Esta historia que nos trae hoy Rajeli es de lectura o-bli-ga-to-ria para todos y estamos seguros de que va a derramar más de una lágrima por ahí….
El otro día leí una historia verídica de una organización local llamada “Mishmeret Hashalom”, que está basada en las enseñanzas del Jafetz Jaim, Rabí Israel Meir Kagan de santa y bendita memoria, sobre las leyes del habla prohibida, que son las leyes que nos enseñan cómo debemos hablar (y no hablar) a y de los demás. Se recomienda que cada uno estudie dos leyes por día. De otro modo, es prácticamente imposible que no transgreda.
La siguiente historia me dejó totalmente pasmada porque es un poderosísimo ejemplo de por qué nunca podemos juzgar una situación a menos que estemos al tanto de todos los detalles. E incluso después de que sabemos todos los detalles, aún no podemos afirmar que sabemos todo, porque no podemos tener en cuenta los pensamientos y las intenciones que tuvo la persona al hacer lo que hizo. Por lo tanto, no podemos juzgar. Punto.
Ok… acá va la historia.
Un joven ortodoxo llamado Eliezer había visto un aviso en un periódico en el que se pedía un donante de médula para un enfermo de leucemia. Sin pensarlo dos veces, él llamó por teléfono y fue citado a un análisis de sangre. A los pocos días, cuando ya prácticamente se había olvidado del asunto, lo llamaron por teléfono para avisarle que era compatible con el enfermo.
Antes de poder entender lo que estaba sucediendo, se encontró a sí mismo sentado frente al médico, que le estaba explicando cómo era el procedimiento. Completamente aturdido, Eliezer salió del hospital y cuando llegó a casa le contó a su padre lo que había hecho.
El padre se quedó callado hasta que Eliezer describió el emotivo encuentro que había tenido con el enfermo, el Sr. D. Pero entonces, de repente, sin previo aviso, el padre se puso a temblar de furia. Se le puso el rostro rojo como un tomate y se levantó de un salto del sillón, apenas controlándose a sí mismo: “¡¡DE NINGUNA MANERA VAS A AYUDAR A SALVAR LA VIDA DE ESTA PERSONA!!”.
La inexplicable reacción del padre dejó a Eliezer helado. Él trató de calmar a su padre y le explicó que estaba salvando la vida de una persona, pero su padre no quiso saber nada al respecto. Finalmente el padre se calmó y le explicó por qué había reaccionado así.
“Cuando estuve en el Holocausto”, comenzó, “me asignaron a un puesto de trabajo en una fábrica que había en el guetto donde yo vivía. De la mañana a la noche trabajé para recibir un pedazo de pan seco y un poco de sopa aguachenta. Los alemanes no sabían que yo había ocultado a mi hijo en la fábrica junto con nosotros. Ellos pensaban que habían eliminado a todos los niños del guetto.
Durante el día, mi hijo se ocultaba en un hueco que había en el techo. De noche, lo liberábamos de su pequeña celda y él se acercaba sigilosamente al depósito de alimentos reservados para los alemanes y nos traía lo que podía. A veces se metía en las oficinas y destruía todo lo que podía. Yo estaba muy orgulloso de mi hijo, pero temía por su vida. No obstante, no podía detenerlo.
Había un judío al que los alemanes respetaban mucho porque era un experto en la fabricación de bombas. Todos nosotros nos cuidábamos mucho de él y no nos acercábamos a él. Un día, como de la nada, él entró como un rayo a la fábrica con un palo en la mano. Sin previo aviso, empezó a dar golpes como loco al techo, justo donde estaba escondido mi hijo. A mí se me heló la sangre. A los pocos minutos el agujero era lo suficientemente grande como para hacer que mi hijo cayera en sus brazos.
Se llevó a mi hijo por la fuerza afuera y cerró la puerta. Me robó a mi hijito, a mi bebé. Un minuto después, oí dos disparos. ¡Había asesinado a mi hijo! ¡Nunca en mi vida se lo voy a perdonar! ¡Me quitó lo único que me quedaba en la vida!”.
Eliezer se quedó duro. Ahora no sabía qué iba a hacer.
Tras muchos intentos por parte del rabino local y de la familia para convencer al padre de que salvar una vida es algo de suprema importancia, el padre finalmente aceptó reunirse con el padre del Sr. D. Quizás al fin y al cabo no se tratara de la misma persona.
Apenas el padre de Eliezer vio al padre del Sr. D., casi se cae al suelo de un síncope. “¡ES ÉL! ¡ES ÉL!”, exclamó, con el cuerpo temblándole de furia.
“Permítanme explicarles”, comenzó el padre del Sr. D. “Yo sé que usted está enojado conmigo. Todos estos años traté de contactarlo para explicarle lo que realmente había sucedido.
Los alemanes querían asesinar a todo el grupo cuando se enteraron de lo que hacía su hijo. Yo me ofrecí a asesinar solamente a su hijo para poder salvar al resto del grupo. Al sostenerlo en los brazos y lo saqué afuera, me di cuenta de que no había forma de que pudiera matarlo.
Decidí que la única forma de salvarlo era dejándolo escapar. Así que asesiné a los dos guardas de la Gestapo y me escapé con él a un convento cercano. Lo dejé allí y volví al guetto. Los alemanes estaban furiosos conmigo pero como me necesitaban, no podían matarme. Entonces en lugar de matarme decidieron dejarme inválido.
Después de la guerra, regresé al convento y tomé al joven de nuevo, que yo pensé que era huérfano. Y como yo no tenía hijos, lo crié como a mi propio hijo.
Hice todo lo que pude por contactarlo a usted, para decirle que su hijo, que nuestro hijo, seguía con vida. Ahora entiende por qué Eliezer es el mejor donante para él? Porque son hermanos!!
¿Alguien necesita pañuelos?
Fuente: Breslev en español