The UN Security Council. (AP/Craig Ruttle) (AP/Craig Ruttle)

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La prensa internacional se desgasta intencionalmente en concentrar la situación de los conflictos en la región a un asunto sencillo de dominio de recursos naturales o de posicionamiento estratégico, colocando en muchas ocasiones en un mismo nivel a los diferentes actores que participan en la realidad de la zona, esto o se continúa concentrando todas las actividades de análisis y objeto de estudio a los Estados.

Por Bryan Acuña

Por cuanto el mundo que tenemos sigue obedeciendo a un paradigma heredado de la época post soviética, ya dejamos atrás el control bipolar, así como el Nuevo Orden Mundial Unipolar (Estados Unidos), para llegar a un mundo dominado de modo apolar (sin un eje principal sino atomizado), donde el poder no se concentra solamente en el poderío de los países como entes individuales, sino también las alianzas regionales que puedan gestar, las cuales no solo les asegura un apoyo material, sino eventualmente que no se involucren en acciones de política interna o que en diversos tipos de conflictos no sean enfáticos en rechazar o criticar los actos bélicos.

Ejemplo de lo anterior ocurre en la actualidad con la República de Turquía y sus acciones contra el Norte sirio, no solo violentando su soberanía sino ocasionando una crisis humanitaria contra la población kurda de esa región. Los turcos son miembros de la OTAN y además se han transformado en el muro de contención para evitar migraciones masivas hacia Europa, esto permite el silencio ensordecedor de no criticarlo más allá de darle unas sencillas “palmadas por la espalda”.

Sin embargo; y regresando al planteamiento inicial de los niveles de fuerza, es importante señalar que hay diversos niveles de empoderamiento de los actores en la zona, comenzando con que hay un juego político–económico por parte de las potencias hegemónicas, respondiendo a la creación de regiones pivote o alianzas de corte comercial, como ocurre en los casos de la Federación Rusa o la República Popular de China.

En el primer caso, los rusos han logrado aprovecharse del vacío de poder que Estados Unidos dejó desde su retiro de la zona durante el gobierno Obama y fortalecido con los últimos movimientos del presidente Trump, para mudar sus tropas hacia regiones cercanas a los mares cercanos a China e intentar contrarrestar el crecimiento de su influencia en las zonas cercanas a la región continental euroasiática.

Por su parte, los chinos tienen dentro de sus planes involucrar territorios de Oriente Próximo en su megaproyecto de rutas ferroviarias y portuarias más conocido como “Una sola franja, una sola ruta” (One Belt, One Road), por lo tanto, su participación ha sido utilitaria a través de contactos con países de la zona desde una perspectiva económica, echando mano del poder económico del gobierno de Beijing.

Estados Unidos continúa teniendo poder, pero no se encuentra tan metido en el terreno, sino por medio del financiamiento militar a países aliados y presencia en zonas marítimas desde donde pueden eventualmente hacer desplazamientos para no perder totalmente el control que posee.

Además de estos líderes hegemónicos, hay líderes regionales que tienen sus propios intereses y peso en la dinámica de Oriente Próximo. En estos casos se debe mencionar además de la República de Turquía (europea y asiática a la vez), se encuentra la República Islámica de Irán, la República Árabe de Egipto, el Estado de Israel y el Reino de Arabia Saudita.

El primero gracias a su gobierno anhela retornar a las glorias pasadas del Imperio Otomano, o al menos eso pareciera. En el caso iraní han logrado una media luna de poder en el Levante aprovechando las circunstancias políticas de países como Irak, Siria y Líbano para tener influencia y presencia que pone a pensar a los demás actores regionales de los riesgos que significaría un empoderamiento del régimen de los Ayatolas.

Ambos países citados anteriormente, anhelan tener mayor poderío en la región, además que levantan el estandarte de la defensa del pueblo palestino más que los otros actores de peso de la zona, demostrando también que existe un eventual deseo de ser los que controlen los lugares sagrados del islam; en otras palabras, tienen competencias directas contra el reino saudita, donde quizás por un aspecto religioso (sunita) e históricos (dominaron la zona por varios siglos) tiene una ventaja importante el gobierno de Ankara, pero ambos aspiran a ser los dominadores de estos lugares sagrados que además son emblemas del poder de turno en el mundo musulmán.

En el caso del Reino de Arabia Saudita, este continúa siendo uno de los principales países en la dinámica de Oriente Próximo por el financiamiento militar que recibe de los Estados Unidos y además el principal promotor de la lucha contra la República Islámica de Irán tanto a lo interno de las zonas territoriales como de las salidas petroleras del golfo.

Esto le ha llevado a tener alianzas inesperadas, aunque indirectas con países como Israel (como ocurre con otros países emiratíes) al ver en Irán una amenaza a su estabilidad, y al mismo tiempo los ha llevado a roces con Turquía. También llama la atención que si bien reciben financiamiento de los Estados Unidos, han conversado temas de carácter militar y económico con países como Rusia y China.

Mientras tanto la República Árabe de Egipto, siendo uno de los Estados axiales de la zona, desea retomar la influencia en Oriente Próximo que tuvo en las décadas pasadas, que perdió relativamente durante la era de las “primaveras árabes” y se alejó en su influencia de la zona durante la era Mursi, desea retomar su papel determinante durante el mandato de El Sissi.

El Estado de Israel por su lado, es un pilar de la geopolítica occidental en la zona, siendo además una potencia periférica; al igual que la República Islámica de Irán y la República de Turquía, quienes por condiciones étnico-lingüísticas e ideológicas son considerados como “extraños” dentro de la mayoría de la zona o se les ve con recelo. El caso israelí tiene un currículo militar importante siendo una potencia en defensa, teniendo una importante inteligencia militar y estratégica, además de ser aliada de países occidentales de gran poder.

Sin embargo, están los actores no estatales que tienen su cuota de participación y poder en la región y sobre los cuales no se toman las consideraciones necesarias para controlarlos. Entre estos, por ejemplo, se encuentran las agrupaciones islamistas radicales que utilizan como práctica el terrorismo, los grupos ideológicos y las redes proxy que los Estados gestan con estos para la práctica de guerras asimétricas en zonas alejadas de sus fronteras (guerras híbridas).

En toda esta ecuación se debe mezclar además el uso de fuerzas militares formales, más el desarrollo de una inteligencia estratégica fundamental, así como los contactos tanto de redes de defensa y ataque, más el componente de la guerra cibernética. No se habla ya solamente del dominio a nivel territorial, sino de control desde todas las esferas existentes, tanto las marítimas, aéreas, espaciales y de las redes, así como la información y la desinformación (poder penetrante o Sharp power), es una guerra total.

Las alianzas que se logran, tanto por parte de las potencias como de los demás actores de la zona invierten en armamento para estos países asegurándoles cierto control, posicionamiento, acceso a recursos y ventaja sobre adversaros.

También existe las inversiones funcionales en otras áreas para controlar el área y tener bajo su dominio los conflictos, lo que podría llamarse guerras alternativas no bélicas apuntando a robo de información, los ciber ejércitos y los canales de propaganda y adoctrinamiento para luchar en todos los espacios posibles, en una zona donde ya el solo el tema militar no es suficiente, sino que además hay que aprender a ganarse al público espectador, tanto en el terreno como en los países de los diferentes espacios globales.

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