אמר רבי אלעא: אין העולם מתקיים אלא בשביל מי שבולם עצמו בשעת מריבה, שנאמר: תולה ארץ על בלימה
“El mundo se mantiene por el mérito de aquellos que se controlan y no escalan un conflicto”
Rab Yosef Bitton
CUANDO NUNCA SE GANA
Muchas veces en nuestras relaciones personales más cercanas, particularmente en la relación de esposo y esposa, enfrentamos una decisión difícil: convencer al otro que tenemos razón, o ceder y vivir en paz. Me di cuenta de la naturaleza de este tipo de elección por primera vez cuando era adolescente y leí el famoso libro de Dale Carnegie «Cómo hacer amigos e influir en las personas». Carnegie, sin referirse a conflictos entre marido y mujer, sino entre amigos o conocidos, afirma que cuando uno discute siempre tiene el riesgo de perder. ¿Por qué? Primero porque es posible que uno pierda el argumento, la discusión. Y segundo porque aún ganando el debate y teniendo la razón, se puede perder un amigo o dañar la amistad. En realidad, la posibilidad de que la persona con la cual estamos discutiendo cambie de opinión al escuchar nuestro argumento es muy pequeña. La mayoría se guía por emociones más que por la razón, especialmente en conflictos de carácter personal. Es muy improbable que la persona con la cual estamos discutiendo nos diga: “Gracias por iluminarme con tu sabiduría” o “Tienes razón, ahora entiendo tu punto de vista”.
¿SER FELIZ O TENER RAZÓN?
Muchos problemas en las relaciones de pareja caen en este callejón sin salida. No logramos resolver nuestros conflictos porque ¡queremos demostrar que tenemos razón! Sin embargo, si pensamos con un poco más de humildad, reconoceremos que en todo conflicto cada uno de los lados tiene “un poco de razón” y “un poco de culpa”. No existe una sola manera de ver las cosas. No es racional pensar que solamente yo sé lo que hago, y solamente yo comprendo la situación. Para lograr este cambio de actitud y estar dispuestos a no enfocarnos tanto en “tener razón” conviene que nos recordemos a nosotros mismos que nuestro principal objetivo en el matrimonio es vivir en paz y disfrutar de la felicidad que nos brinda estar casados y tener una familia. Y saber que para tener una vida feliz tenemos que estar dispuestos a hacer algunas concesiones. En el matrimonio, en particular, muchas veces se necesita sacrificar el ego para ser más felices…
¿POR QUÉ «YO» TENGO QUE DISCULPARME?
Hace muchos años un amigo de México, el Sr. Jacobo Sofer, me enseñó algo que nunca olvidaré: en Japón cuando dos personas discuten, el que tiene razón es el primero en disculparse. En esa cultura, disculparse no es una admisión de culpa: es una admisión de responsabilidad. Quien se disculpa primero asume la responsabilidad de mejorar tu situación actual y muestra que estás dispuesto a dejar tu ego a un lado. Esta no es solo una actitud muy inteligente; también es un profundo acto de amor. Al disculparme, aunque siento que estoy en lo cierto y tengo la razón, estoy demostrando que por sobre todo, valoro a la otra persona. Me importa preservar nuestra relación y por eso estoy dispuesto a concentrarme en la relación en lugar de enfocarme en la discusión (aclaro que no me refiero a discusiones sobre valores o principios morales, sino a situaciones mas bien banales y cotidianas: mala comunicación, incomunicación, interpretación de lo que dijo o quiso decir, etc.). En inglés dicen que en el matrimonio hay que elegir entre “being right or being happy”, «ser feliz o tener razón». Por lo general no se puede lograr las dos cosas a la vez…
LAS TRES PALABRAS MÁS IMPORTANTES
Se necesita madurez emocional para priorizar una buena relación sobre la necesidad de alimentar el ego. Y las personas que tienen más conflictos son aquellas que “están dispuestas a llegar hasta el final” para demostrar que tienen razón. Esta necesidad de “tener razón” es más común en personas que tienen baja autoestima. Disculparse, para un individuo con baja autoestima, es una misión imposible. Porque al admitir que uno está equivocado le parece como que su “seguridad interior” se desmorona. Para empeorar las cosas, las personas que no pueden disculparse a menudo «culpan a la otra persona» por sus propios errores. Culpar al cónyuge y nunca admitir la culpa es desafortunadamente la fórmula perfecta para vivir miserablemente y en permanente conflicto. Por el otro lado, las personas mentalmente sanas no deberían tener problema en disculparse y asumir la responsabilidad, incluso cuando saben que gran parte de la culpa no es suya.
Probablemente, las palabras más importantes en el matrimonio no son «Te amo» sino “Perdón, estaba equivocado» (¡siempre y cuando estas palabras sean dichas con sinceridad!), ya que de alguna manera transmiten el mensaje que mi principal preocupación no es proteger mi ego sino mantener una buena relación.