Dieciocho días es muchísimo tiempo para esperar un veredicto de vida o muerte. Mi hija Shani pasó esa cantidad exacta de tiempo en coma cuando tenía dieciséis años, mientras yo entré en una zona gris de espera.
Shani iba camino a una casa donde iba a hacer babysitter una tarde de invierno y yo iba atrás junto con mi hija menor, a la que llevaba a una fiesta escolar. Shani iba corriendo delante de nosotros para no llegar tarde. Dos minutos más tarde, la alcanzamos. Ella estaba tirada en el suelo, inconsciente, habiendo sufrido de un repentino paro cardíaco. Hasta ese momento había sido una joven completamente sana.
Hatzala llegó enseguida con un desfibrilador eléctrico y mi marido pasó los siguientes 45 minutos sentado en el cordón de la vereda recitando Salmos. Yo iba para atrás y para adelante como un animal torturado repitiendo: “¡Por favor Hashem, por favooor! Haz que vuelva o llévatela, pero que no se quede medio viva”. Yo no podía pensar siquiera en verla en estado vegetativo.
Las horas que siguieron junto a la cama en el hospital se extendieron más y más. Yo rezaba y lloraba todo el día con tanta intensidad que me quedé vacía. Por primera vez en mi vida entendí que la plegaria es realmente un trabajo espiritual. Con mi propio corazón hecho pedazos Le supliqué a Dios que salvara el corazón de mi hija.
Shani era la beba de la Sala de Cardiología. Ella estaba hospitalizada junto con personas de edades cuatro veces mayores que la de ella. Ella estaba sedada y con un respiración artificial. Era horrendo ver esa máquina haciendo la respiración en lugar de ella.
Ella luchaba ferozmente por su vida. Y yo luchaba ferozmente con mi fe.
Cuando a los pocos días le quitaron la respiración artificial y pasó el efecto de los sedantes, no pasó nada. No se despertó como habían esperado. Pasaron los minutos y ella no se despertó. Yo sentí que me envolvía un nuevo horror, una nueva ola de terror y desesperación. Empecé a gritar su nombre, gritándole que se despertara como loca hasta que uno de mis hijos me dijo que parara. No podía aceptar que mi hija estuviera perdida en alguna dimensión desconocida.
Al pasar los días y las noches, mi fe empezó a menguar. Mi mala inclinación empezó a ganar terreno. ¡Hashem te está castigando! ¿Por qué no fuiste una persona mejor? ¡No te mereces ser feliz! Ella va a quedarse en coma toda su vida….después de tantos años trabajando sobre mi emuná en la bondad de Dios, ahora había llegado el momento de poner en práctica todo lo que había aprendido. Yo estaba a punto de volverme loca. Buscaba a tientas a mi Padre en medio de la oscuridad. Y sabía que si no Lo encontraba, estaba muy cerca de arrojarme al abismo.
Entonces empecé mi hitbodedut, mi plegaria personal. Cada mañana buscaba un rincón tranquilo en el hospital y Le decía a Hashem que estaba dolida, enojada y confundida. . Le dijo que estaba aterrorizada y sufría al ver a mi linda adolescente en estado tan terrible. Ella estaba en un estado de coma “de ojos abiertos”, o sea que me miraba y no me veía. Tenía el aspecto de alguien que está despierto pero que está totalmente desconectado de la realidad. Se movía y trataba de salir de la cama, pero sin poder ver nada y sin oírnos, aparentemente.
Tal espiritualmente yo era un reflejo de su estado. Yo estaba desconectada de Dios y era sorda y ciega a Su compasión por mí. Usé la hitbodedut para volver a conectarme. Ella se transformó en mi resucitación espiritual.
Mi siguiente decisión fue demostrar mi emuná por afuera, porque sabemos que lo exterior afecta a lo interior. Durante 18 días me desperté a la mañana, me vestí bien, me puse maquillaje y les traje golosinas a las enfermeras. Siempre les daba las gracias antes de irme a la noche y les decía chau con una sonrisa. Traté de conducirme como una bat melej, hija de Hashem, con confianza y compostura.
Lo tercero que hice fue expresar mi gratitud. Le di las gracias a Hashem por la excelente atención que le estaban prodigando a Shani. Le di as gracias por Sus otras muchas bendiciones. Valoraba muchísimo el hecho de estar rodeada de gente que me quería y me ayudaba. Recuerdo estar sentada en la confitería del hospital rodeada de muchas de mis amigas: una había sobrevivido un inciendo; otra tenía un hijo discapacitado; otra había perdido a una hermana mayor que había dejado cuatro hijos pequeños a su cuidado; otra que se le había muerto un hijo en un accidente; otra más que era sobreviviente de cáncer. Todas ellas habían seguido con sus vidas, criando a sus familias, trabajando, viviendo una vida de Torá. No era un club del que me daban ganas de ser socia pero sí era un honor afirmar que todas estas eran amigas mías. El mensaje que me dieron era: “Vamos a estar contigo pase lo que pase. Y vas a sobrevivir”.
¡Qué regalo tan grande! Le di las gracias a Hashem por mis amigas y por su emuná. Y sigo haciéndolo.
El 18º día después del paro cardíaco, Shani salió del coma. Fue un Shabat. MI hija mayor, Sara, me llamó después de escuchar Havdalá para decirme que Shani se había despertado. Fuimos inmediatamente al hospital y Shani vino caminando hacia mí temblorosa. Me dijo con voz ronca: “Hola Ima” y nos abrazamos, mientras las enfermeras lloraban de la emoción. No había oído su voz durante tres semanas caso.
Ahora ya pasaron más de diez años desde el ataque al corazón de Shani. Ha pasado muchos años recuperándose y se curó de una forma milagrosa, más allá de todas las expectativas de los médicos. Es un milagro en dos patas. Ella no es exactamente la que era antes sino que es una “receta mejorada”. Y yo también. Yo soy una versión mucho mejor de la persona que era antes. Soy una marca mejor. He aprendido que no importa lo que me pase, puedo seguir siendo feliz. Puedo seguir hallando consuelo. Puedo seguir creyendo.
Si Dios quiere, mi marido y yo vamos a acompañar a Shani a la jupá dentro de poco. Y si Dios quiere,ella misma va a ser madre y va a criar hijos creyentes.
Mientras tanto, yo sigo cultivando mi propia emuná con hitbodedut, gratitud y plegaria mientras prosigo mi viaje por el Puente Angosto de la Vida.
¿Quién se me une?
Fuente: Breslev en español