Cinco años después de la muerte del fiscal Alberto Nisman, todavía nos estamos preguntando si se suicidó o lo asesinaron.
Por: Julián Schvindlerman
Siete años después de la firma del Memorando de Entendimiento entre la Argentina e Irán, todavía dudamos si aquello fue una iniciativa diplomática legítima o un ardid oscuro de encubrimiento. Veinticinco años después del atentado contra la sede de la AMIA, todavía aguardamos a que los perpetradores sean juzgados y condenados. La justicia y la política en la Argentina tienen una habilidad especial para dilatar, ofuscar, aplazar y –en última instancia– frustrar el anhelo de verdad de la sociedad.
Situación política en la Argentina
En enero de 2015, tras acusar a la presidenta de la Nación de traicionar a la patria, Alberto Nisman apareció muerto con un tiro en la sien en el baño de su departamento de Puerto Madero (Buenos Aires). Dos meses más tarde, The Wall Street Journal informaba: “Equipos de investigación rivales contribuyeron a transformar el caso en una novela policial que ha atrapado la atención del país”. Un lustro más tarde, un nuevo Gobierno que tiene como vicepresidenta a quien fuera presidenta al momento de la muerte del fiscal quiere revisar las conclusiones de un informe de la Gendarmería que determinó que al fiscal lo asesinaron.
La nueva ministra de Seguridad, Sabina Frederic, antes de asumir había declarado que calificar a Hezbolá como una organización terrorista (tal como hizo la Administración Macri el año pasado) equivalía a “comprar un problema que no tenemos” y agregaba: “El terrorismo es un problema de los países de la OTAN, no es nuestro”. El presidente de la República, Alberto Fernández, se ve constantemente tironeado por sus declaraciones del pasado y las correcciones del presente a las que se ve forzado. “Hasta el día de hoy, dudo de que se haya suicidado”, afirmó en el 2017 para el documental El fiscal, la presidenta y el espía. Consultado este año, Fernández cambió de parecer:
Desde 2017, cuando se grabó la entrevista, hasta ahora no apareció ninguna prueba seria que diga que a Nisman lo mataron, y apareció una pericia absurda que contradice los más elementales principios.
Cristina
En algún punto, Cristina Fernández de Kirchner empezó a creer que quienes buscaban dañar a la Argentina no eran los terroristas libaneses de Hezbolá, a las órdenes de sus patrones en Teherán, sino un grupo de cabilderos, académicos y financistas judíos norteamericanos. En 2015 los acusó de conformar un “modus operandi global” que “genera operaciones políticas internacionales de cualquier tipo, forma y color”. ¿Se recuerda su frase “todo tiene que ver con todo cuando se trata de geopolítica y poder internacional”? La señora Fernández de Kirchner sostuvo su teoría conspirativa el tiempo suficiente como para incluirla en su libro de memorias publicado en 2019, Sinceramente. Cuando The Washington Post publicó un editorial crítico de estas fantasías –tachándolas de “antisemitas” al notar que todos los señalados por CFK eran judíos–, el entonces Jefe de Gabinete Aníbal Fernández respondió con una nota de su autoría en Página 12 que descalificaba dicho editorial como “un decálogo de lugares comunes”.
En paralelo, una sucia campaña estaba en pleno auge para desprestigiar al fiscal muerto con el fin de invalidar las conclusiones de sus investigaciones, tan rigurosas que persuadieron a Interpol para que emitiera alertas rojas de captura internacional contra los acusados por Nisman. Unos años antes, en marzo de 2011, el periodista Pepe Eliaschev había publicado en la portada del diario Perfil una nota titulada “Argentina negocia con Irán dejar de lado la investigación de los atentados”. Fue linchado mediáticamente por los militantes del Gobierno K. Murió por causas naturales en noviembre de 2014, sin llegar a conocer la acusación judicial de Nisman, unos pocos meses después. Llamativamente, el propio Nisman había reaccionado con escepticismo:
El hecho que plantea la nota es absurdo, descabellado y de imposible cumplimiento. Hacía tiempo que no leía algo tan disparatado.
La coyuntura regional
Mientras la Argentina vive en su loop de caos permanente, en el plano regional y global algunas cosas han cambiado. El mismo mes-aniversario de la muerte del fiscal que denunció la participación de Irán, por medio de Hezbolá, en el atentado de 1994, el máximo responsable de las operaciones terroristas internacionales de la República Islámica de Irán fue eliminado. En un ataque con drones norteamericanos, el general Qasem Soleimani resultó muerto en Bagdad. Soleimani había asumido el rol de jefe de la Fuerza Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní en 1998, pocos años después del atentado en Buenos Aires, pero ya era un cuadro activo del régimen teocrático responsable de aquella matanza de 85 personas.
