“Amarás a tu Dios con todo tu corazón” (Devarim 6:5 – Shema Israel).
Se llamaba Laura. Trabajamos juntos durante dos años. Pasamos un montón de tiempo riéndonos, charlando, conociéndonos el uno al otro. Ella vio un aspecto de mí que yo sentía que nadie en toda mi vida había detectado. Era una linda parte de mí que yo no tenía miedo de revelarle. Ella me colmó de afecto. Siempre un abrazo al empezar el trabajo. Por lo general un beso en la mejilla antes de irnos.
Me había enamorado.
Después de un par de meses, yo ya no podía pensar en nada excepto en ella. Cada vez que nos abrazábamos, me llenaba de energía. Ella era para mí lo mismo que es la comida para un hombre que se muere de hambre. Cada momento a su lado era para mí vital, como oxígeno.
Solamente había unos cuantos detalles problemáticos: ella tenía 23 y yo tenía 16. Yo era judío y ella no. Ella venía en mí a un amigo pero yo veía en ella mucho más que eso.
Finalmente llegó el día en el que tuve que confrontarme a la cruda realidad: lo que yo anhelaba tanto no iba a suceder nunca. Eso para mí fue algo devastador. Jamás en toda mi vida había sentido un dolor semejante. La verdad es que tardé bastante tiempo en recuperarme. Cuando se trata del primer amor de tu vida, la herida tarda en curarse.
Últimamente he estado pensando un montón en aquella época tan difícil. Si bien cerebralmente yo sabía que era imposible, aun así seguía queriéndola. No me importaba que yo estuviera a punto de empezar la universidad y embarcarme en todo un nuevo mundo de oportunidades, la seguía queriendo. No me importaba estar desperdiciando años de mi vida real soñando una fantasía sin sentido – la seguía queriendo. No me importaba que estuviera pasando una vergüenza terrible al no dejarla ir – la seguía queriendo.
Al final tuve que ponerme fuerte conmigo mismo y seguir adelante con mi vida. Tuve que enfrentarme cara a cara con ese deseo insaciable y seguir imperturbable. Estaba anhelando algo que Hashem prohíbe. Algo que no puedo tener porque Hashem no lo quiere. Punto.
Muchos de nosotros hemos tenido experiencias similares. Hubo algo en tu vida que querías terriblemente hasta tal punto que no podías pensar en nada más, desde el momento en que te despertabas hasta que te quedabas dormido a la noche. Podía ser una mujer, un trabajo, el respeto de un padre o una madre, alguna clase de éxito, un departamento, o la admisión a algún club exclusivo. Incluso podría ser el deseo por una persona del mismo sexo. Todos tenemos esa obsesión profundamente apasionada que solamente puede “venir del corazón”.
La queremos tanto que si no la tenemos, parece como si nos hubieran arrancado un pedazo de nuestra propia carne.
Este es el servicio Divino del corazón roto. Se trata de una de las formas más difíciles y aun así más increíbles de servir a Hashem. A un nivel espiritual, hay pocas cosas que sean más elevadas que un corazón roto. Usarlo en el servicio a Hashem exige que fortalezcamos nuestra determinación y reforcemos nuestra emuná.
Llega un momento en la vida en que tenemos que confrontarnos no con un enemigo sino con algo dentro de nosotros mismos que sentimos que es algo correcto desde lo más profundo de nuestro ser. Tenemos que aceptarlo y al mismo tiempo serle indiferente.
No es fácil. Esta sensación no va y viene como un mal comerciante. Siempre está allí, presente. Se apodera de toda nuestra lógica, dominando nuestros pensamientos y secuestrando nuestros sueños. Nos transformamos en el deseo mismo, percibiendo lo bueno y lo malo como nada más que una medida del grado en que lo hemos hecho realidad.
Cuando este deseo, cualquier deseo, alcanza este punto culminante, viene de un lugar muy malo y tiene que irse.
Para servir a Hashem tenemos que literalmente cortar nuestro corazón. Debemos resistir. Al resistir estas emociones, y construir nuestra resistencia a la intensidad de los deseos estamos creando un amor a Hashem que es impenetrable y mucho más fuerte que todo lo que podamos haber conocido. Al resistir la obsesión estamos cortando un pedazo de nuestro corazón. Y luego lo reemplazamos con una nueva pasión por Aquel que sabe qué es lo mejor para nosotros.
Esta es la determinación con la que construimos un lazo con Hashem. Es el tremendo poder que proviene de luchar contra aquello que se ha transformado en un cáncer espiritual – una fuerza que está tratando de destruirnos.
La emuná consiste en saber que hay algo much mejor esperándonos al final, algo mucho mejor que el “nirvana” del cual estamos tratando de alejarnos.
Pero no es tan fácil como suena…
El tiempo se está acabando en esta era de lujuria. Muy pronto todo habrá acabado y estas pasiones serán recordadas como un mal chiste. Peor antes de que se cierre la cripta y perdamos por siempre las piedras preciosas, ¡hagamos algo!
Hagamos lo que podamos!
Fuente: Breslev en español