Unidos con Israel

DÉCIMO MANDAMIENTO: No envidiarás

Ten Commandments

(Shutterstock)

לא תחמד

Si bien el ideal más alto de un Yehudí es desarrollar un carácter que sea inmune al sentimiento de envidia, la realidad es que es casi imposible evitar que un pensamiento de envidia «se filtre» en nuestra mente. Pero lo que sí podemos evitar es que ese pensamiento se instale en nosotros, y se quede allí a «controlar» nuestra mente y causarnos un gran daño emocional.

Controlar o canalizar la envidia es quizás la lección más antigua que HaShem le enseñó a la humanidad. Cuando Cain vio que HaShem había recibido la ofrenda de su hermano Hebel (Abel) y había rechazado la suya, Cain se llenó de envidia y se deprimió. ¿Qué había pasado? Mientras que Hebel le había ofrecido a HaShem, como gesto de gratitud, lo mejor de su cosecha, Cain le ofreció lo que a él ya no le servía, lo que iba a desechar. HaShem le explico a Cain lo que tenía que hacer para que sus ofrendas fueran recibidas: «Cain, ¿por qué estas deprimido? Si simplemente haces las cosas mejor [y eres un poco menos egoísta] tu ofrenda será recibida «הלא אם תטיב שאת»… Y si no lo haces, quiero que sepas que el pecado [de la envidia] te hará caer, y si no lo controlas, terminará controlándote a ti…» . Como todos sabemos, Cain no escuchó las palabras de HaShem y en lugar de concentrarse en hacer mejor las cosas para lograr así que su ofrenda sea recibida, eligió la via más fácil: matar a la competencia. Así, la envidia destruyó a la víctima y al victimario. La envidia mató a Hebel y condenó a Cain a vivir una vida nómada y de persecución.

En Melajim 1, capítulo 21 tenemos otro ejemplo en el cual la envidia llevó al asesinato. Nabot, un ciudadano honrado de Israel (alrededor del año 900 aec) era vecino del rey Ajab, del reinado de Israel. Nabot tenía una viña. Y Ajab, el rey, quería su viña. Y le dijo a Nabot: «Véndeme tu viña, que está cerca de mi palacio, para que yo me pueda hacer allí un hermoso jardín.» Nabot le respondió a Ajab que no podía venderle su viña, ya que era la herencia de sus padres. Ajab se fue a su casa, triste y deprimido (como Cain). El rey, que todo lo tenía, fue ahora prisionero de su envidia. Se obsesionó por tener el campo de Nabot. No podía pensar en otra cosa. Sentía que su felicidad y su realización personal dependía de poseer esa viña. La envidia se apoderó de su mente. Su esposa fenicia, Izabel, una mujer de una conducta reprochable, le hizo la misma pregunta que HaShem le hizo a Cain: «¿Por qué estás deprimido?» Y cuando Ajab le contó la causa de su tristeza, Izabel le aconsejó a su esposo exactamente lo contrario de lo que HaShem le aconsejó a Cain. En lugar de minimizar la importancia de esa viña y alentar a su esposo para que no se dejara controlar por la envidia, le dijo: «¿No eres TÚ el rey de Israel? Ahora verás como yo te daré la viña de Nabot.» Izabel planeó un complot contra Nabot. Lo acusó falsamente de haber blasfemado a Dios y al rey, un crimen capital. Pagó a dos hombres indecentes para que actuaran como falsos testigos e incriminaran a Nabot. Y así, el tribunal encontró a Nabot culpable. Lo sentenciaron a muerte y lo ejecutaron. Y entonces Izabel le dijo a Ajab: «Ahora puedes confiscar su viña y hacer con ella lo que te plazca.»

Es interesante observar en este caso que violar el último mandamiento, «NO ENVIDIARÁS», llevó a la transgresión del noveno mandamiento, «NO DARAS FALSO TESTIMONIO», cuando se acusó falsamente a Nabot; y también el octavo, «NO ROBARÁS», cuando Ajab «confiscó» la propiedad de Nabot, y el sexto Mandamiento, «NO MATARAS», cuando ejecutaron al pobre de Nabot. La envidia lleva a todo eso, y más.

Los últimos mandamientos son los que prohiben actos criminales: «6. No Matarás, 7. No cometerás aduterio, 8. No robarás y 9. No darás falso testimonio». El décimo mandamiento, «No envidiarás» es el que prohibe aquello que eventualmnte lleva a trangredir alguno o todos los 4 anteriores Mandamientos. La envidia es la raíz de muchas acciones destructiva. Nos empuja a destruir a los demás y termina destruyéndonos a nosotros mismos.

(Continuará…).

Por: Rab Yosef Bitton, colaborador de Unidos con Israel

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