En América Latina, las reacciones contrastantes a este desarrollo quedaron signadas por las respuestas de Brasilia y Caracas. “Nuestra posición es aliarse con cualquier país del mundo en la lucha contra el terrorismo”, declaró el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en apoyo a Washington durante una entrevista con la TV Bandeirantes. “Sabemos lo que, en gran parte, Irán representa para sus vecinos y para el mundo”. En Venezuela, el jerarca Diosdado Cabello se dirigió a la embajada iraní, donde leyó un mensaje que finalizó con estas palabras: “¡Viva Irán, vivan los pueblos libres, nosotros venceremos!”. En una nota para BBC News, Gerardo Lissardy observó una paradoja interesante. Brasil “es el gran socio comercial de Irán en América Latina, con un intercambio bilateral miles de veces superior en dólares al que la República Islámica tiene con su aliado socialista de Venezuela”. Según el Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, el intercambio comercial entre Venezuela e Irán fue de 892.000 dólares en 2016, último año del que se dispone de cifras. Brasil, en cambio, comerció con Irán por un valor de 2.560 millones de dólares en 2017. “Incluso el intercambio bilateral de la República Islámica con Chile, Colombia o México supera al que mantiene con sus aliados de Venezuela, Cuba o Nicaragua”, señala Lissardy.
A partir de 2005, Teherán buscó relacionarse con América Latina de manera regional más que bilateral. Su permanente estado de confrontación con Occidente, en particular en aquellos tiempos por su programa nuclear clandestino, empujó al régimen a buscar aliados en otras zonas del globo. La gesta diplomática coincidió con la expansión del populismo de izquierdas en países como Cuba, Nicaragua, Bolivia, Venezuela o Argentina. Cuando este populismo se vio restringido por el ascenso o consolidación de referentes de corte derechista en Brasil, Argentina, Colombia, Chile y otros, ese corresponsal anota que Irán distinguió sus relaciones internacionales entre aliados políticos y económicos. La Argentina mantuvo lazos comerciales con la república islámica durante este período a pesar de las tensiones políticas surgidas a partir de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA. El ascenso de Mauricio Macri al poder vio la derogación del Memorando de Entendimiento, la designación de Hezbolá como grupo terrorista y un apartamiento de la asociación con Teherán que alguna vez deseó la Presidencia anterior. Pero el comercio con Irán no se extinguió, alcanzando los 451 millones de dólares en 2017, según el centro de investigación más arriba citado.
Sin embargo, los intereses de Irán en América Latina no se circunscribieron al ámbito económico o político. El experto israelí Ely Karmon detalló en una monografía pionera algunos de los objetivos perseguidos por Teherán en esta región: la propagación del chiismo, la ampliación de las bases operativas de Hezbolá, el apoyo diplomático en foros internacionales a su programa nuclear ilícito, la posible obtención de uranio, limitar el impacto de las sanciones económicas mediante la creación de un mercado alternativo y, en general, contrarrestar a Estados Unidos –que tiene tropas en países fronterizos con Irán– con su propia presencia en el Hemisferio Occidental. A esto hay que agregar las sórdidas redes de contrabando de armas y el lucrativo negocio de las drogas.
Soleimani
“Se ha perdido un héroe de la criminalidad hemisférica, y los gángsters están tristes”, escribió la comentarista estadounidense especializada en asuntos latinoamericanos Mary Anastasia O’Grady. No es para menos. Soleimani era parte de una estructura que buscaba ganar espacios estratégicos non sanctos en la región. En mayo de 2013, Nisman publicó un extenso informe sobre una elaborada red de terrorismo iraní desde México hasta Sudamérica. Esta red podría ahora verse afectada. Varios analistas dijeron que los atentados perpetrados en la Argentina fueron respuestas a operaciones israelíes contra Irán: la eliminación en 1992 de Abás Muawi, cofundador de Hezbolá, y la captura en 1994 de Mustafá Dirani, aliado clave de Hezbolá en el Líbano. Bajo este prisma, el ataque selectivo a Soleimani podría haber puesto a las comunidades judías de América Latina, así como a las embajadas israelíes y estadounidenses, en la mira. Las represalias son parte del riesgo inherente a la lucha contra el terrorismo. El general iraní era un activo combatiente enemigo, responsable de la muerte de cientos de soldados estadounidenses. Su partida, en cualquier caso, significa que un malhechor menos anda complotando. Es razonable asumir que este desarrollo no hubiera entristecido a Alberto Nisman.
Fuente: elmed.io©
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