¡Que no nunca el pánico! Esa era la frase que me repetía a mí misma continuamente cada viernes por la tarde durante varios años. Las luces, la comida, la plata de Shabat, los relojes con temporizador… muchas cosas de las que hacerse cargo para antes del anochecer y siempre a la carrera ¡auxilio, que alguien me ayude!
La decisión de guardar Shabat no vino de un día para otro, no es que un día me levantara y dijera: ¡qué buena idea lo del Shabat, voy a intentarlo! Fue más bien el resultado del aprendizaje en las clases de conversión y el deseo interno de llevar una vida judía. Con el tiempo, fui comprendiendo la importancia de este sagrado día y la relevancia que tiene respetarlo como se merece. Sin embargo, sí puedo decir que fue algo confuso al principio. Gracias a Di-s, Él no me permitió perder la paciencia y me dio fuerzas para seguir intentándolo.
Cuando comencé las clases de judaísmo, ya había leído sobre la observancia del Shabat y las leyes y costumbres relacionadas con este tema. Durante esas horas tan interesantes aprendí la importancia de este día sagrado y cómo hacer para honrarlo correctamente. Pero antes de ir a clase, como decía, ya había leído algo y tenía una leve idea de lo que suponía guardar Shabat. Comencé por no ver la tele en ese día; a veces veía “solamente” una película o un capítulo de mi serie favorita con el pretexto de que, si es un día en el que descansamos y disfrutamos, ver una película me hacía disfrutar de ese tiempo. Aprovechaba para dar largos paseos y para leer y estudiar, si bien continuaba escribiendo (paradójicamente hacía esquemas y resúmenes sobre halajá e historia del pueblo judío). La primera vez que leí en un libro que en Shabat no está permitido escribir, pensé que sería una costumbre en desuso, me preguntaba ¿cómo se puede estar un día completo sin escribir nada? Pero luego aprendí que no era para nada una ley en desuso, sino que es absolutamente necesario para cumplir Shabat. Tampoco comprendía muy bien lo de las luces, me imaginaba a familias judías en la penumbra más absoluta, golpeándose con los muebles al caminar por la casa de noche a oscuras. Por no hablar de la comida, que para mí era todo un misterio, por supuesto, ¡qué espíritu de abnegación comer todas las comidas frías aún en invierno! ¿Cómo puede uno celebrar un día tan especial en medio de las sombras, aterido de frío en invierno o muerto de calor en verano y comiendo alimentos fríos siempre?
Por fortuna, poco a poco mis dudas se fueron disipando y me enteré de que hay relojes que controlan las luces, así que no hay que caminar en la oscuridad y cenar sin verse las caras. También supe de la existencia de la plata de Shabat, en la que se puede mantener la comida caliente y disfrutar de platillos verdaderamente deliciosos. Existe además un sinfín de cosas que hacen del Shabat una verdadera delicia, leyes que están hechas específicamente para el disfrute de este día tan especial. Y me di cuenta de que la verdad es que ¡no hace falta para nada escribir ni ver películas! Es suficiente con sentir la tranquilidad y espiritualidad que este día ya tiene de por sí, que está cargado de una energía especial de la que el Santo bendito sea le ha cargado para que recordemos siempre su Misericordia infinita al crear este mundo.
Desde luego, aunque mi observancia de Shabat fue gradual, antes de que anocheciera el viernes siempre iba a la carrera desesperada (he de aclarar que la diferencia con las prisas previas a Shabat de hoy en día es fundamentalmente que ahora tengo más claras las prioridades, pero las carreras no han acabado en absoluto). Al vivir fuera de Israel, tenía que trabajar los viernes por la mañana y esto lo hacía más complicado en invierno ya que anochecía apenas una hora y varios minutos después de que saliera del trabajo y me costaba más de media hora llegar a casa, con lo cual sólo disponía de varios minutos al llegar a casa para ducharme y encender las velas. El resto de preparativos debían quedarse listos desde el viernes por la mañana, de manera que antes de irme al trabajo hacía todo y con el bolso ya en el hombro terminaba de fregar el suelo y cerraba la casa para que al volver tuviera que hacer el menor número de cosas posible.
Las horas previas a Shabat son de mucho estrés, ahí es también donde el yetzer hará hace sus jugadas más vistosas. Es muy importante estar tranquilos y tener claro lo que debemos hacer y sobre todo, tener la capacidad de mantener la calma en el caos más absoluto de ropa arrugada en un rincón, platos por limpiar, luces que regular y comida por cocinar. Si uno consigue serenarse, con la ayuda de Di-s, da tiempo de hacer todo… y, si no da tiempo, ¡es que no tenía que ser! A veces es mejor poner un par de ensaladas menos en la mesa o renunciar a ese entrante que cuesta varias horas en preparar que perder la calma, la paciencia y los nervios. Es en honor a Shabat que hacemos todos los preparativos, y Hashem sabe qué es lo que nos da tiempo a hacer y qué no, así que hay que hacer el máximo esfuerzo porque todo esté recogido y ordenado, pero no merece la pena dejarse llevar por el yetzer hará para ello.
Por Tali Mendel
Fuente: Breslev en español