(Photo: Yonatan Sindel/Flash90) (Photo: Yonatan Sindel/Flash90)

El origen de Tishá BeAv es muy anterior a la destrucción del Templo. Ya en el desierto, cuando parte de los Espías trajeron un informe adverso, los judíos lloraron…

Itzy y Shloime andaban distraídos por la calle, corriendo delante de sus padres, jugando a ver quién llegaba primero a la esquina. ¡Sucedió lo inevitable! Itzy se cayó y se lastimó. Volvió corriendo hacia su mamá.

«¡Me caí!» – exclamaba en medio de sus llantos, mientras la madre lo limpiaba y consolaba: «¡Vamos! ¡Dejá de llorar! ¿No ves que no te pasó nada? ¡Los hombres no lloran!» Itzy «obedeció» y dejó de llorar (por lo menos no sollozaba en voz alta, y no le hacía pasar vergüenza a la madre).
Esto le habrá sucedido a Ud. de chico y le volverá a suceder a sus pequeños.

La pregunta será: ¿es así? ¿es verdad que «los hombres no lloran?». O, si lo queremos poner en otras palabras: ¿tiene algo de malo llorar, que por esa razón se vuelve motivo de menoscabo y embarazo?

La Torá nos cuenta que los judíos en Egipto sufrían a manos de los egipcios silenciosamente. Llegó el momento que murió el Faraón, aquel que había instituido todos aquellos terribles decretos en contra de los judíos. Fue entonces, que los judíos alzaron sus voces hacia Di-s, Quien los escuchó y determinó que era el momento de redimirlos (Shmot 2:23-25).

La pregunta obvia es: ¿porqué los israelitas esperaron la muerte del Faraón para clamar y suspirar? ¿qué relación guarda el deceso del rey con el dolor de los judíos y su decisión de expresar su congoja?

Existen distintas respuestas a esta cuestión. El Rav Avraham Twersky («Growing each day») responde que hasta ese momento no querían manifestar públicamente su sufrimiento pues sentían vergüenza y timidez de hacerlo («Los hombres no lloran»). Aprovecharon, pues, el duelo nacional de los egipcios para gemir por su dolor particular sin que «se note» que sufrían.

¿Es incorrecta esta actitud? ¡No! – responde R. Twersky. Llorar por las pérdidas que uno sufrió es perfectamente humano. La necesidad de mostrarse estoico e imperturbable, es un invento de los seres humanos que responde al síndrome del «superman», que todo lo puede y que existe únicamente en las revistas (en la literatura antigua tenía otros nombres como «Aquiles» que era vulnerable únicamente en su talón y «Sigfrido» que era inerme solamente en su espalda, donde no había llegado la sangre del dragón…).

El Ramá (R. Moshé Isserles) escribió en «Torat Olá», que cuando el rey Nevujadnetzar vino a destruir el primer Bet HaMikdash (gran templo), lo acompañó el filósofo griego Platón. Después de la destrucción, Platón encontró al profeta Irmiahu que estaba llorando y condoliéndose amargamente por la pérdida y el estrago. Le hizo, pues, dos preguntas: «1. ¿Acaso corresponde que un Sabio de su jerarquía intelectual esté llorando por un edificio que no es más que un montón de maderas y piedras?, y 2. ¿De qué sirven sus lágrimas ahora, cuando, de todos modos, ya está todo arruinado?» Irmiahu le respondió: «Platón: filósofo de renombre, Ud. sin duda debe tener muchas preguntas sorprendentes.» Platón inmediatamente comenzó a enumerar las cuestiones que lo conmovieron durante toda su vida, una por una. Irmiahu las escuchó y con breves frases respondió humildemente a los enigmas de Platón. «¡No puedo creer que exista una persona tan sabia!» – exclamó Platón asombrado. Irmiahu señaló las ruinas del Bet HaMikdash y respondió: «Toda esta profunda sabiduría la estudié a partir de estas «maderas y piedras». Ahora, acerca de tu segunda pregunta: «¿Porqué lloro sobre el pasado?», no te lo puedo responder pues no comprenderás la respuesta».

El R. Eliahu Lopian z»l explicó la respuesta de Irmiahu en nombre de R. Simja Zisel de Kelm. La razón por la cual lloramos, no radica en el pasado, sino que, aunque los portales del cielo se cerraron en el momento del Jurbán (destrucción del Bet HaMikdash), los portales de las lágrimas
no se clausuraron jamás (Talmud Berajot 32:). Cada lágrima que vertimos, se acumula en el cielo y se suma a la reconstrucción del próximo Bet HaMikdash. Este concepto tan simple que cualquier judío lo puede entender, estaba más allá del alcance «racional» del famoso Platón (R.
Avraham Jaim Feuer shlit»a en su introducción a las Kinot de Artscroll).

