Por Federico Visacovsky – Es probable que pocas personas hayan visto lo que vieron los ojos de Moises Borowicz, que va a cumplir 91 años el próximo 10 de febrero. Recuerda con detalle su feliz infancia en Sokoli, un pueblito cerca de Byalistok, Polonia, que queda cerca de la frontera de la actual Bielorrusia.

Vivía con sus padres y sus dos hermanos, Yehuda y David, en una casa de madera que contaba con un terreno grande en el que su madre cultivaba verduras. Todo marchaba bien hasta que llegaron los nazis. “Ahí fue cuando empezaron los problemas”, narra a Radio Jai este sobreviviente del Holocausto.

El 1 de septiembre de 1939, las tropas de Hitler invadieron Polonia. El ejército no ofreció mucha resistencia y se rindió el 6 de octubre de ese año. Así, los nazis fueron avanzaron sobre el territorio polaco. “Lo primero que hicieron fue llevar a los judíos a los templos para quemarlos vivos. A otros los metieron en la cárcel y les pidieron dinero, antes de asesinarlos”, recuerda Borowicz.

A partir de allí, la vida de Moisés y su familia se transformó en un infierno: tuvieron que trasladarse de un escondite a otro para ocultarse y no ser asesinados. “Un hombre le dijo a mi padre que habíamos tenido suerte de huir porque en nuestro pueblo habían matado a un montón de judíos y las calles estaban llenas de sangre”, cuenta el sobreviviente.

Hay un momento de su vida que Borowicz recuerda con especial particularidad. Un día él sale unos minutos del escondite en el bosque para hacer sus necesidades cuando de repente aparecen unos campesinos polacos junto a soldados nazis. La familia apenas se había percatado cuando fueron rodeados. En ese momento, uno de los militares lanzó un tiro y este impacto contra un pájaro que estaba en un árbol. Luego, Moises recuerda que este soldado se acercó a su madre y le dijo: “Su hijo tiene destino de vivir. Quise dispararle por la espalda y se me trabó el fusil”. Para Borowicz, aquel hombre fue un adivino: “Ellos mataron a toda mi familia y yo estoy aquí, como sobreviviente, para contar esta historia”.

La tragedia no se terminó allí. Los Borowicz (junto a centenares de presos judíos) fueron enviados al Gueto de Byalistok, donde estuvieron un tiempo. Allí fue donde vio por última vez a sus padres. Todos fueron subidos a un tren, pero en distintos vagones: los hombres jóvenes, en los furgones delanteros y las mujeres, niños y adultos mayores, en la parte trasera. El primer destino del tren fue el campo de exterminio de Treblinka. Allí bajaron a sus padres. “Nadie salía vivo de ahí”, cuenta Moises. El ferrocarril siguió su marcha. Varios intentaron escapar rompiendo la puerta. Uno de ellos fue su hermano, Yehuda. “Cuando se lanzó se escucharon disparos”, explica el sobreviviente de 91 años, que no sabe qué fue lo que finalmente pasó. De ahí, el tren en el que era transportado junto al hermano que le quedaba, David, fue trasladado al campo de exterminio de Majdanek, y luego a Blyzin, donde trabajó de talabartero, hasta que estalló una epidemia de tifus que se cobró la vida de David.

Unos meses más tarde, Moises fue trasladado a Plaszow, Wieliczka, Mauthausen, Melk y Ebensee, en donde fue liberado por los aliados en mayo de 1945.

La guerra al fin había terminado, pero Moises, al igual que cientos de sobrevivientes, no tenía ni un solo documento. Un día, cuenta, se encontró con un hombre de su pueblo, Motek, quien tenía un familiar en EEUU, que a su vez le facilitó el contacto con un tío que vivía en ese país. Como era muy difícil mudarse a Norteamérica, Borowicz decidió viajar a la Argentina, adonde pudo llegar gracias el Joint el 3 de octubre de 1947. Fue recibido por unos tíos de parte de su madre. No pudo estudiar tal como quería: “Mi tía era chapada a la antigua y me dijo que a la edad que yo tenía debía trabajar”. Así, Moises fue a ayudar a su tío que tenía una joyería y allí aprendió ese oficio.

Hoy Borowicz se dedica a contar lo que él vivió: “Nunca me niego a contar mi historia. Cuando salí del campo me hice una promesa: contarle al mundo lo que Hitler le hizo a la humanidad. Esto no tiene que repetirse nunca más”. Con sus 91 años, concurre con frecuencia a escuelas, organismos e instituciones para dar testimonio.

En los últimos años, Moises pudo cumplir uno de sus sueños: volver a ver su casa. Sin embargo, no fue como él lo esperaba. Hace cinco años viajó a su pueblo en Polonia con Marcha por la Vida. Sin embargo, ese día había tanta nieve que no pudo ver el lugar en el que vivió hasta que llegaron los nazis. Su casa pudo verla en Buenos Aires: “Se me acercó un joven que sabía mucho de computación y me explicó que a través de internet podíamos ver mi casa”, recordó, haciendo referencia –quizás sin saberlo- a la aplicación Google Street View. “Comenzamos a buscar mi pueblo, le di algunos datos y pudimos encontrar mi casa. ¡Ahora tengo la foto en mi computadora”, destacó con orgullo Borowicz.

A sus 91 años, Moises todavía tiene dos sueños. El primero de ellos es saber “qué fue lo que pasó con su hermano”. El segundo es un mensaje de amor hacia el mundo: “Quiero que el planeta cambie, quiero que no haya odio, ni antisemitismo, somos todos los seres humanos iguales”.

Mientras pueda, este sobreviviente seguirá contando lo que le pasó. Porque como escribió Ana Frank en su famoso diario, “lo que se hace no se puede deshacer, pero se puede prevenir que vuelva a ocurrir”.

Fuente: Radio Jai

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