Hace un tiempo vino a verme un joven que tenía problemas matrimoniales. Sin ser demasiado gráfico, solamente les voy a decir que era muy difícil pararse demasiado cerca de él…

“Este es mi Di-s y Lo honraré con adornos…” (Éxodo 15:2)

¿Cómo podemos saber si una persona realmente ama a la otra?

Hay dos señales que nos demuestran cuándo el corazón de una persona rebosa de amor por otra: primero, cuando quiere pasar la mayor cantidad de tiempo posible con la persona que ama; segundo, cuando quiere lucir lo mejor posible para la persona que ama. Imagínate (si todavía no estás casado) o recuerda (si eres felizmente casado) cómo te emperifollabas (o cómo lo harías) ante una cita en la que te declaraste (o esperarás que se te declararán) a la persona con la que soñabas pasar el resto de tu vida. Cuanto más te importaba cómo lucías, más evidente era lo importante que esa cita era para ti.

Lo mismo ocurre en lo referente a ganarse la vida. Todos soñamos con tener éxito y vivir cómodamente. La persona que está a punto de reunirse con un posible futuro cliente va a hacer todo el esfuerzo posible por lucir sus mejores galas y causar la mejor impresión posible. Cuanto más importante sea esa reunión para esa persona, más grande será el esfuerzo que haga por lucir bien.

Hace un tiempo vino a verme un joven que tenía problemas matrimoniales. Quería que yo le aconsejara qué debía hacer. Sin ser demasiado gráfico, solamente les voy a decir que era muy difícil pararse demasiado cerca de él pues tenía muy mal aliento, como si no le alcanzara el dinero para comprar una pasta dentífrica. Además estaba como envuelto en una nube de fetidez que hacía que estar parado en su presencia fuera un desafío nada fácil. El hecho de que obviamente no se bañaba ni se cambiaba de ropa diariamente (¿semanalmente?) no era tan importante como su aspecto dejado ni tampoco como su terrible postura o su barriga protuberante. Le pregunté al joven qué edad tenía y cuánto hacía que estaba casado y me dijo que tiene 28 años y que se había casado hacía 6. También me enteré de otros cuantos datos como por ejemplo que le costaba levantarse a la mañana, que le habían echado de varios Kolels y que no tenía una fuente de ingresos porque nadie quería contratarlo. ¿No es obvio entonces que ninguna mujer va a poder amar y respetar a un hombre así? Yo creo que era un milagro que ella no le dejó y se fue…

Sin entrar en el aspecto psicológico de por qué este joven estaba en tan mal estado, ni de su flagrante falta de aseo y de autoestima, yo lo encaré desde la perspectiva de la emuná y le pregunté si esa mañana había rezado y se había puesto los tefilín. Él me dijo que por supuesto que sí y entonces yo le pregunté si él creía en Hashem, a lo que él me respondió: “¿Cómo me voy a poner tefilín si no creo en Hashem?

Le pedí que se imaginara por un momento que no estaba casado y que hoy a la noche tenía una cita con la chica de sus sueños. “¿Tú crees que irías a la cita vestido como estás, con restos del rábano picante del último Shabat en las mangas y con aliento a ajo frito?”

“Ella tendría que aceptarme tal y como soy”, respondió.

“Entonces esa no es la chica de tus sueño”, le respondí. “¿Qué aspecto tenías cuando salías con tu mujer?”. Yo ya sabía la respuesta, porque ninguna mujer en el planeta Tierra va a aceptar a alguien así.

“Bueno, la verdad es que pesaba 20 kg menos, estaba en mucho mejor estado físico y en la Yeshivá me iba súper bien. Lo que pasa es que la presión que siento en el Kolel y por el hecho de tener que llegar a fin de mes y para colmo tener una mujer que no me deja tranquilo ni un minuto… todo esto hizo que empezara a fumar. Ahora me consuelo tomando Coca-Cola y comiendo croissants…”

El pobre se había dado por vencido después de que se atrasó en el alquiler del apartamento y haber fracasado en el Kolel. Él no se volvió a HaShem en busca de ayuda porque, a pesar de su educación en la Yeshivá, él en realidad no creía en Hashem. No se daba cuenta de que todas sus dificultades en la vida eran todas para bien, que eran regalos de su Padre Celestial que lo amaba y que quería que aprendiera a tener emuná.

“Y la noche en la que te declaraste, te aseguro que llevabas un traje nuevo, una camisa de un blanco prístino y que tus zapatos brillaban como espejos. Además te habías duchado con tu mejor champú y gel de baño, no con un simple jabón. Después te cepillaste los dientes y además usaste un enjuague bucal. Tal vez incluso hiciste unas pocas flexiones antes de ducharte para lucir más atlético. Pero hay algo que sí es seguro: tú estabas loco por ella y en ningún momento dijiste vas a tener que aceptarme tal como soy”.

“Sí, es verdad, pero en ese momento no se me pasó por la cabeza el martirio que iba a ser vivir con ella.”

Yo le cité un pasaje de En el jardín de la paz donde se explica que ella es simplemente un reflejo de él. Ella no lo ama ni lo respeta debido a que él no ama ni respeta a Hashem. Él se enojó y me dijo que estaba equivocado. Pero entonces yo le recordé que esa mañana él había ido a la sinagoga y se había puesto los tefilín en el estado en que estaba y entonces le pregunté: “¿Acaso una cita con el Rey de Reyes es menos importante que una cita con una joven atractiva? Si realmente creyeras que Hashem estaba allí al lado tuyo, te habrías dado una ducha y te habrías puesto ropa limpia antes de reunirte con Él. Si realmente creyeras en la santidad de los tefilín, no te los hubieras puesto en el hombro ni en la cabeza en ese estado…”

El mensaje caló hondo. Es obvio que Hashem le tuvo compasión a este joven y entonces él me pidió que le ayudara con un programa de rehabilitación. Yo le preparé un programa completo que incluía todo una rutina de higiene, aseo, dieta y ejercicio, pero lo más importante de todo vestirse todos los días como es debido para una cita privada con Hashem – hablar con Él con sus propias palabras y fortalecer su emuná en tal medida que él realmente sienta que Hashem está ahí al lado suyo. Una vez que él aprenda a amar a Hashem de veras, nunca más va a tener un día de dejadez en toda su vida, ni en lo espiritual ni en lo material. Y lo que es más, su mujer lo va a volver a amar.

Preguntémonos a nosotros mismos: ¿Realmente amamos a Hashem? ¿Acaso esperamos con ansias pasar tiempo con Él? ¿Siempre queremos que estés con nosotros? ¿Acaso Lo honramos “adornándonos” o sea vistiendo nuestras mejores galas para Él y cumpliendo con sus preceptos de la forma más bella posible? Esa es la prueba del verdadero amor: amar a Hashem.

Fuente: Breslev en español

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