Por: Rabino Shalom Arush
Tenemos que tener mucho cuidado de no causarle pena a nadie y por supuesto no empujar a la otra persona hasta el límite en el que maldiga.
Nuestros Sabios en el Tratado Meguilá dicen así: “No tomes a la ligera la maldición de una persona simple”. Incluso la maldición de una persona simple, que parecería ser insignificante, es algo muy grave.
Una maldición justificada es muy diferente de una maldición que alguien pronuncia en un momento de ira. Cuando la maldición no está justificada, o cuando la maldición fue dicha por alguien que todo el tiempo maldice, entonces esa maldición ciertamente volverá como un bumerang a la persona que la pronunció.
Dice el Rey Salomón en el Capítulo 26 de Proverbios que la maldición injustificada no llega a la persona a la que fue dirigida. Nuestros Sabios deducen que no sólo que esa maldición no llega a la persona a la que fue dirigida sino que vuelve a aquella que la pronunció. Pero en el caso en el que la maldición le causó tanta angustia a un individuo que este maldijo de vuelta ─y en especial si este individuo no está acostumbrado a maldecir a nadie─ entonces esa maldición de venganza puede llegar a ser muy peligrosa. Eso es lo que significa “No tomes a la ligera la maldición de una persona simple”. Se debe encontrar la forma de calmar a esa persona enseguida.
Por lo tanto, tenemos que tener mucho cuidado de no causar dolor ni pena a otras personas y jamás llevarlas al punto en que pierdan el control y pronuncien una maldición. El que hace que el otro pierda los límites y maldiga está transgrediendo todos los límites de la decencia básica.
Cuando uno más o menos se lleva bien con los demás, la Corte Divina no lo escudriña bajo un microscopio para juzgarlo. Pero cuando uno hace que los demás maldigan a alguien, entonces se está sometiendo a juicios muy estrictos, porque la Corte Divina examina muy de cerca a la persona que maldice, para ver si la maldición está justificada y para determinar si el que maldijo es una persona digna o no.
En casi todos los casos, el que maldijo no pasa el examen y sufre toda clase de juicios estrictos que hacen que le lleguen castigos que habían sido demorados con la esperanza de que mejorara su comportamiento.
Tenemos que tener mucho cuidado de no causarle pena a nadie y por supuesto no empujar a la otra persona hasta el límite en el que maldiga. Siempre tenemos que tratar de sacar a flote lo bueno del otro, no lo malo. Cada alma es un diamante y tenemos que buscar sus puntos positivos. Y si la persona que maldice es una persona vulgar, no lo prestes atención. Él será quien sufra, porque todas sus maldiciones volverán a él como un bumerang.
Fuente: Breslev en Español