La promesa del primer ministro Netanyahu de aplicar la soberanía israelí al Valle del Jordán es digna de encomio. Las razones ya eran evidentes para el primer ministro Leví Eshkol inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días (1967), y se desarrollaron plenamente en el Plan Alón, donde se decía:
La frontera oriental del Estado de Israel debe ser el río Jordán y una línea que atraviese el Mar Muerto por el medio. (…) Debemos añadir al país –como parte inseparable de su soberanía– una franja de aproximadamente 10-15 kilómetros de ancho a lo largo del Valle del Jordán.
El proyecto fue presentado al Gobierno encabezado por Eshkol, que, de manera típicamente laborista, optó por asumirlo sin someterlo a votación. Como era usual en aquellos tiempos, el plan pasó inmediatamente a la fase de ejecución y se construyó la red de asentamientos actualmente existente.
En el debate celebrado en la Knéset sobre el Acuerdo Provisional de Oslo en octubre de 1995, el primer ministro Rabín resumió, un mes antes de su asesinato, cuál era su postura:
La frontera de seguridad del Estado de Israel se ubicará en el Valle del Jordán, en el sentido más amplio del concepto.
La idea de aplicar la soberanía israelí sobre el Valle siempre ha gozado de un amplio consenso nacional. Fue el primer ministro Barak quien rompió ese consenso. Desde entonces, la renuncia al mismo se ha incorporado a los Parámetros Clinton (diciembre de 2000) y a la concepción básica sobre el proceso de paz que se maneja en la comunidad internacional, donde se hecho se la considera piedra angular de la solución de los dos Estados.
Tras el acuerdo de paz de Israel con Jordania (1994), y especialmente tras la caída del ejército de Sadam Husein en la Guerra de Irak, se ha venido insistiendo en que la amenaza por el frente oriental ha dejado de existir y en que el control del Valle del Jordán ya no es vital para la seguridad de Israel. Como dijo el teniente coronel (en la reserva) Amram Mitzna, exjefe del Mando Central:
Cuando se pueden disparar misiles de largo alcance, la profundidad estratégica carece de importancia. Los acuerdos nos darán más seguridad que [la] profundidad estratégica.
Incluso entonces, ese argumento chocaba con una comprensión básica del fenómeno de la guerra. Pero es que con posterioridad, y a la luz de las lecciones brindadas por la guerra terrorista palestina, las turbulencias conocidas como Primavera Árabe, el enorme arsenal de misiles de Hezbolá, el fortalecimiento de la amenaza cohetera y misilística de la propia Hamás y el creciente expansionismo de Teherán, que podría desplegar milicias chiíes en un nuevo frente a lo largo de la principal arteria nacional de Israel (la Autopista 6), el Valle del Jordán no ha hecho más que ganar importancia como zona de interés vital para la seguridad de Israel.
La mayoría de los que abogan por un Estado palestino dicen que estará desmilitarizado y será incapaz de amenazar la seguridad de Israel. Durante los años del Proceso de Oslo, la OLP fingió aceptar la desmilitarización y firmó una serie de acuerdos al efecto… que luego vulneró flagrantemente, convirtiendo la Margen Occidental y Gaza en viveros terroristas. Que las fuerzas de la ONU en el Líbano hayan sido incapaces de ejecutar la Resolución 1701 –que puso fin a la guerra de 2006–, que se suponía iba a impedir a Hezbolá armarse en el sur del País del Cedro, demuestra por qué las propuestas para desplegar fuerzas internacionales con una función similar en el Valle del Jordán no pueden garantizar una verdadera desmilitarización. Por lo tanto, el Valle del Jordán como buffer zone controlada por las Fuerzas de Defensa de Israel es una necesidad existencial para el Estado judío.
Dejando de lado la cuestión de la seguridad, el Valle del Jordán puede además albergar a millones de israelíes y acoger infraestructuras nacionales de gran importancia. Actualmente, el norte y el sur del país –la Galilea y el Neguev– están conectados casi exclusivamente por las congestionadas arterias ubicadas en la llanura costera. Con su densidad demográfica en constante crecimiento, Israel necesita una ruta adicional, en concreto la Autopista 80, que está a la espera de ser pavimentada desde Arad, en el sur, hasta Gilboa, en el norte. En tiempos de paz, una red de carreteras en el Valle del Jordán podría volver a convertir a Israel en un puente terrestre vital entre Asia y África.
Esta concepción, firmemente enraizada en el espíritu pionero del país, lleva años esperando materializarse. Si la declaración de soberanía de Netanyahu no comporta inmediatamente un compromiso gubernamental con el desarrollo del territorio, dará tumbos y finalmente sucumbirá.
En un artículo titulado “Semillero del alma”, David ben Gurión proclamó: “Esto es un Estado sionista, que está obligado a llevar a cabo un acto de creación; un acto con dos facetas: la reunión de los exiliados y el desarrollo de territorios desolados”. El Valle del Jordán lleva demasiado tiempo esperando ver el genio sionista en acción.
© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio