La prensa suele abundar en referencias religiosas, aunque a veces caen en la trampa de creer que el mundo está hecho a imagen y semejanza de su propia fe.
Por ejemplo, atribuyen a las declaraciones del “rabino principal de Israel” (desconociendo que son dos) el mismo peso que una encíclica papal para el mundo católico. O llamando “tercer lugar santo del Islam” a Jerusalem, a pesar de no aparecer mencionada ni una sola vez en su único libro sagrado, el Corán. Con la misma parcialidad escriben que el Muro de las Lamentaciones (lo único “lamentable” aquí es la utilización de esa denominación como si fuese la auténtica traducción de “kotel maarabí” = muro occidental) es el lugar más sagrado del judaísmo. No es verdad: lo cierto es que es el lugar más cercano al lugar más sagrado que está justo encima, al que la prensa denomina Explanada de las Mezquitas, pero que en realidad es “har haBait”, el monte del Templo.
Y tan sagrado es que ni siquiera nos permitimos rezar allí por no hacerlo (por desconocimiento del lugar exacto) justo encima del “kodesh hakdoshím”, el sanctasanctórum, el lugar que alojaba el Arca que contenía las Tablas de la Ley. Pero es que ni siquiera esas Tablas eran lo más sagrado, ya que las originales, aquellas en las que, según la Biblia, Dios talló sus mandamientos en el monte Sinaí, las destrozó Moisés al ver el jolgorio pagano que los israelitas habían montado con un becerro de oro durante su ausencia.
Por ello, las Tablas que David situó finalmente en la capital de su reino tras pasearlas durante años en un tabernáculo, eran las que Moisés reescribió de su puño y letra; en definitiva, humanas.
Por tanto, no existe un lugar sagrado físico del judaísmo como tal, sino que hay que buscarlo en otra dimensión: la temporal. Y, si bien la cita anual más solemne es el Yom Kipur, el Día del Arrepentimiento (al que la prensa, nuevamente, traduce mal como “del Perdón”), hay un lugar cronológico mucho más sagrado y frecuente: el shabat. Su carga espiritual aparece ya demostrada en los primeros versículos de la Torá y su celebración es la columna central y el elemento más vertebrador de todo el edificio del judaísmo, su “lugar más sagrado”.
Por cierto, es el único origen universal de la semana de siete días, una unidad de tiempo que no depende del sol (como el año o las estaciones), la luna (como los meses en muchas tradiciones), su alternancia (el día), algún otro elemento astronómico o los cálculos matemáticos (para los que sería más práctico contar los días de cinco en cinco). Es nuestro “lugar santo” que hoy día comparte toda la humanidad y que ni siquiera los periodistas más avezados saben distinguir y señalar correctamente.
Feliz 5778
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
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