Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba por terminar y la violencia se incrementaba en Palestina, el imperio británico emitió la declaración Balfour, escrita por Arthur James Balfour, Secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña.
La declaración decía mucho sin concretar nada, justo así, con esa habilidad que suele haber en la política cuando el objetivo es decir sin concluir.
El texto emitió la ambigua frase: “El Reino de su majestad ve con buenos ojos el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina ”En esta frase de escasas 20 palabras cupo la ambigüedad suficiente bajo la cual el imperio británico logró no comprometerse.
Analicemos primero el término “El reino de su majestad ve con buenos ojos” ¿Qué significa ver con buenos ojos en temas de política? Apoyar a un pueblo en su proceso de independencia hasta convertirse en un estado autónomo ó solo… aprobar una iniciativa pero manteniendo distancia y sin intervenir en los hechos?
Sin embargo, quizá la ambigüedad más peligrosa es la que vino después cuando el texto puntualizó el extraño término de “el establecimiento de un hogar nacional” ¿Qué es un hogar nacional? ¿Un estado, un país? ó ¿sólo el permiso para vivir bajo una entidad política ajena y extranjera?
De cualquier manera, y aún a pesar del poco compromiso plasmado en el texto, éste era mucho más de lo que los judíos tenían con anterioridad, así que las inmigraciones continuaron, cada vez más numerosas y más entusiastas.
Lo que nadie sabía es que durante la guerra el imperio británico también le hizo promesas a la familia hashemita y en 1922 no tuvo otra opción más que conceder 89,000 kilómetros cuadrados a dicha familia musulmana para crear el país que hoy conocemos como Jordania.
Fue así como de la noche a la mañana, el 80% de la Palestina histórica ya estaba entregada. Era 1922 y el pueblo judío tendría que esperar 26 años más, una espera que para 6 millones de judíos resultó letal.
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