Por Dovid Efune
Ante su esperado reconocimiento de Jerusalem como capital de Israel, el presidente de EEUU, Donald Trump, está recibiendo una catarata de críticas.
No debería hacer caso a los críticos. Se trata de una decisión no sólo moralmente correcta, sino políticamente magistral.
Me explico.
En líneas generales, los críticos pueden dividirse en dos categorías. El primer grupo –que incluye a la Autoridad Palestina (AP) radicada en Ramala y a la organización terrorista Hamás, que gobierna en Gaza, así como a varios países árabes y musulmanes, incluso al Departamento de Estado– ha hecho de la lucha contra el reconocimiento algo vital para impedir la inevitable violencia que tendría como consecuencia.
Pero el chantaje árabe no parece ser un argumento contundente para evitar el cumplimiento de una ley americana y hacer lo correcto. Además, ninguna de esas entidades tiene un gran bagaje que presentar en lo relacionado con la causa de la paz.
El segundo grupo, que por lo general apoya la medida, ha cuestionado la oportunidad del momento, cuando se está a la expectativa de que la Casa Blanca desvele su iniciativa para la paz en Oriente Medio.
El momento, sin embargo, parece haber sido muy tenido en cuenta. Es altamente apropiado reconocer Jerusalén como la capital de Israel al inicio de un nuevo esfuerzo por la paz. Por la siguiente razón.
Cuando Jared Kushner y Jason Greenblatt –a los que Trump encargó la gestión de la paz en Oriente Medio– se embarcaron en su gira de prospección, poco después de que el presidente asumiera el cargo, fueron advertidos por al menos un actor regional de que, como decía Albert Einstein, uno no puede hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos. De varias maneras, parece que ese consejo –francamente, mero sentido común– ha fungido de guía principal en los renovados esfuerzos por la paz.
Por lo que hemos visto hasta el momento, el equipo encargado de los mismos ha tratado deadoptar nuevos enfoques en al menos cuatro cuestiones.
En primer lugar tenemos el concepto de enfoque regional, al que aludieron tanto el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como Trump en su primer encuentro en la Casa Blanca. La manifestación práctica del alineamiento de Israel y los Estados árabes suníes debe ser aún presentarse con nitidez, pero sigue siendo un asunto destacado en las conversaciones sobre la paz.
En segundo lugar está el compromiso de sentar a las partes en la mesa de negociaciones sin resultados predeterminados. “Estamos tratando de encontrar una solución que no sea impuesta, sino que provenga de la región”, manifestó Kushner el pasado fin de semana en el Saban Forum.
En tercer lugar está la atención prestada a las acciones de abajo arriba, que buscan construir la cooperación entre los pueblos israelí y palestino apelando a sus intereses. La idea de la paz económica está detrás del histórico acuerdo sobre el agua alcanzado en julio por Israel y la Autoridad Palestina y respaldado por EEUU.
Por último, y quizá lo más importante: la voluntad de la Administración de presionar a la AP. Mientras otros presidentes norteamericanos han tratado a los líderes de la AP con gran mimo, Trump ha adoptado una posición más dura, poniendo sobre el tablero asuntos espinosos como lospagos a terroristas por parte de la propia AP.
Esto es crucial porque, como ha quedado ampliamente demostrado, el mayor obstáculo para la paz en la región ha venido siendo la intransigencia palestina. Los israelíes han mostrado –quizás equivocadamente– una increíble capacidad para hacer penosas concesiones en pro de la paz, lo que ha incluido transferencias de territorio, liberaciones de prisioneros y peligrosos acuerdos de seguridad, a menudo corriendo grandes riesgos políticos. Una y otra vez, estos gestos han sido despreciados, y se ha justificado la actitud palestina en que ésta sería la parte más débil, agraviada y delicada.
Los palestinos metieron a la Administración Trump en su estrategia de dobleces cuando el presidente de la AP, Mahmud Abás, le dijo en junio al secretario de Estado, Rex Tillerson, que estaban poniendo fin al pago a terroristas, sólo para enseguida volver a comprometerse con el mismo.
Pero ahora tenemos una Casa Blanca que antepone los resultados, y que entiende que presentar a los palestinos los penosos, reales y permanentes costes de sus negativas puede ser lo mejor para progresar. Tanto los palos como las zanahorias son necesarios, y la Casa Blanca parece estar preparando una buena provisión de los primeros.
Ahí están la omnipresente amenaza de trasladar la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén; la amenaza de cerrar la oficina de la AP en Washington; el espectro del apoyo de la Casa Blanca a la Taylor Force Act, que se traducirá en significativos recortes a la ayuda financiera norteamericana a los palestinos; la negativa de Trump a especificar que la de los dos Estados es la única solución al conflicto; incluso la amenaza de retener los fondos para los organismos internacionales que han concedio membresía plena a la AP y la OLP. Además, los palestinos no olvidarán fácilmente que les llevó meses establecer contacto con el equipo de Trump: no deberían haber pensado que era pan comido.
Los israelíes llevan tiempo preocupados –con razón– por que los palestinos nunca hayan tratado de alcanzar una paz genuina y por que el proceso de paz haya sido una táctica para obtener más tierra desde la que lanzar ataques continuos contra su Estado. Los líderes de la AP han hecho numerosos gestos de cara a la galería en lo relacionado con el proceso de paz; pero las proclamas que se leen en los documentos fundacionales y fundamentales de la AP, su glorificación de los terroristas, el currículum de sus escuelas y su constante incitación en los medios cuentan otra historia bien distinta.
Por primera vez tenemos una Administración que parece preparada para ver el farol palestino. El reconocimiento de Jerusalén en los albores de una nueva iniciativa de paz –y su conexión con otras repercusiones– muestra a los palestinos y a la comunidad internacional que el presidente va en serio.
Así pues, se trata de una decisión que merece mucho la pena.
Por Dovid Efune
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio
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