ninguna.
En Gaza todo esto vuelve a ser un déjà vu; la CNN y otros medios citan estadísticas de víctimas palestinas proporcionadas por Naciones Unidas, sin cuestionar nunca cómo y dónde pudo obtener y confirmar la organización dichas cifras. En realidad, la ONU se limitaba a repetir como un loro las cifras que le suministraban las autoridades palestinas u organismos controlados por Hamás. Si bien no hay duda de que han muerto palestinos en estas operaciones, parece que estemos otra vez ante la masacre de Yenín. ¿Se acuerdan de ella? Autoridades palestinas engañaron a la ONU, a Human Rights Watch, a Amnistía Internacional, a Samantha Power y a numerosos ministerios de Exteriores europeos. Los medios tampoco se detienen a cuestionar el concepto de civiles que tiene Hamás; el Movimiento de Resistencia Islámico viola la Convención de Ginebra, porque sus miembros no llevan uniforme y disparan desde áreas civiles. Incluso los grupos israelíes pro-derechos humanos (B’Tselem, por ejemplo), emplean una definición restrictiva de lo que es un combatiente, lo que permite que muchos activistas de Hamás sean clasificados como “civiles”. Por lo que respecta al propio Movimiento, toda persona que no vaya de uniforme es un civil.
Existe la tendencia entre los medios de emplear la equivalencia moral y de promover la idea de que las afirmaciones de Hamás y de los palestinos, por una parte, y la versión israelí, por la otra, son igual de válidas. Eso es una estupidez, sobre todo si consideramos el largo historial palestino de politización de estadísticas. Este artículo, por ejemplo, demuestra de manera concluyente cómo la Autoridad Palestina manipula –y, en ocasiones, incluso retira– las estadísticas demográficas para asegurarse de que se ajustan a la versión política que la AP considera oportuna y a la que responden los diplomáticos estadounidenses.
En el actual conflicto –iniciado por su Gobierno electo con intentos de secuestro y lanzamientos de misiles– han muerto más gazatíes que israelíes, pero inclúyanme entre los que dudan de las cifras de muertos en la Franja de Gaza de las que se informa. Es trágico que haya muertes de no combatientes, pero eso también es la guerra. Aceptar semejantes estadísticas de un grupo terrorista, directamente o blanqueadas por organizaciones como Naciones Unidas, sin poder confirmarlas de manera independiente es absurdo; con ello no se promueve la verdad, sino la propaganda. Y, dados errores precedentes (desde el medio millón de bebés iraquíes muertos a los cientos de muertos en Yenín), ello sugiere que los medios, simplemente, no se molestan en aprender de sus errores.