A esta altura debemos aprender a diferenciar entre un llanto y otro. La naturaleza del llanto de la gente puede variar enormemente. En la misma Torá encontramos al pueblo sollozar y lamentarse por todo tipo de causas. En primer lugar está la aflicción y el desconsuelo por la pérdida de un ser querido, como ser el caso de la muerte de los hijos de Aharón, en donde Moshé ordenó que el pueblo lamentara su muerte llorando (Vaikrá 10:6). Encontramos otras ocasiones en las cuales los personajes más importantes lloraron al conocer un futuro triste por medio de visiones proféticas, tal como Ia»acov, cuando se encontró por primera vez con Rajel, sabiendo sobre la muerte prematura de ella y Iosef que lloró junto a su hermano Biniamín al vaticinar (ambos) la destrucción del Santuario de Shiló y los dos Bet HaMikdash (Bereshit 45:14). Hay demostraciones de alegría que se manifiestan por las lágrimas, como el caso donde Iosef se encuentra con sus hermanos y se las da a conocer finalmente (45:2). La emoción vuelve a dar lugar a lágrimas, cuando murió Ia-acov y Iosef se percató que los hermanos aún sospechaban de él que tomara venganza en su contra, demostrando así que la herida aún no había cicatrizado.

Eisav lloró exasperadamente, a su vez, cuando se enteró que la bendición que él había creído que había de recibir de su padre Itzjak, le había sido conferida a Ia-acov (Bereshit 27:38). Como pueblo, estas lágrimas que Ia-acov causó a Eisav, las debimos pagar con creces: «Les has dado de comer lágrimas por pan y los has abrevado con lágrimas en abundancia» (Tehilim 80:6). Sin embargo, como veremos, la naturaleza y la causa del llanto de Tishá Ba-Av es muy distinta. Cuando nos referimos a Tishá Be-Av, sumamos todas las consecuencias nefastas de la destrucción del Bet HaMikdash en la forma del exilio que sufrimos hasta el presente.

El origen de Tishá BeAv es muy anterior a la destrucción del Bet HaMikdash. Ya en el desierto, cuando parte de los espías que envió Moshé a la tierra de Israel trajeron un informe adverso, los judíos lloraron. Sin embargo, en aquella oportunidad, el llanto no solo no fue considerado y admitido por Di-s, sino que fue duramente censurado por Él: «¿Uds. han llorado un llanto innecesario? ¡Yo os daré razón válida para llorar!» ¿Qué diferencia existe entre ambas ocasiones? Por qué vale la lamentación de Tishá BeAv, mientras que fue castigada la generación del desierto por llorar? La respuesta pasa por la característica del llanto. El duelo de llorar por una pérdida es humano y aceptable. El berrinche de los judíos en el desierto no se debió a una carencia o privación ocurrida, sino por la desconfianza en el futuro. Descreían del hecho que realmente podrían conquistar la tierra de Israel, con sus habitantes y guerreros fuertemente pertrechados. Habiendo visto los macabros milagros que ocurrieron frente a sus ojos en Egipto y durante el cruce del Mar Rojo, comiendo diariamente un pan celestial, bebiendo un agua maravillosa y estando protegidos por nubes Di-vinas, se esperaba de ellos más confianza en Di-s. Este llanto de temor y prejuicio, fue el testimonio que efectivamente no estaban a la altura de ingresar a la tierra y la causa de los males posteriores. Una queja similar ya había ocurrido poco antes cuando dice el versículo que el pueblo «lloraba por sus familias» (B-Midbar 11:10), molesto por el rigor de lo que se les exigía como judíos.

Dicen en nombre del Jafetz Jaím que muchos judíos se alejaron a causa de la expresión que «es difícil ser judío». Si bien es cierto que nuestra ley es muy exigente con nosotros, sin embargo, el sentir el judaísmo como una «dificultad», un escollo o una fatiga, provoca en uno mismo y en los oyentes (muchas veces los propios hijos) un sentimiento de rechazo. Ser judío, más allá de la complejidad de ciertos preceptos, es fundamentalmente un orgullo y un privilegio, y, sin duda, un desafío.

¿Lloran los hombres? No tiene nada de malo. Solo depende del porqué.

(Con la amable autorización de www.tora.org.ar)
Fuente: Breslev en español

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